Vale la pena prestarnos, unos minutos, para despabilarnos de algunos supuestos. Retomemos para eso el principio de una psicología que se precia de ser siempre social, pues bien, sabemos tras más de un siglo de psicoanálisis: no hay posibilidad para el cachorro humano de convertirse en sujeto si no es a través del cuidado de un Otro. Si en este lugar ubicamos una batería de recursos tecnológicos, cual prótesis técnica de la ausencia excesiva (tan nociva como la presencia sin límite), es bastante probable que aquel ser crezca más individuo que sujeto pero: ¿qué significa esto?
Un individuo o, para mejor entendimiento, un ser indiviso, es quien se viste del ideal “epocal”; que nos manda a renegar, precisamente, del contexto que hace texto en su subjetividad. Este ser dirá cosas como “yo soy… yo me hice a mí mismo… yo me reinvento… yo… yo… yo – yo”, repitiendo un texto pretensioso, que empuja a privatizar hasta la posibilidad de ser humanos o no serlo. Desde este punto de vista, no hace falta ni uno ni un montón de otros, ni con mayúsculas ni mucho menos. Este ser se hace y se basta a sí mismo, valiéndose del lazo social para satisfacer necesidades estrictamente privadas, nunca por deseo de ser-estar más allá del propio ombligo. El ser indiviso no tiene lugar en su mundo interno para ser habitado por otros, ni mucho margen para fantasear, ni aún para desear ni preguntarse por el deseo y necesidades de sus pares.
Ciertos discursos acompañan este andamiaje de expectativas acotadas para el ser, interpretando los padecimientos como un problema estrictamente personal, que no incumbe a nadie más que al “sí mismo”.Personas nombradas como resilientesno necesitan ni desean nada ni a nadie, respiran porque su instinto se los ordena. A un resiliente no se lo abriga con palabras porque es capaz hasta de sobrevivir a la intemperie, nació inmune al desamparo. Aquellos discursos con aires de ciencia opinan que puede crecer en la orfandad sin dificultad, que se empodera, que puede todo y a pesar de todo. Incluso algunos intentarán descubrir y aislar el gen de semejante potencial para reproducirlo, estimularlo y, mientras eso no ocurra, la hipótesis de su existencia podrá justificar desatenciones libres de culpa y cargo.
Este individuo corre un grave riesgo, el de convertirse en res-silenciada y quedar por fuera de toda res-pública, porque desprovisto del lenguaje, no podrá ni decir ni maldecir si quiera. Por el contrario el sujeto colectivo, el que sí tiene permitido y está en condiciones de habitar una República, un tesoro común, el lugar de las responsabilidades singulares y colectivas, el espacio para la celebración de lo diferente que convive; ese sujeto no se “empodera”, se embandera en una causa que se constituye por lo colectivo para ser.
Así pues, el mal-decir de las tecnocracias, justifica con sus nombres la extinción de la pregunta por el otro semejante y lo otro de la indiferencia. Cuando triunfa el individuo y la co-humanidad se repliega, la anestesia detiene el tiempo y una línea sin fisura ilustra la pantalla del instrumental. Los signos vitales se esconden y no hay maniobra que rehabilite lo que nuca se habilitó, no hay técnica de reanimación. Por eso es urgente hacer la diferencia, sentirla, nombrarla, para que el colectivo sea posible como construcción interna-externa, más allá de las pretensiones por simplificar el análisis y, con él, las estrategias de subjetivación.
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