Colores y texturas cabalgan sobre el lienzo y, por aparente capricho, la forma se alza sobre la mancha en actitud triunfal. Las caretas estridentes están condenadas a esas dos dimensiones a las que el artista, joven y apasionado, las relega. Él deja caer las suyas. El talento lo habita y parece destinado a sumar un capital trascendente al arte de los santafesinos.
Cortázar describe con minucia la escena de un crimen que aún no se cometió pero que es inexorable. En esa coartada literaria en la que se baten a duelo la realidad y la imaginación, en ese nudo fantástico de palabras se construye “la continuidad de los parques”. Algo hay de esos símbolos paganos, de esa vejación que produce lo irreal sobre la materia para volverla mítica, mística, subyugante, en los trazos consistentes de Sebastián Kaminsky. Pero acá se pinta la paradoja porque, al revés del texto famoso, lo que hay es una discontinuidad de máscaras, y parecen todas caer para dejar, desnudo, el solo pensamiento creador.
La ventana está abierta y lo mismo entra el gorjeo de los últimos pájaros del día como la luz atemperada de la tarde. Conviven algunas prensas antiguas, textiles coloridos, libretas que huelen a emplasto vinílico que cuidadosamente ordena y clasifica Alejandra, la compañera, con obras del joven artista, cruzadas por tonos vibrantes, surcos manifiestos, danza tribal paraconjurar a los demonios que interpelan con una mirada humana en unos ojos escondidos tras la maraña de pinceladas.
La obra de Sebastián es múltiple y son muchos los caminos que, como a Roma, conducen a ella. Formado desde pequeño por una vocación temprana, en Santo Tomé, su ciudad natal,se sucedió con los años el recorrido que lo trasladó desde lo concreto a lo imaginario, del realismo crudo con el que suele iniciar una obra a la construcción de una imagen nueva que trasciende lo académico para instalar una mirada personal: “si tengo que definirme, podría decir que mi trabajo es expresionismo, con un tinte de cubismo, personal… tengo bastante versatilidad aunque hay una huella icónica. No me gusta encasillarme. Prefiero manifestarlo como una búsqueda constante”.
El arte lo ocupa hasta en los aspectos cotidianos. Cuando trabajaba en una empresa dedicada al mantenimiento de parques y jardines solía usar el pasto como bastidor y la máquina segadora como instrumento de trazo: dibujaba formas y luego se subía a los techos para observar el resultado. La anécdota, risueña si se quiere, resignifica, sin embargo, una pasión que es incontenible: “uno siempre está pintando. Pintar salva de la rutina. Suelo acostarme con una idea y tal vez sueño con el detalle que le pondré a la obra al día siguiente”.
Sebastián menciona, casi sin querer, la noche como el momento que se vuelve diáspora. Es que desde la oscuridad nacen muchas facetas que dan identidad a su trabajo. Aparece la idea de los demonios, que no son otra cosa que “los miedos, las dudas… que no se dispersan, sino que hay que espantar trabajando. Descubrí que antes que espantarlos hay que ponerlos a trabajar”. Y esos diablos internos, susurrantes, se exorcizan a través del movimiento de las manos y de la concentración del espíritu que los traslada, inofensivos y coloridos, a la tela. Porque si hay algo que impacta y define la obra de Kaminsky, eso es el color, y dice: “el color necesita protagonismo y bastidores grandes. Me gusta el color puro para que no pierda identidad”.
Afirmados contra una pared inmaculada, los rostros fantásticos miran a través de ojos casi vivos con luces que se asemejan al agua real yse velan, se diluyen detrás de un entramado de texturas, tan similares a las oquedades que traza la gubia para los grabados, de una amalgama de tonos superpuestos que parecen remedar viejas máscaras de rituales ancestrales. Mientras habla, el artista los mira. Se inspira en ellos para adentrarse en el concepto que lo sostiene: “todos los días uno tiene máscaras pero atrás hay otros elementos”. Y así Sebastián se anima a quitarse las suyas, es decir, haciendo esa transferencia que traslada las imágenes internas, las incertidumbres, los miedos, a un soporte de papel o de lienzo. Y el juego prospera porque el cruce de sensaciones halla en él un mapa propicio para marcarse. Es común escuchar que el arte salva, rescata, reivindica, recupera y redime. Sin embargo, mientras la luz de la tarde se reduce hasta reducir la atmósfera a una especie de halo sobreviviente, el concepto del joven cruza a la orilla siguiente y afirma: “para mí el arte te condena, te condena a una búsqueda constante, de sentidos, de experiencias… no me imagino haciendo otra cosa”.
Ha ganado certámenes y participado en exposiciones individuales y colectivas. La Bienal de Arte Joven, el Salón Primavera y otros espacios consolidados mostraron su obra. Recientemente, Kaminsky fue galardonado como Revelación en Artes Visuales en los Premios Escenario 2016. Entonces puede decirse que Sebastián deja de ser promesa para transformarse en consolidación. La pasión rinde sus frutos.
Y cae la noche, finalmente. Con la última luz los colores de las máscaras resplandecen y se proyectan, como un tatuaje,sobre la piel del artista. Hay algo que conecta a los creadores y va más allá de los tiempos y las geografías. La obra, el gesto, la palabra cuentan historias. Quizás, por alguno de esos misterios que ningún hombre ha podido develar, una imagen suya haya intuido Bradbury en 1951 cuando escribió los 18 cuentos de “El Hombre Ilustrado”. Porque la tinta se aloja en la piel del mismo modo que el ímpetu corre en la sangre. De ambas sustancias está hecho Kaminsky y no hay máscara que lo oculte.
Crédito: Fernando Marchi Schmidt
Fotos: Pablo Aguirre
Maquillaje artístico: Mariana Gerosa
Locación: “El Taller: casa de arte”