En el año 1944, Donald Watson con seis amigos, fundan la Vegan Society en Inglaterra.
Esta sociedad tenía por objeto promover los derechos de los animales, considerándolos seres sintientes, con intereses, deseos y autonomía; poniendo en debate el antropocentrismo, la explotación y el maltrato al que los animales son expuestos cada día para satisfacernos.
En el 11º Congreso de la Unión Vegetariana Internacional, en 1947, Watson postuló los puntos vitales en relación al Veganismo: propuso una relación correcta entre humanos y animalesbasada en la justicia; una dieta saludable y nutritiva que se sustenta en los frutos de la tierra, evitando los de origen animal. También, manifestó que el Veganismo propicia la desaparición del hambre y la malnutrición en el mundo y que, su práctica,podría restablecer la vitalidad de los suelos y lograr la sustentabilidad. (Donald Watson utiliza el término “Animales” para referirse a los “No humanos”, como lo hace la mayoría de las personas).
El último punto nos motiva a la reflexión del vínculo que tenemos con la tierra.
La tierra es, por ahora, el único escenario conocido donde podemos vivir y desarrollarnos. Sin embargo, hoy nos encontramos con un planeta sufriente y que a menudo desata “su deseo de equilibrio”, mediante gemidos que entorpecen las rutinas de la humanidad y, es ahí, cuando pensamos en cómo nos vinculamos con ella, cómo la cuidamos y qué aportamos para diseñar una convivencia saludable y a la vez sustentable.
El Veganismo postula que podemos vivir saludablemente sin necesidad de explotar a los animales y que esto impacta en el medio ambiente también.
La explotación animal produce un impacto considerable en nuestro ambiente. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ha manifestado que, criar animales para comida, genera residuos que provienen de orines y estiércol contaminando suelos y agua; también propicia emisiones de gas de efecto invernadero que aporta al cambio climático—el sector ganadero genera más gases de efecto invernadero (el 18 %) que el uso del transporte; origina el 65 % de las emisiones de óxido nitroso y es responsable del 20% del metano liberado a la atmósfera—.
Esta explotación implica, también, desforestación ya que extensas zonas de bosques son devastadas para pasturas, lo que contribuye a la degradación del suelo y la erosión. Además, para la cría del ganado se destina un 30% de las tierras, más un 33% de las tierras para cultivar alimentos para ese ganado. De este ganado se obtiene un kilogramo de proteína por cada seis kilogramos de proteína vegetal que el ganado consume. Esta proteína vegetal proviene de tierras que se devastan para este fin. La desforestación hace que muchas especies animales desaparezcan o tengan que huir de su hábitat produciéndose un desequilibrio.
Este tipo de explotación también impacta en los recursos hídricos, ya que se utilizan grandes cantidades de agua, perturbando sus ciclos y promoviendo la contaminación. A modo de ejemplo, se necesitan 15.000 litros de agua para producir un kilogramo de carne de vaca y unos 1.500 litros de agua para producir un kilogramo de cereales o 1.000 litros para los frutales.
Estos datos, seguramente, son motivo de serio debate para empezar a pensar, genuinamente, el inicio de un tiempo que permita a la tierra restaurarse, para que continúe siendo el escenario donde los humanos, los animales y el resto de los ecosistemas podamos convivir en armonía.
Siempre la “Convivencia” implica “Empatía”, empezar a “ponernos en el lugar de los otros” (“Otros” incluye a los animales no humanos también).
Cuando logramos visionar que, todos los seres sintientes, tienen el deseo de vivir en libertad podemos ser transversalizados por valores como el amor, la compasión, el respeto y, sobre todo, por la justicia. Y al cultivar estos valores, no solo los ponemos en movimiento, en relación a una determinada especie, sino que son quienes nos mueven en todos nuestros vínculos.
Pensar en que la tierra puede restaurarse y pensar que podemos vincularnos diferente no es una utopía. Puede ser una maravillosa realidad.
Crédito:Nancy Emilce Fernández y Jorge Bode