Fue Carmelita Descalza en el convento de Nogoyá. Durante seis años quiso dejar los hábitos y a cambio recibió vejaciones reiteradas. Cuando pudo salir, su testimonio ante la Justicia sirvió para condenar a prisión a la ex madre superiora, Luisa Toledo, por privación ilegítima de la libertad doblemente calificada por el uso de violencia y amenazas. «Fue una historia tenebrosa, sin embargo, cada día al levantarme, me digo que el pasado no me va a condicionar. Ese es mi lema de batalla y la camiseta que me pongo todos los días. A esos años los llevo conmigo, pero hay otra historia que sigue después de todo eso».

Los fundamentos leídos por los integrantes del Tribunal de Gualeguay que condenaron a tres años de prisión a la ex monja Luisa Toledo parecen sacados de una novela gótica ambientada en el Medioevo. Pero en esos fundamentos no hay literatura. Sino un detalle pormenorizado de la privación ilegítima de la libertad doblemente calificada por el uso de violencia y amenazas que padeció Silvia Albarenque, durante 6 años, hasta que logró salir del convento de Nogoyá.

Los considerandos leídos el 25 de julio de 2019 son inapelables. En uno de sus párrafos demuestra la clara voluntad que manifestaba Silvia de abandonar esos intramuros asfixiantes. Y las represalias ejercidas por parte de Luisa Toledo, ex priora del Monasterio de la Preciosísima Sangre y Nuestra Señora del Carmen: «(…) Asimismo, cuanto mayor era la insistencia de Albarenque respecto de su intención de retirarse, Toledo le atribuía a tal actitud el carácter de falta hacia los votos efectuados e incrementaba los castigos obligándola a utilizar el cilicio (cinturón o liga de alambre con púas) en sus piernas (…)».

Llueve en Paraná. Silvia baja del colectivo que la trajo desde su casa en María Grande y decide caminar unas cuadras por la peatonal. En un rato, le dará una entrevista a TODA por pura elección. Hoy su vida es así: decide qué hacer, con quién y cuándo hacerlo. Luego de años de sometimiento ese empoderamiento le parece maravilloso.

El texto judicial añade que Toledo también le imponía a Albarenque: «(…) la utilización de una mordaza fabricada con un trozo de madera o un tubo tipo de “Redoxón” perforado en sus extremos, los que atados con un hilo, era sostenido por detrás de la cabeza de la víctima y así le imponía el “voto de silencio” durante lapsos que iban desde horas, hasta una semana, pudiendo quitarse dicho elemento de la boca sólo para comer. En otras oportunidades la sancionaba mediante la penitencia de pan y agua, consistente en mantenerla encerrada en su celda durante períodos que la víctima calculó de tres o más días (…)».

Rompiendo cadenas

«Sabés porque doy esta nota, porque a pesar de todo lo malo algo bueno tiene que quedar. Los años que ellos me quitaron de vida no me los devuelve nadie, y verdaderamente me quitaron vida. Yo empecé a pedir salir de ahí adentro a los 26 años y recién pude hacerlo a los 32. Y salí deteriorada psicológica, física y anímicamente. Hasta que me pude reincorporar a la vida diaria pasaron 2 años más, haciendo terapia, tomando remedios, sin poder trabajar ni estudiar. Pero yo creo que algo positivo tiene que salir de todo esto, que le ayude a alguien a que abra los ojos», indica Silvia.

TS —Actualmente, ¿cómo es tu relación con la Iglesia?

SA —Soy agnóstica. Fue una decisión meditada, de hecho, seguí yendo a misa hasta dos años después de salir del convento. El clic me lo provocó el caso de los curas que violaban a niños hipoacúsicos del instituto Próvolo de Mendoza. Ahí dije, yo no tengo nada que ver con esta Institución, no adhiero a esa doctrina. A veces me da lástima pensar cómo se manipula a la gente en nombre de la fe. Se domina las mentes con una sutileza tan grande que si uno está ahí metido en esa telaraña es difícil verlo. No quiero ofender a quienes creen, mi mamá sigue practicando y mi hermana también, venimos de una familia católica, tampoco reniego de eso. Pero creo que me hizo mejor persona alejarme de la iglesia. Definitivamente, me hizo más humana.

Las mujeres de su familia 

Silvia recuerda que cuando fue a brindar testimonio a tribunales pensaba en las mujeres de su familia. Ese día se cruzaría por última vez con Tolosa, la madre superiora, que un tiempo después sería condenada a tres años de prisión, aún vestía los hábitos. «Antes de ir a declarar traté de ponerme linda. No quería estar dando lástima. Estaba rodeada de gente que me quería y que había sufrido mucho. No iba a estar como un trapo de piso. Entonces pensé en cómo maquillarme, en plancharme el pelo –cosa que casi nunca hago–, elegí qué ropa ponerme y ahí me acordé de las mujeres de mi familia. Lo que recibí como legado de mi mamá, de mi abuela, de su actitud frente a la vida».

TS —¿Cómo es tu realidad hoy, después del convento?

SA —Fue un proceso progresivo en el que fui recuperando mi identidad. Yo no sabía quién era ni qué me gustaba. Fue una historia tenebrosa, sin embargo, cada día al levantarme me digo que el pasado no me va a condicionar, lo que a mí me pasó no me va a condicionar. Ese es mi lema de batalla y la camiseta que me pongo todos los días. Tomé la decisión de que esa historia no me condiciona. La llevo conmigo, pero hay otra historia que sigue después de todo eso. El traje de super heroína me queda enorme. Soy una persona normal que está tratando de hacer de su vida lo mejor posible. Estudio Literatura, trabajo algunos días a la semana cuidando a una señora mayor. Hoy, para mí, cada acontecimiento sencillo de la vida es un motivo para celebrarlo. Que nadie me controle, ser dueña de lo que digo, de lo que hago. Soy dueña de mi pensamiento y de mis acciones. Y no estoy dispuesta a sacrificar de vuelta mi libertad. No quiero que nadie me indique lo que tengo que pensar. Cada materia que saco parece que se lo refriego en la cara al pasado. La misma psiquiatra me dijo que no vuelva a estudiar porque yo no podía y yo estoy haciendo materias de tercer año de Literatura, a mi ritmo, pero lo estoy haciendo. Hoy siento que soy una mejor persona.

Durante la entrevista, Silvia rescata cosas que parecen sencillas pero que, durante años, sintió que nunca más las podría volver a vivir: «Hay veces que voy a clases en bici y sólo darme cuenta de ese acto que parece tan común, me emociona. Soy libre de ir y si a la vuelta quiero pasar por la casa de alguien a charlar, puedo hacerlo. Nadie me controla, nadie me observa, nadie me reta ni me castiga. ¿Sabés lo que significa para mí saberme libre de quedarme una noche hasta tarde escuchando música? ¿O salir al patio a tomar mates? Uno hace esas cosas mecánicamente, pero cuando te faltan, son invalorables. Yo estuve 14 años sin poder hacer esas cosas sencillas, pero lo peor es que pensé que nunca más las iba a volver a tener. Yo recuperé esa libertad y esa pesadilla ya terminó.

TS —¿Cómo te imaginás en unos años?

SA —Espero terminar mi carrera, me gustaría tener independencia económica, que es importante en muchos aspectos. Espero seguir aprendiendo cosas nuevas. Por otro lado, rescatando un término religioso, me gustaría ser misericordiosa. Una persona flexible, no alguien duro que lastima a todo el que se acerca. Intento no lastimar con mis actitudes o con mis palabras. A veces creemos que lo sabemos todo o que tenemos derecho a decirles a todos los demás lo que tienen que hacer. O cuando nos han lastimado –como me pasó a mí en el convento– creemos que están justificadas nuestras actitudes diciendo «bueno, es porque a mí me lastimaron. Ya sé que soy hiriente, cortante, áspera, antipática, pero vos vieras cómo me hicieron sufrir a mí». Lo que digo es: si te hicieron sufrir, si sabés que feo es, no se lo hagas a los otros.

«Después de lo que viví, cada hecho sencillo de la vida es un motivo para celebrarlo»

 

Texto: Guillermo Capoya

Maquillaje: Camila Godoy

 Fotos: Cecilia Garcia Formenti y Sabina Melchori

Locación: Simbiosis Comunicación

Nombre de sección: Historias que salvan

Edición: N° 75

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