Qué es lo que hace que el amor perdure, según Virginia Woolf

Uno de los enigmas más perdurables de la naturaleza humana es la compleja emoción del amor. El amor es una luz o un fuego que todo lo ilumina, pero difícilmente logra mantenerse vivo.

Virginia Woolf, con su extraordinaria perspicacia sobre la condición humana, se sumergió en esta pregunta en un pasaje de su diario, brindándonos una ventana a la dinámica interna de su propio matrimonio con Leonard Woolf. Su unión, aunque poco convencional, duró muchos años y, como demuestran sus escritos, fue una profunda fuente de reflexión para Woolf.

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En 1926, reflexionó sobre la idea propuesta por el escritor Arnold Bennett acerca de la «cotidianidad» del matrimonio, la rutina monótona que potencialmente erosiona la agudeza de una relación. Bennett propuso que la rutina diaria era el verdadero horror de la unión marital, sin embargo, Woolf lo veía de manera diferente.

Para ella, no era la rutina diaria la que definía una relación, sino los esporádicos momentos de intensa emoción que interrumpían esa rutina. Observó que la vida podría funcionar en piloto automático durante días seguidos, pero intermitentemente surgirían momentos de sensación elevada, aún más potentes debido a los días circundantes de monotonía.

Estos momentos, similares a lo que Thomas Hardy denominó «momentos de visión», eran los que daban profundidad y resistencia a una relación. Estos momentos en los que dos individuos se conectan verdaderamente, compartiendo experiencias, emociones y recuerdos, son inigualables en intensidad.

Estas visiones reconectan en la profundidad a dos personas y permiten que su relación pueda seguir imaginándose juntos. Son como destellos de luz a los que siempre se puede recurrir.

La perspicacia de Woolf habla de una comprensión más amplia de las relaciones humanas. Toda relación tiene sus altibajos, sus momentos de monotonía y momentos de exaltación. La aparición periódica de estos momentos profundos es lo que da a una relación significado. Sin ellos, el vínculo podría perder su esencia y vitalidad.

Además, en la propia vida y relaciones de Woolf, particularmente con Leonard, había una evidente interacción entre el espacio personal y la intimidad compartida. Ambos tenían vidas profesionales independientes y círculos sociales propios.

Su vínculo prosperó en un equilibrio entre autonomía y unidad. Se puede afirmar que las «distancias» o «espacios» periódicos que se otorgaban mutuamente, podrían haber desempeñado un papel importante en hacer esos «momentos de visión» más profundos.

Las relaciones, especialmente las de largo plazo, no siempre están en un constante apogeo. Tienen sus estaciones. Reconocer y apreciar esos momentos de visión, como lo hizo Woolf, puede ser la clave para comprender la naturaleza duradera del amor.

FUENTE: CULTURA INQUIETA