I
José sostiene la tanza desleída en algún punto de la laguna, sobre la bruma y la noche. El anzuelo estará ahora gravitando en el fondo barroso, encallado en algún bodoque de cemento, o coleteando en el flujo merodeado por un doradito que, despabilado por el bong de los boliches cruzando la costa o encandilado por el flash mecánico zigzagueante, olfatea una lombriz arqueada y un poco dura, quizás demasiado tensa, pero divina para bajonear el bardo: los pibes empilchados, cruzando el puente como si trazaran con un crayón flúor y de la brea del colgante emanara un perfume húmedo y tibio, que fuera causa de la neblina que ahora condensa en el obturador. Hay dos que bebieron demasiado. Tanto, que tuvieron que detenerse a devolver antes llegar a la otra orilla. José recoge la tanza, la revolea por sobre el hombro derecho y apunta hacia donde el vómito cayó, hacia las aureolas coaguladas, porque sabe que a los peces les encanta el alimento que el cuerpo humano no resiste.
II
Fede mira el pucho como si tuviera algún palito que dificulte el paso del humo, o una rajadura por donde se escape e impida llevar a sus pulmones lo necesario para clarear un poco su mente. Andrea lo mira y con la yema de los dedos se acaricia los párpados. Estira la mano hasta casi tocarle la pierna pero enseguida vuelve a meterla en el bolsillo del buzo. Fede tensa los músculos de la rodilla y chupa todo el humo que puede. Lo retiene y aprieta los labios. Levanta la vista pero sabe que no va a encontrar ninguna respuesta en ese caldo marrón mezclado con bruma, a esta altura de la noche donde él ya dijo todo, donde ella dijo todo, donde él le preguntó por qué, y ella dijo que eso ya no importaba, que lo importante era qué.
Una lauchita pasa entre los surcos de la vereda, junto a la laguna. Unos pibes sacan de la conservadora rolitos de hielo y le tiran. La rata huye en dirección al espigón, Fede y Andrea la siguen hasta que se pierde; ellos no saben que será la última ocasión que van a mirar juntos en una misma dirección: un animalito en peligro, escabulléndose entre las grietas de una construcción antigua. Andrea toma más aire del necesario para despedirse, Fede tira la colilla que hace una pequeña explosión cuando se apaga en el agua.
Texto: Ariel Aguirre