Un café caliente y la promesa de queso casero fueron el preludio de una extensa charla con Rodrigo “Negro” González. Su casa en Guadalupe, la que comparte con su mujer, hijo y dos gatos negros (uno itinerante), el escenario. Desde La Cruda hasta Experimento Negro, lo que viene después de ‘Yo’, la infancia, la espiritualidad, como lo ven y como se autopercibe en un ida y vuelta que dio material a esta nota para Toda Santa Fe.
Él siente que la palabra rock star no le cabe. “Pasa que yo asocio rock star a una vida alocada, un don Juan del rock and roll, que anda coqueteando todo el tiempo con mujeres y drogándose -relata-. Y yo soy tranquilo, familiero, cocino, no tengo glamour, ando en bicicleta y estoy en pareja desde hace 22 años. Sería el anti rock star”. La palabra artista le genera también un cierto recelo. Siente que el término ha sido manoseado y mal usado ¿Cómo se define, entonces? “Soy un tipo que intenta hacer música y expresarla a mi manera”.
Rodrigo fue parte de una banda, La Cruda, que se separó en pleno crecimiento y proyección cuando ya convocaba en sus shows entre 700 y 1000 personas en la ciudad. Muchos lo siguieron en su salto solista y otros no. “Algunos se quedaron enamorados de ese proyecto y quieren que volvamos…pero no”. Y hubo momentos difíciles. En alguno de ellos, el Negro se contactó con la música de Syd Barret. Oyente de Pink Floyd, Barret no había sido el integrante que más lo sedujera pero conocer la etapa solista y aspectos de su vida lo llevaron a empatizar con ese personaje que hizo discos con el “ala herida”. “Siempre nos apropiamos de algún artista que dice las cosas en un determinado momento de tu vida y parece que está hablando vos. Uno se apodera de canciones que son como señaladores del libro de la vida propia”, comenta.
Rodrigo y el barrio de Guadalupe aparecen inseparablemente unidos en el inconsciente rockero santafesino. Él vive allí desde los cuatro años pero nació en otra zona de la que conserva un recuerdo cuya nitidez desafía las limitaciones memorísticas de los primeros años de vida. Tenía tres cuando mintió a su madre sobre a cual abuela iría a visitar y cruzó solo Aristóbulo del Valle. La explicación (“antes de cruzar miré para un lado y para el otro”), la angustia de su familia, la paliza y el recorrido hecho se mantienen intactos en su memoria. “Hace menos de un mes, hice ese caminito de nuevo”. Al Negro parece no molestarle el rememorar. La estética de su disco “Yo” lo demuestra. Dibujos infantiles y escrituras del inicio escolar son las imágenes que acompañan a ese trabajo introspectivo y personal.
En su casa se escuchaba música, mucha y variada, y sus progenitores deben haber sospechado que eso marcaría a Rodrigo. “Vieron como me trastorné con la música, las cosas que me generaba”. Un JVC comprado por su padre, aparece en este momento de recuerdos; “estaba en el living y a la noche, mientras mi vieja cocinaba y mis hermanos hacían la tarea, yo apagaba la luz, prendía el equipo que tenía unas lucecitas verdes que apenas iluminaban y escuchaba Queen, ThePolice, Genesis”. Era la música que llegaba por sus hermanos mayores. Ese niño de ocho años enloquecía particularmente con el disco de la banda liderada por Fredy Mercury. Después creyó que sería baterista. “Había planteado una batería abajo del limonero con tarros y latas”, cuenta. Hace poco pudo saber que su padre, el “Toro” como el mismo lo apodó de niño, fue conocido fuera de Santa Fe (adonde llegaba en tanto viajante) como “Negro” y que en algún momento ese señor, para el tan formal e impoluto, había integrado una banda que hacía play back con instrumentos falsos. Una especie de maqueta inconclusa de lo que él mismo lograría completar con su vida.
Su último disco editado, “Yo”, es un viaje hacia adentro y hacia el pasado. “Es mi entretenimiento deseado y obligatorio para poder vivir: escribir canciones y hacer catarsis mediante ellas”. Y ese trabajo que le generó buenos síntomas desde que empezó a proyectarlo, sigue dándole satisfacciones. “Está en youtube, empezó a viajar y sucedieron cosas muy lindas. Por ejemplo que a mis amigos les guste y a sus hijos les guste aún más. Este disco me ha inflado el alma y el corazón”. A la vez, se está abriendo un nuevo espacio en Buenos Aires para su música. Allí, son cada vez más los que asisten a sus shows y cantan sus canciones. Sin embargo, él no dejaría Santa Fe, ciudad desde la que cree que es posible crecer. “Lo ideal sería tener una especie de bunker allá adonde caer en ese tipo de situaciones” y después volver, siempre, claro.
El Negro es una persona muy espiritual. “Todavía no tengo grandes certezas, no he llegado a conclusiones” afirma, pero si cree que el ser humano está “en un punto muy cercano a pegar un salto espiritual, aunque va a llevar un tiempo”. Le molesta la mentira sistemática y las religiones opresivas, las que en nombre de un ser supremo cometieron barbaridades. “Me gustaría que la gente se preocupe más, que en la vida eterna, en disfrutar el hoy”. Conocer el proceso industrial de la carne y el respeto a la vida animal lo llevaron a abandonar ese tipo de alimentos. Cree en la vida extraterrestre y pasó por momentos de intenso interés en el tema. “Ves lo grande que es este universo y el granito de arena que somos en él, ¿cómo no va a haber más vida inteligente? Creernos que somos los capos del universo sería ególatra y frustrante”. Mientras, negado a los teléfonos de última generación y al whatsapp, prepara desde su espacio personal un próximo disco que será largo (“Me encantaría que tenga 20 canciones”), intenso y variado: “Con canciones muy rockeras y otras que parezcan cantadas desde una nube”, explica. Esa obra que ya está íntegramente pensada, que será parte ejecutada por él solo y parte con la banda, aún no tiene fecha de edición pero en la charla el Negro se atreve a un deseo: “ojalá que esté el año que viene a esta altura invernal como en la que estoy hablando con vos”. Mira el calendario y decide que 22 de julio (como ese día) o 23 serían buenas fechas. Estaremos esperando.
Fotos: Pablo Aguirre.
Crédito: Julia Porta.