«No te preocupes, no soy tan filoso», aclaró el entrevistado al reportero de TS, ante el innecesario prólogo de dudas que éste puso a la conversación. Sucede que al leer los libros de Santiago, en especial El Espectador (Gog y Magog, 2012) y Vida de un gemelo (Iván Rosado, 2014), la admiración se mezcla con lo perturbador y cautivante de su mirada sobre la realidad, lo que para el entrevistador, pobre, dio como producto un ligero sentimiento de inseguridad.
SV- No hay tantas preguntas. Yo también hago entrevistas porque soy investigador y colaboro en un sitio llamado «Bazar Americano». Entrevisté a algunos traductores y, más allá de ciertas particularidades, las preguntas son siempre las mismas. Uno no puede ser muy original, así que no te preocupes.
Segunda aclaración, se rompe el hielo (¿de su mirada?) y se revela un tipo gentil, bien dispuesto a compartir experiencia y saberes.
El primer poema que publicó Santiago salió en El Colono, diario de Esperanza, la ciudad en la que nació. «Fue un poema que escribí cuando murió mi mamá. Tenía catorce años y escribí un texto influido por la coyuntura. Cuando se publicó, lo leyeron la familia y los amigos, me hicieron comentarios. Yo ya venía escribiendo de antes, pero con esa especie de visibilización ‘micro’, a través del diario del pueblo, acentué un poco más el oficio, aunque era adolescente y no tenía muchas herramientas. El poema era horripilante, de más está decirlo».
TS- ¿Cómo fue el salto de lo íntimo a lo público?
SV- Creo que es un salto que hay que dar en algún momento. Unos años después, a los 17, gané un concurso de una editorial de Buenos Aires. Y hui haciéndome a la idea de que, si quería escribir, tenía exponerme un poco más. Cuando era estudiante, participé de algunas lecturas –en la Bienal de Arte Joven, por ejemplo– pero no eran tan frecuentes. Y había otras instancias de exposición, aunque no así de placenteras como las de hoy, porque yo era más chico y no sabía bien de qué se trataba. Ahora todos los poetas tienen un timing asombroso cuando leen en cualquier lado. A mí me costó un poco aprender a leer en público.
Una vez dado el paso hacia dentro del ámbito literario, Santiago realizó un largo recorrido hasta llegar al estilo definido que trabaja hoy. Un poco de participación en talleres, mucha lectura y conocimiento académico le permitieron situarse y establecer de manera bastante precisa qué quería hacer y qué no.
SV- Una vez participé de una lectura en el Foro [Cultural Universitario] que me hizo entrar en crisis. No escribí por algunos años, recién después vino El espectador. Me parecía que todo lo que escribía era horrible, me sentía un poeta modernista en medio del siglo XXI. Tuve que revisar lo que estaba haciendo. Antes mi escritura era bastante diferente, estaba demasiado ligada a una retórica y una idea de la poesía muy estricta y limitada, que decía qué era poético y qué no lo era, qué estaba bien y qué no… por suerte pude sacarme ese peso de encima, porque no es productivo para escribir.
TS- ¿Cuándo dijiste “che, que bueno esto que escribí”?
SV- Pocas veces dije: “qué bueno lo que escribí” (risas). Hay poemas que me gustan, pero soy bastante inseguro con los textos. La publicación es la instancia en que uno se desprende un poco del texto. Tengo ahora un libro que aún no publiqué, Un espécimen adulto, y vuelvo a él seguido, lo corrijo un poco. Y aunque cambió bastante, no estoy seguro de que el libro haya mejorado.
TS- ¿Tenés un método de trabajo o cada texto impone una rutina distinta?
SV- Creo que cada texto tiene su propia dinámica. Algunos surgen casi enteros, uno los escribe y están casi listos. Hay otros que no, que parecen estar listos pero no lo están y tienen varios problemas, entonces hay que revisarlos varias veces. Ese es mi caso, hay poetas que escriben de otra forma, que son más espontáneos; y hay otros que corrigen mucho más que yo. En general, corrijo bastante, y en ese proceso no diría que empeoro los poemas, pero sí que terminan siendo muy diferentes a lo que quería que fueran. Pero eso está bueno porque es la dinámica propia de la escritura: llevarte a otras cosas que no esperabas.
Su búsqueda de objetivar las cuestiones aparentemente más mundanas es deliberada, «adrede –según dice–, lo hago con intención y está en la línea de generar una desautomatización en la percepción de las cosas, como lo que hace todo poeta. Todo poema es un intento de salirse de lo real para hacer algo nuevo con lo que uno ve. Ese es el modo en que hago poesía».
TS- ¿El humor también es deliberado?
SV- También. Mi primer libro lo publiqué en España por un premio [El exceso, 2008, VIII Premio de poesía joven de la Fundación Gloria Fuertes], pero para mí es malo. El segundo fue El espectador, que es mucho más serio y convencional, aunque es cierto que tiene un poco de humor, a su manera. Vida de gemelos ya es un punto de fuga respecto de lo que yo venía escribiendo y ahí sí hay una búsqueda intencional del humor.
El entrevistador pensó en una cita final para tentar otra reflexión del poeta. Una cita de una cita, en realidad. Maupassant recurre a Boileau en el prólogo de Pedro y Juan para decir: “Mostró el poder de una palabra colocada en su lugar”.
TS- ¿Renegás mucho buscando esa palabra?
SV- Primero dejame decirte: Maupassant es uno de los autores que más leo. Vuelvo siempre a sus cuentos. Para mí son geniales. La Maison Tellier, por ejemplo. Trabajaba muchísimo con el humor y creo que algo quise aprender de eso. Obviamente que reniego buscando la palabra. Tal vez no justamente una sola palabra. Me pasa que, por mi manera de encarar la escritura, puedo tener un poema casi listo pero tiene un problema en un verso o no encuentro una palabra y me cuesta mucho resolverlo. Es un trabajo. Siempre estás buscando la palabra, sino no serías poeta.
Biografía breve
Santiago Venturini nació en la ciudad de Esperanza, en abril de 1981. Creció en una casa alpina, en un barrio rodeado de montes. Llegó a Santa Fe en 1999 y vivió en cuatro casas diferentes. Estudió Letras en la universidad en la que hoy trabaja como profesor e investigador.
Dice que escribe poemas porque es la única forma de hacer que algo dure. Como todos, a veces se queda parado en la cocina y se pregunta: ¿y ahora qué hago?
CREDITOS: Mariano Peralta
FOTOS: Pablo Aguirre