Recordamos a la cantautora chilena y su vasto legado artístico y político, a 56 años de su fallecimiento, el 5 de Febrero de 1697.

Violeta Parra nació en San Carlos, Chillán, Chile. Hija de padres artistas, comienza a cantar y tocar la guitarra desde pequeña. Tuvo formación de profesora en la Escuela Normal de Santiago; sin embargo no dedicó su vida a la enseñanza formal sino que, entre otras cosas, a recopilar canciones de artistas desconocidos de pueblos olvidados de Chile, a recuperar cultura, recuerdos, historias, que de otra manera hubiesen muerto junto con los artistas.

Fue además una gran cantora, escultora, ceramista y bordadora.

En su texto, «Cantos Folklóricos Chilenos», se dedica a recopilar la historia de cantautores de pequeños pueblos, realizando todo un trabajo «etnográfico», describiendo la personalidad y el entorno de cada una de las personas que conoce y de quienes aprende la riqueza de su cultura:

«Don Juan de Dios Leiva, 85 años, chacarero, cantor y tocador de la comuna de Las Barrancas de Santiago, es un anciano delgadísimo, erguido y huraño (no quiere hablar con nadie). Cuando le pedí que me enseñara unos cantos, me respondió: Yo juré no volver a cantar más en mi vida, porque Dios me llevó a mi nietecita regalona y la noche que tuve que cantar p’a ella, la tengo anud’á en el pecho y la garganta.»

«La Panchita tiene 106 años, está ciega y semi tullida. Ya dejó de ir de su ranchito a «la casas» porque las fuerzas no la acompañan, sin embargo, cuando se trata de algún conocimiento especial, llega hasta donde «las señoritas» (simpáticas solteronas y chilenísimas) para animar con su gracia y sus canciones, alguna fiesta familiar.»

«Alguien me había dado el dato de una cantora que vivía en la calle Eliodoro Yáñez, nueve y tantos. Un día de mucho sol, tomé mi guitarra y mi cuaderno de apuntes y salí en busca de la cantora. Di vueltas y revueltas una y otra vez, y nada. El número no existía. Cansada y molesta, decidí preguntar a cualquier persona en cualquier casa por misteriosa dirección, claro que tuve cuidado de escoger una modesta casita. Toqué la puerta sin esperar nada bueno; miré por la cerradura y vi que la casa estaba mucho más adentro, la puerta que yo había golpeado era una puerta en blanco. Al fondo había una casita de cuidadores, tal vez. No había señal de ser viviente alguno. Como estaba sin llaves, entré. ¡Alóooo…. Hay gente…. Alóooo!… A medida que iba llamando, me iba acercando. Volví a repetir el llamado un poco volada, porque ya me había olvidado que andaba recopilando cantos y que buscaba una cantora. En ese momento, sólo quería ver a alguien, cualquier persona, hablar, descansar sentada. ¿Hay gente? Repetí, casi adentro de la casita, pero por la ventana sin vidrios y que sólo estaba defendida por unas enredaderas que colgaban de unos tarritos de conservas. Mi nariz percibió olorcillo a hiedra. Alóoo… dije por tercera o cuarta vez. Alóoo… me respondió una voz que más bien parecía un lamento. La voz venía de la cama que orillaba un costado de la pieza. Había una señora acostada, con rostro cadavérico, y lamentándose.»

Se puede comprobar una descripción rica y que demuestra un aprendizaje desde la experiencia y desde el goce. Se observa pasión en lo que hace. La Violeta pone su alma en su trabajo siendo capaz de demostrar sin necesidad de grandes argumentaciones teóricas que el conocimiento es en lo cotidiano, que el aprendizaje está en el relacionarnos con los otros y conocernos. Sus “etnografías” muestran un aprendizaje muy enriquecedor, práctico y real, un aprendizaje que está en la calle, en las prácticas políticas cotidianas, es corporal, es arte, es pasión, nos puede producir placer y puede entenderse desde lo colectivo.

El legado político de Violeta Parra se encuentra a lo largo de su historia, en la letra de sus canciones, en su personalidad irreverente y apasionada, en su compromiso político. Sin duda es una figura que nos muestra sinceridad, contradicción, imperfecciones, que habla de temas como la religión, la política, la pobreza, el amor.

Militante del Partido Comunista de Chile, junto a Lemebel fue una de las artistas silenciadas, a quien le negaron la utilización de canciones como «Que vivan los estudiantes» o «Arauco tiene una pena» para la campaña electoral de Salvador Allende.

Sin duda su música estuvo y estará siempre del lado del pueblo pobre, de los y las trabajadoras, luchadoras sociales, pueblo mapuche; y el conjunto de oprimidos y explotados por el sistema capitalista y patriarcal.

Fuente: LA IZQUIERDA DIARIO