La siesta está en su cresta, «yo observo una embriaguez de fertilidad en los jardines[1]». Al llegar a la esquina del café, nos encontramos en la puerta, nos miramos y —detrás de los barbijos— sonreímos al reconocernos.
«Es la primera vez que me hacen una entrevista.» En su tono hay algo de timidez de la que se despoja rápidamente: «A través de la poesía puedo hablar de aquello que me atraviesa. Luego le doy forma, me ayuda a sanar.» Su relato es corrido y ajustado, el diálogo fluye. «Comencé escribiendo sobre aquello que no podía decir o hablar con otras personas, por eso digo que mi primer momento y relación con la escritura fue catártica. Mi adolescencia fue “muy para adentro”, en medio de lecturas como Neruda o Benedetti: estaba definiendo mi sexualidad, mis formas de ver el amor; y entonces escribía. Más tarde, pude volcar esos poemas en cartas a la persona que me gustaba del otro turno y las dejaba en una ranura que había en el pizarrón o en los pupitres, donde todos sabíamos que se podían dejar cartas secretas y anónimas. Fue importante ese momento porque conté con la poesía para decir y mostrar algo de mi mundo.»
Se acerca la moza y nos pregunta que deseamos tomar, pausamos la grabación. Ya pasó lo hora de almorzar y pedimos jugo y café. Retomamos la charla, mientras se escucha el tintinear de la vajilla en la planta baja: «Mi mamá insistió en que tenía que hacer algo con todo ese caudal, con todo lo que tenía, y pude llegar a Horacio Rossi. En ese momento no sabía quién era Horacio, simplemente junté los poemas que tenía impresos. Luego tomé conciencia sobre quién fue la primera persona que vio todo mi trabajo joven y eso me emociona.»
Yamila tiene su cabello rizado recogido en un rodete alto, sus ojos sonríen cuando habla. Se toma tiempo para elegir las palabras y, en caso de que lo necesite, reestructura rápidamente su narración. «Durante una década seguí escribiendo, pero solo para mí y en menor abundancia. A partir de los treinta años percibí que me había transformado y la lírica era otra, yo cambié y eso se nota en toda mi poesía y en mis lecturas.»
La moza nos acerca el pedido, camina sigilosa y observa la mesa: el grabador, el cuaderno de notas y asiente con la cabeza. «La poesía de Claudia Masin es visceral y, simultáneamente, su escritura contiene; y la de Natalia Litvinova tiene un sello tan fuerte que sentís que te cala el cuerpo», dice Yamila mientras la chica que nos atiende apoya el vaso y la taza sin producir sonido, a sabiendas de que podría interrumpir. Ambas le sonreímos, agradecemos con la mirada y continuamos con la charla: «La segunda etapa vino de la mano de Gustavo Farabollini: necesitaba conectarme otra vez con el mundo de las palabras y me lancé a la narrativa. Fue un desafío que me permitió nutrirme, leer y confirmar que lo mío era la poesía.»
Los mundos del tiempo: poesía en todos los sentidos
«La pandemia me permitió abrazar mi lado más contemplativo y mi escritura de este último tiempo tiene un gran rastro de eso. Entre tanto, empecé a estudiar filosofía y, al pensar en la edición, surgió el deseo de que sea realmente para todo el público; no un “como si”, sino que todas las personas puedan acercarse a la lírica más allá de las circunstancias, por eso la doble edición: impresa y en braille. Siento que hay que crear y construir el bien común; y, como lo mío es la escritura, me propongo cambiar desde allí.»
El otoño de 2022 traerá su primer libro, Los mundos del tiempo, donde busca transitar todo el recorrido de su escritura: esas huellas que fue dejando desde esa primigenia y romántica, hasta la actual que trae lo extraordinario de la naturaleza, la subjetividad del tiempo y lo efímero de la existencia. «Es parte de mi crecimiento, de mi recorrido: mi primer momento con la mirada de Horacio Rossi, luego con Gustavo Farabollini y este último tiempo con Mónica Laurencena.»
«Hoy, mi casa se parece a aquella que vi cuando entré a la de Horacio y pensé: “Quiero que mi mundo sea así”. Sigo buscando, nutriéndome, conectando y descubriendo; conociéndome de nuevo para luego volcarlo en la hoja y crear.»
Yamila —en su proceso de búsqueda— pudo, a través de la escritura poética, decirse y habitar un espacio de identificación más amigable consigo misma, como hacen las anémonas que oscilan con el viento para, luego de florecer, ubicarse de cara al frente para esparcir sus semillas al universo.
Sobre Yamila
Escribe desde que tiene memoria. Durante su adolescencia, tenía diarios donde volcaba todo tipo de cosas. No fue hasta los diecisiete años que su mamá Beatriz le obsequió una máquina de escribir, que le animó a mostrar algo de toda su poesía. Su habitación era su universo de poemas. Hoy viaja para descubrir y contar todo aquello que la conmueve.
Texto: Victoria Bordas
Fotos: Ignacio Platini
Dirección de arte: María Virginia Platini para Estudio Fotográfico «Mario Platini»
Nombre de sección: Literatura
Edición: N° 87
[1] Fragmento del poema “Hiperión” de Yamila Hoffman