“Cuando tenía dieciséis años, dejé atrás, como lo dijo Jesús, a mi familia, mi madre, mi padre, mi hermana, para hacerme religiosa. En plena adolescencia pueblerina, libre de contaminación, no tenía idea de que iniciaba un camino hacia el mismísimo infierno, hacia un infierno desconocido para mí, jamás imaginado siquiera, plagado de abusos y mentiras“.
1983. Sandra Migliore era adolescente y se entusiasmó con la idea de “ser un puente de salvación entre Dios y los seres humanos”. Convenció a su familia, dejó su pueblo de Córdoba, Justiniano Posse, y tras tres horas de viaje se instaló en la casa de formación de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de Cristo Rey en San Lorenzo, Santa Fe.
Le dieron una celda en la que había una cama y una mesita, en medio de una enorme habitación compartida con otras adolescentes aspirantes a monjas. Los días eran monótonos. De noche escuchaba llantos y lamentos de compañeras. Una de las formadoras era la Hermana Bibiana, que a poco de llegar la acorraló en un rincón oscuro para tocarla, besarla, abusarla. Sandra la apartó bruscamente, la frenó con voz determinada y mirada punzante.
La Hermana Bibiana se dio cuenta que no podría avanzar más con aquella chica de carácter, pero la amenazó y la obligó al silencio. A las demás novicias las abusó a casi todas: chicas con vocación religiosa, o chicas pobres enviadas allí por sus padres, que no podían darles de comer. Sandra asegura que fueron al menos 30 las novicias las abusadas por la Hermana Bibiana en los diez años que estuvo en San Lorenzo como formadora.
“Aquí no ha pasado nada”
Sandra describe su estancia en el convento como “una vida llena de hipocresías y mentiras”. La Hermana Bibiana les decía que su “acercamiento era el reemplazo del afecto materno” que no tenían, ya que sus madres estaban lejos.
“Todas sufrimos ataques similares –escribió Sandra en “Raza de víboras”, un libro en el que cuenta sus memorias como novicia-. “Sus manos, pequeñas y severas, reptaban con fuerza por mi cuerpo, presionando mis pechos hasta hacerme sentir dolor. Sus dedos recorrían mis genitales para luego llevar los míos hacia los suyos. Se frotaba contra mí y, después de temblar, de arrastrarme al piso como un animal, la veía convulsionar en un gemido de placer, para volver poco a poco a la calma. Minutos después, acomodándose la ropa, nos diría con total convicción: aquí no ha pasado nada“.
1991 Sandra deja los hábitos. Trabajaba en uno de los colegios que la congregación tenía en Lanús. Intentaron echarla con papeles falsos y firmas adulteradas.
El 8 de marzo de 2011 una de las novicias denunció a Bibiana Fleitas en la sede del obispado de Avellaneda-Lanús. El 21 de noviembre de 2011 se presentó una segunda denuncia contra la hermana Bibiana. Esta vez, ante el Arzobispado de Buenos Aires. Sandra la denunció el 29 de noviembre de 2011 ante la Madre General de las Hermanas Franciscanas, que tiene sede en Roma.
Valentina, cuando aún era monja
En el colegio de Lanús Sandra conoció a Valentina, otra víctima de la hermana Bibiana. Los abusos sufridos por Valentina se habían prolongado durante un año y medio. Abusos que no había podido contar. Al cruzarse con Sandra, comenzó un nuevo camino, el de la sanación, que la llevó. también, a dejar los hábitos. En 2017 se casaron. Desde entonces viven en Justiniano Posse, el pueblo de Sandra.
Caminemos Valentina
“Un día me llamó mi querido amigo Eliseo Subiela y me dijo: una muchacha me ha traído un libro que cuenta la historia de su vida desde que entró al aspirantado, para ser monja, y los abusos a los que fue sometida hasta que se consagró. Es un libro de denuncia y veo allí una película, pero no es mi estilo y te puede interesar”, cuenta el director de cine Alberto Lecchi. Así surgió “Caminemos Valentina”.
La historia de dos monjas abusadas.
La película -se estrena el jueves 14- busca visibilizar la violencia sexual sufrida por muchas de las aspirantes a monjas y el encubrimiento y abuso de poder de las autoridades de la congregación. También se detiene en la historia de amor entre Sandra y Valentina, y su lucha, aún actual, por la verdad y la justicia.
-¿Has sentido alguna vez una sensación extraña en tu cuerpo? Es natural, a todas nos ha pasado. ¿Has menstruado?-, le pregunta la hermana Bibiana a Sandra, en una de las primeras escenas de la película.
-Sí, hermana, y he sentido cosas extrañas pero me he podido controlar.
-¿Has besado a algún chico?-, continúa la monja mayor-.No dudes en acercarte a mi si algo te sobrepasa.
Poco después la Hermana Bibiana abusó de Sandra y la amenazó: “Si dices algo no recibirás los hábitos”. A Valentina siempre le decía: “La culpa es tuya porque tenés la piel de porcelana”.
“Escribir el libro fue para mí como el alta médica en un proceso largo de sanación para vivir mejor esta vida linda. Lo mismo me pasa con la película. Es el cierre de una etapa que nos permite mirar hacia adelante”, dice Sandra, 40 años después de los abusos.
“Acompañé mucho a Sandra con el libro. Y con la película lloramos mucho. Fue toda una construcción la de los personajes, un proceso que me ayudó mucho. Estoy en paz“, dice Valentina.
Perder la fe
“Ya no somos religiosas. Hace mucho que hemos perdido la fe en las religiones y Dioses impuestos”, asegura Sandra. Critican al Papa, que no respondió sus cartas ni expulsó a la hermana Bibiana de la Iglesia. “Se fugó. Está en las afueras de Caracas, Venezuela”, aseguran. Clarín intentó comunicarse con la Congregación de las Hermanas Franciscanas, pero nadie respondió.
“Si Francisco quisiera cambiar las cosas ya hubiera echado a todos los curas abusadores que fueron condenados”, aseguran desde la Campaña Contra la Prescripción de los Delitos de Violencia Sexual. Jorge Grassi, Justo José Ilarraz, Christian Federico Von Wernich, Juan Diego Escobar Gaviria. La lista de curas ya juzgados y condenados que siguen formando parte de la Iglesia es demasiado larga.
“Le brindamos nuestro apoyo y solidaridad a Sandra y Valentina como sobrevivientes de abuso eclesiástico, son un ejemplo de lucha y superación. Su coraje para denunciar y visibilizar su historia impide que se imponga el silencio, es un aporte imprescindible para que se hable sobre los abusos dentro de la iglesia -dice María Laura Cardozo, de 100% Diversidad y Derechos-. Esperamos que Caminemos Valentina sea un mensaje que la iglesia católica escuche para que haya verdad, justicia y medidas que garanticen la no repetición“.
Fuente: Diario la Republica.