“Quien cierra el círculo teatral siempre es el público.”

A la hora puntual de establecido el encuentro, Roberto baja de un taxi y llega al Bar Tokio -otro patrimonio cultural de nuestra ciudad- y con él un centenar de interlocutores se sentaron a nuestra mesa, presentes a través de su voz, para desandar la historia de su vida.

De mirar sincero, transparente, simple, amigable y talentoso, Roberto el personaje central de una vida desafiante que desde su perfecto discurso y con histriónica verborragia comparte con nosotros su pasión por el quehacer cultural.

 

TS- ¿Cómo fue ese primer encuentro con el escenario?

RS- Yo tuve parálisis infantil en el año cincuenta, que dejó como secuela una pierna más chica que la otra. Cuando voy a la escuela primaria, la gran frustración de mi vida era no poder bailar el malambo. Entonces, la maestra, muy astuta me dijo: bueno, vos no podés por una cuestión física, pero podés hacer otra cosa, porque no recitás poesía. Yo me acuerdo que un 14 de abril, el Día de las Américas, fue cuando empezó a meterse el bichito. Cuatro años después voy a ver una obra de un autor santafesino, mi hermano mayor, Gustavo era el protagonista.

TS- Bueno, ¿ya había una motivación?

RS- No, no. Mi hermano fue lo único que hizo. Luego, esa instancia de acercamiento a la tabla quedó detenida. Tuve una escuela accidentada, porque a los 15 años yo hice el colegio nacional pero en casa no había para comer, e hice  la escuela secundaria en colegios nocturnos. Porque yo quería estudiar.

Cuando muere mi mamá, las monjas del Hospital Iturraspe, donde trabajo casi treinta años me llamaron porque sabían que yo quería estudiar y me dijeron, el cargo de tu mamá está vacante, y yo dije que sí,. Mi mamá era mucama, o sea yo fui a lavar pisos del Hospital, que era lo que mi mamá hacía. Hasta que un día pedí hablar con la Madre Superiora, y le dije: Hermana yo tengo un título secundario, porqué no lo ponemos en práctica en algo que pueda servir.

TS- No te gustaba lo que hacías?

RS- No, no porque me molestara, no se me cayó ninguna corona, pero me parecía que podía hacer algo más. Y me pusieron de telefonista de noche. Yo siempre sostengo que si cada ser humano estuviera 24 horas de su vida, nada más, en un hospital, el mundo sería distinto, te lo aseguro, estoy convencidísimo. Y así hice la mitad de la carrera de letras.

TS- ¿Cómo empezaste a transitar el mundo del teatro?

RS- En la facultad, yo tenía un profesor brillante que se llamaba Ricardo Ahumada. Y él estaba por estrenar una obra con el grupo de actores de la Biblioteca Moreno y me dice, Roberto Ud. no podría colaborar vendiendo algunas entradas. Me trajo veinte entradas y vendí trescientas cincuenta y para ellos era como una maravilla, y me invitaron al estreno. La obra, “El abanico de Venecia”, tenía mucho estilo viscontiano y comían un arroz frío, como se come en el teatro. Al terminar la obra, nadie tocaba los platos, yo me fui levanté los platos y los lavé y eso fue meterme en el grupo, iba todos los sábados a ver la función y me entré a fascinar.

TS- ¿Y el diario?

RS- Cuando me meto en el mundo del teatro, estudiaba con Antuco Francia y en la casa de él lo conozco Gustavo Víttori, y le dije: que el diario se estaba perdiendo uno de los mejores correctores de la historia del periodismo santafesino, que era yo (risas). Lo volví loco hasta que el jefe de personal me manda a llamar para hacer una prueba y al otro día yo empecé a trabajar como corrector, un 19 de septiembre de 1979, lo digo así porque a mí me cambió la vida, porque estaba haciendo lo que me hacía feliz, era mi sueño.

TS- ¿Siempre fue tu meta un medio gráfico?

RS- No, yo quería estudiar medicina, yo quería ser médico y curar enfermos, pero en la escuela secundaria una profesora de literatura me descubre el mundo de las letras de manera contundente y ahí hace un click en mi cabeza y entonces empiezo con la cultura.

TS- ¿Cuándo volviste a pisar las tablas?

RS- En una obra que se llamaba “Cómico” que era la vida de la familia Podestá, pero esencialmente de “Pepino el 88”, que es el personaje con el que yo debuto en el teatro, un personaje emblemático en la historia del teatro argentino, de ahí empezamos a ensayar Shakespeare y me entré a entusiasmar. Viene una temporada de verano y construimos un escenario en la terraza de la biblioteca Moreno, con chapas que yo pedí en el diario hicimos un escenario todo pintado de colores y se hizo una comedia musical con música en vivo. Ahí canté y baile y me tomé la revancha del malambo, debo haber bailado de manera muy particular, porque además, el personaje era un borracho, pero yo era muy feliz y estaba pleno, estaba solo en el mundo, pero pleno. Había logrado ya un mundo muy particular, el mundo del teatro, que es la posibilidad de representar otros y de ser otros.

TS- ¿Cuál fue el gran personaje de tu vida?

RS- Para mí, el protagonista de “Todos serán mis hijos” en una adaptación que tuvo como título “Regreso a casa” en  abril del 1982, adaptada Antonio Germano. Ese personaje yo tenía treinta y dos años y me acuerdo que hasta hice un tratamiento fonoaudiológico para encontrarle la voz, para poder cambiarla sin complicaciones.

TS- ¿Cómo fue tu paso de corrector a escritor en el diario?

RS- Siempre quise escribir en el diario, pero estaba Reynoso Aldao, yo era muy amigo de él, era una especie de padre putativo que me enseño el oficio. Hice seis años en la corrección del diario, pero  Yo quería escribir, y Jorge Reynoso, un día me dice bueno, tanto querés escribir, para mañana trae tres artículos, uno local, uno nacional y otro internacional. No dormí en esa noche, trabajando, se publicaron los tres y al otro día yo pase a la redacción del diario. Y recuerdo que Reynoso me dijo: vas a hacer las notas de teatro, las críticas las voy a seguir haciendo yo.

TS- ¿Recordás tu primera crítica?

RS- Mi primera crítica era una a obra de Griselda Gámbaro, “La mala sangre”, dirigida por Elsa Ghío y el título fue “Los sonidos del silencio”, Reynoso ya no estaba en el diario y me llamó por teléfono y me dijo: “El trono ha sido muy bien ocupado”, ahí me relajé.

TS- ¿Fuiste benévolo alguna vez con una crítica?

RS- He matado a algunos, mal, pero siempre he construido para el logro del hecho teatral. Cuando yo entro a una sala de teatro me pongo un caramelo en la boca, porque quiero que lo que yo voy a ver ahí sea dulce, sea hermoso. Yo me siento partícipe. Si yo creyera que la crítica teatral cierra el círculo del teatro sería un pelotudo. La crítica de teatro forma parte de ese círculo que es una obra determinada, quien cierra el círculo, siempre, es el público. Yo sé que una buena crítica ayuda, eso es cierto, pero ayuda mucho más que el teatro esté bien hecho. Aunque, hay veces que he optado por el silencio, que es el peor modo de opinar.

TS- ¿Consideras que se le da la importancia merecida al teatro santafesino?

RS- Dentro del diario pude lograr que se le diera un lugar muy fuerte, yo puse el teatro en Tapa del diario y hoy sigo dándole el lugar de prestigio que creo se merece. El teatro santafesino es  diverso, no ha quedado estancado en determinado tipo de teatro. Además, tiene dramaturgia propia, acá hay muchos escritores/as de teatro, que construyen una política que es propia, pero que se va integrando y hace que sea una de las ciudades del interior del país que tiene mayor cantidad de autores. Y eso es fantástico, eso habla de un crecimiento.

TS- pasamos por tus inicios, la facultad, el teatro y el diario. Qué pasa con la TV?

RS- Ha sido una posibilidad maravillosa. La Cuarta Pared tiene quince años en el aire, no tiene auspicios y, sin embargo, es un programa que el canal sigue emitiendo y que posibilita darles la palabra a los creadores, porque he abierto esa marcada tendencia a hacer exclusivo el teatro, lo he abierto a la música, al cine, a la literatura y al arte plástica. No hay programas culturales en la televisión santafesina, y que exista éste a mí me parece lindísimo.

TS- ¿Por dónde sigue el camino de Roberto Schneider?

RS- Me queda un año y medio y me jubilo, se que estoy espléndido, pero tengo 63 y estoy contentísimo, porque además ya me han hecho ofertas para que siga con la crítica teatral, o sea que: teatristas santafesinos atención! Me van a tener que seguir aguantando.

 

 

CRÉDITOS: Marcelo Jorge

FOTOS: Pablo Aguirre