«Bebé Reno» es una serie británica reciente, que ha capturado la atención del público en Netflix, posicionándose rápidamente como “la más vista”. En esta producción, Richard Gadd – “Donny Dunn”, tanto creador como protagonista, se sumerge en su propio viaje de trauma y superación, utilizando el arte como única salida. La serie es un ejemplo vívido de cómo la realidad supera a la ficción, desafiando los límites convencionales de la narrativa televisiva. La etiqueta de «verdadera obra de arte», parece quedarse corta para describir la magnitud y profundidad, tanto en su impacto emocional como en su relevancia cultural.
El actor cuenta su desgarradora forma de llegar a ser un artista, pero para esto, como el personaje del mito de Psiqué, se entrega y somete a las más terribles y peligrosas pruebas en el encuentro de su amor.
Se trata de algo que, más que una mera auto-ficción, es casi una nueva forma de expresión y manifestación, con una sinceridad que asombra, cautiva y deja al espectador absorto, ha sido descrita por los medios más importantes del mundo como «la serie que perturba al mundo».
Richard Gadd, deja su alma completamente desnuda. Más allá de todo y de manera compulsiva repite y repite, entra y sale y vuelve a entrar en la paradoja (en tanto algo más que el conflicto). Vuelve a cada una de las situaciones que podríamos llamar traumáticas; violaciones, acosos, abusos de todo tipo –sobre su cuerpo, su psiquismo, su integridad, su vida entera. Él dice: “cada palabra creí… era lo que siempre había querido escuchar… “creo en ti”, por eso hice todo lo que me pedía… ¿hasta dónde se puede llegar por un halago?, reflejando la profunda necesidad humana de ser validado y reconocido.
El actor, protagonista de su propia narrativa, no solo revive esos episodios dolorosos, sino que también los interpreta, los transcribe y posiblemente los dirige, desplegando una sinceridad tan cruda que roza la brutalidad, y hace alusión a que «el arte es la evidencia de que la vida no nos alcanza», nos sumerge en su proceso donde los traumas personales se transforman en expresiones artísticas, trascendiendo así los límites de la existencia cotidiana.
Con un título que sólo al final se logra entender, elegido quizás, por comprender el terrible desamparo de quien más lo persigue y asfixia, Martha: “–lo único bueno en mi vida fue ese bebé reno–”.
Servirnos del arte, como lo ha hecho Freud a lo largo de su obra, nos coloca y en este caso nos expone a necesarias interpelaciones de muchos tópicos, entre ellos acerca de los usos y abusos que hacemos de los psicodiagnósticos, ya que nos desorienta, como debería suceder con el arte y que a veces olvidamos. Desde una “loca” (no psicótica) que no come vidrios y que despierta rechazo y empatía (ambivalencia, condición natural de la psique, amor y odio hacia el mismo objeto) tanto en el protagonista como también en el espectador, pero anclada en el principio de realidad, sin dar pasos en falso y sabiendo cómo realizar (sin errores, pero con verdaderos actos fallidos que no la encuadran en una sencilla nosología) la búsqueda de su primer objeto de amor (inanimado): esta es “Martha”. Hasta un violador al que recurre “Donny Dunn” con el fin de ser abusado en reiteradas ocasiones (quizás como compulsión mortífera de aquello que no tiene palabra y que el protagonista desconocía –una especie de desplazamiento transgeneracional, en la constitución de un padre) que conducen al personaje principal a replantearse, de manera constante y agotadora, no su vocación, sino toda su identidad e incluso su sexualidad, en ese proceso creativo.
En una conferencia del 6 de diciembre de 1907, Freud postula que, durante el juego, el niño se comporta como un verdadero artista y que lúdicamente crea y reorganiza todos los elementos de su mundo real. De la misma manera, un artista intenta a través del arte satisfacer sus deseos infantiles y a veces retorcidos, en busca de la realización como corrección de la realidad insatisfactoria y a veces cruel. Una experiencia intensa, nunca desligada de recuerdos antiguos y sepultados, como una forma de dar sentido a su trauma.
¿Por qué el protagonista necesita sufrir tanto en esa búsqueda con la que paradójicamente, logra por esa vía, triunfar? Él dice: «amaba más odiarme, que amarme a mí mismo», que revela una dinámica interna compleja y conflictiva. Este autorechazo parece ser la fuerza motora detrás de su creatividad y éxito. A través de esta compulsión repetitiva, logra finalmente alcanzar su meta, no solo en el contexto de la serie, sino también en el proceso mismo de crearla. Esta dinámica refleja la profunda conexión entre el dolor personal y la expresión artística, donde la obra se convierte en una manifestación de la lucha interna y paradójicamente, en un triunfo sobre ella. Es como sí, al amasar lo que se le escurre entre los dedos, encontrara una manera de dar forma a su sufrimiento y convertirlo en algo tangible y significativo. Una miniserie fuera de serie.
Paula Sastre y Ezequiel Achilli son psicoanalistas. Instituto Universitario de Salud Mental (IUSAM), Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA).
Fuente: Pagina 12 / Por Paula Sastre y Ezequiel Achilli