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Tatiana Corte es una artista plástica santafesina que estudió con los grandes maestros en la época de oro de la Escuela Mantovani. Desde hace tiempo hace danzar su pincel en busca de nuevos horizontes.

08_resultUñas rojas, ojos celestes. Fotos de casamientos, de diplomas al cielo, de niños felices por toda la casa. Madre de seis y abuela de una docena, Tatiana Corte recibe a Toda en el luminoso y amplio living de su casa: la contracara ordenada del taller en el que pululan pinceles y pinturas y papeles y cartones, ubicado al fondo.
«Algunas veces me preguntan si no me pesa la soledad, y la verdad es que no. La pintura es un buen compañero. Yo trabajo todos los días. A veces las cosas salen y otras no; pero todos los días tengo algo en qué pensar: un objetivo», inaugura la charla.
Tatiana dice que sueña con colores. «Generalmente no trabajo con un boceto previo: diría que lo mío es una pintura directa. Muchas veces sueño; entonces, cuando empiezo a trabajar no tengo la imagen pero sí el color. Empiezo a manchar en la hoja, en forma espontánea; y la mancha va sugiriendo alguna figuración: es como un juego creador».
– ¿Te pasa desde siempre?
– Yo hace muchos años que hago análisis, y esto de los sueños me viene pasando desde hace algún tiempo, pero no de toda la vida. Por ejemplo, cuando tenés una muestra, eso te genera cierta adrenalina. Una trata de que la cosa esté bien, de que la obra esté lograda; entonces te dormís pensando en cuántos días faltan y eso te hace estar mucho en contacto con la obra. Una pelea la obra, no todo es que cayó el maná del cielo.
La conversación se interrumpe: una consuegra avisa por teléfono que uno de los nietos acaba de caerse. Ella cuelga y asimila la noticia con el aplomo de quien ya ha criado a muchos: «Cosas de chicos», concluye, y retoma las cartas de la conversación.
– ¿Tirás a la basura cuando algo no te gusta?
– No. Miles de veces me ha pasado que, después de trabajar horas y luchar con la obra, llega un momento en que suspirás y decís: qué hago con esto. Entonces la pongo contra la pared o la guardo en un armario donde no la vea. Dejo pasar un tiempo, meses, y la saco. Y ahí ves dónde estaba eso que te molestaba. O no, y entonces la guardo de nuevo. A lo mejor estás cinco meses y no lo lográs; y a lo mejor en cinco horas conseguís algo espectacular.
01_result– ¿De qué depende?
– Del trabajo, absolutamente. Yo fui a la Escuela de Arte Juan Mantovani en la época de oro, cuando estaba en calle Tucumán y Urquiza, y tuve la suerte de recibir enseñanzas de profesores como Matías Molinas, Supisiche, Fertonani. Los he admirado muchísimo. Supisiche era un hombre que nos marcó mucho en la idea de que la obra se construye día a día. No es que un día te levantás y te ponés una boina y entonces te cae la inspiración como un rayo: la inspiración llega después de mucho trabajo, nos insistía, y yo creo fervientemente en eso.
Matías Molinas tenía una calidez humana tremenda. Hay veces que yo me quedaba con la hoja en blanco, sin saber qué hacer, y él se acercaba con su pipa:
– Tatiana, qué te pasa.
– No sé, no sé qué hacer.
– Bueno vení, vamos a caminar por el patio.
Y te charlaba y te decía probá, poné esto acá, esto allá: te abría la cabeza.
Fertonani, otro genio. Uno va a la escuela de arte con la idea de que todo tiene que ser prolijito, la línea derechita: él rompía todo y te hablaba de la línea sensible, que no tiene nada que ver con la línea de la regla.
Reconozco que cada uno de ellos me fue dejando su impronta personal. Con sus diferencias, todos compartían el concepto del esfuerzo, del trabajo, de la pelea con la obra».

EL TRAZO SIMPLE DE LAS COSAS
La decisión de ir a la Mantovani no tuvo mayores palos en la rueda de la Tatiana adolescente. De hecho, su mamá había estudiado arte durante algún tiempo, así que el tono no desencajó con la paleta de colores familiar.
Por la mañana estudiaba arte; por la tarde, el Profesorado de Jardín de Infantes. La más chica en un universo de hermanos varones, educada en el Huerto: la Mantovani fue abrir las puertas de un nuevo mundo. Después se casó, tuvo a sus hijos y cambió los pinceles por las mamaderas.

Fue directora del jardín de infantes Natacha y luego trabajó en la escuela primaria San Cayetano y en la secundaria Padre Monti. «Fue una experiencia realmente gratificante, de muy buena relación con los chicos y de absoluta libertad para trabajar. Siempre consideré que lo importante es quererlos: que se sientan queridos. Después serán mejores o peores en la materia, eso no es lo importante», define.
De esa época recuerda un sábado a la tarde en que un grupo de adolescentes golpeó a su puerta para decirle: «Tati, ¿nos llevás a ver tu muestra?», ante su estupefacción. Con los adolescentes tuvo, por ejemplo, la oportunidad de participar en la Bienal de Arte Joven 2012. «Siempre les decía que, más allá de ganar o perder, el proceso creativo ya es de por sí una ganancia. Nadie te quita el placer de hacerlo. Me acuerdo que trabajamos en el tema del surrealismo, y uno de los chicos hizo una interpretación de Dalí que realmente me dejó muda. Por ahí la gente piensa que para ser un artista tenés que ser un erudito o un bohemio, y no es así. Yo a mis alumnos siempre quise transmitirles el mensaje de que ellos podían» dice, con la tinta de la jubilación todavía fresca.
05_resultDe la época de las aulas también recuerda una experiencia que hicieron en conjunto con la Escuela Sara Faisal, con chicos con capacidades diferentes. Se queda callada, bucea hasta encontrar las palabras: «Fue lo más maravilloso que hice a nivel docente. Fue poquito antes de jubilarme y fue el moño de oro para mi carrera. Los profesores de la Sara son unos genios; tienen un optimismo, unas ganas; y trabajamos juntos en algo que fue gratificante y exitoso: fue un momento en el que todo el mundo se sintió bien».
Su vida estaba teñida de rosados y celestes y atravesada por llantos y pequeños progresos cotidianos, de esos que inflan el alma materna. Cada fin de año, en las reuniones de amigos, alguien decía: «Tenemos que empezar». Y la frase quedaba flotando hasta el año siguiente, y volvía a sonar una y otra vez, como un eco. Hasta que una amiga, María Delia Bertuzzi, dijo: «Te pagué el taller de Jorge Planas Casas. Tenés que ir».
«Y ahí me pasó lo mismo que con Matías Molinas: otra vez frente a la hoja en blanco, sin saber qué hacer. Mis hijos ya eran adolescentes. Yo me decía: qué estoy haciendo acá, tengo seis chicos, una casa, la ropa, la comida».
– Jorge, yo no sé. No me sale nada.
– Lo que tenés no lo perdiste. Está latente. Date tiempo, permitíte no saber qué hacer.
«Fue muy valioso que me dijera eso, por eso opino que es tan importante el papel del docente. Así fue que retomé», cuenta. Desde ese día, el trazo no se interrumpió nunca.

EXPONER, EXPONERSE
07_resultNo hay peor agravio para artistas como Tatiana Corte que la expresión «qué lindo». «Es tremendo, lo peor que te puede pasar. En las exposiciones una desea fervientemente que su obra impacte, que genere algo, no que agrade. Vos colgás ahí tus miedos, tus alegrías, tu historia personal: la obra no es casual. Exponer es exponerse».
Su obra transita por espacios abiertos, en general con el plano dividido. «Las últimas muestras las denominé ‘Horizonte’. Uno piensa que el horizonte es un lugar geográfico, pero creo que en mi caso el horizonte ha sido una meta a alcanzar, un faro. Hace muy poquito se me encendió la lamparita e hice la relación de los espacios abiertos con esos momentos de mi infancia y de la adolescencia que marcaron una huella. Recordé que cuando éramos chicos íbamos todos a la quinta que tenían unos tíos en Arocena, que estaba sobre el río. Recién ahora tomé conciencia de que esto que yo dibujaba nacía de ahí: a nosotros nos encantaba ir porque salíamos en canoa a pescar, a la noche íbamos a cazar ranas, y había un cuidador que se llamaba Bartolito que por las noches tocaba el bandoneón: ahí estaba mi horizonte», dice, y el psicoanálisis asoma en su perspectiva. «Creo que en el arte hay mucho del inconsciente», remata.
Tatiana afirma que uno de los momentos más complejos es el que ubica al artista frente a su obra. «Es complicado ese encuentro. Hay ahí una instancia de reflexión bastante fuerte. En ese sentido valoro muchísimo la opinión de los críticos, porque creo que la crítica, cuando viene de gente que una respeta, obliga a repensar el trabajo más allá del dolor inicial».
– ¿Sos autocrítica?
– Sí, muy.
– ¿Te pasó ver una obra tuya que no te gustara?
– Sí. Creo que una tiene que ir afinando el lápiz a cada paso. Quizá lo que en aquel momento de mi vida me gustaba, de pronto ahora no resiste mi nivel de exigencia. Hay errores que en aquel momento me los podía permitir y ahora no.
09_result– ¿Cómo ves el panorama de las artes plásticas hoy en Santa Fe?
– Creo que hay mucho movimiento de arte y que hay gente sumamente talentosa y comprometida. Últimamente han aparecido distintas vertientes como las instalaciones o la fotografía, que ha pasado a formar parte de las artes visuales; o el arte objeto, más allá de lo tradicional. Todas estas nuevas tendencias te obligan a repensar tu trabajo, te interpelan. Algunas son sólidas y se sustentan en el tiempo, otras son modas pasajeras; pero creo que una siempre tiene que tener una mirada abierta. El arte es un lenguaje de comunicación. Con una obra, ya sea en la música o en la literatura, vos te estás comunicando. En el caso de la plástica se trata de un lenguaje no verbal, donde establecés un vínculo con el espectador. Y ese espectador tiene que tener una sensibilidad para ver esa obra, que no tiene por qué ser bella. El Guernica, por nombrar un símbolo, es tremenda, dramática: no pasás indiferente delante de esa obra. Mi pequeña ambición -se ríe, modesta-, mi faro es ése: una búsqueda constante. Que la obra sea cada vez más significativa. Que quiebre, que te detenga. Que no me digan «qué linda».

CRÉDITO: Natalia Pandolfo

FOTOS: Pablo Aguirre