Vanda: La voz valerosa
La fragilidad aparente de una paloma con la fortaleza subcutánea de una pantera. Eso es esta mujer, que por amor dejó su tierra y abrazó la música para conquistarla. Un peregrinar por el mundo y por las íntimas redes de su esencia la depositó finalmente a orillas de la Setúbal, no como el punto final de la búsqueda sino como la orilla propulsora de nuevos descubrimientos.
Entre los ecos de una lengua dura y resonante, al pie de la montaña de Zobor, a una incalculable distancia, del otro lado del mundo, Vanda dejó su apellido al resguardo de una familia que conserva, indeleble, el recuerdo de una niña apasionada por la música. Vanda mantuvo el nombre, blanco y transparente, el brillo de los ojos y la clarividencia que la llevó a soltar amarras muchas veces, para desprenderse de sí, con el deseo de reencontrarse siendo la misma y otra al propio tiempo. En Eslovaquia está Nitra, la ciudad natal, que mantiene en su espíritu urbano el ensayo de una voz decidida a trascender. “De pequeña, dicen, porque yo no lo recuerdo, cuando lloraba por algo tenían que cantarme y era la única manera de calmarme.” No es casual, entonces, que hoy la música la atraviese y la voz sea el instrumento que la manifieste en toda su luz.
En 2017 sacó su álbum más reciente, “Valor”, un título que sintetiza la serie de decisiones que debió tomar a lo largo de la vida, para llegar al lugar que el deseo le fue dictando casi como en susurros. El cuentagotas con el que iba alimentando las certidumbres le hizo madurar los pasos, que no fueron pocos, hasta alcanzar desafíos que, tiempo antes, le parecían insospechados. “Es pop electrónico. Hicimos un trabajo muy intenso en estudio, creamos todos los sonidos de cero, de la nada, y eso nos llevó mucho tiempo, un año para siete temas. Cuando escuchás el disco, escuchás muchos sonidos, muchos ruidos, mucha percusión. Todo eso también se pensó para que después se pudiera repetir en vivo, en las actuaciones que estoy haciendo ahora”.
Para arribar a esta cima hubo un ascenso que puso a Vanda en el lugar que eligió. “Cuando una se muda lleva un tiempo acomodar la vida, artística y privada, todas las zonas, y aparece el momento de organizar”, dice esta joven mujer que antes de lograr cerrar el último trabajo discográfico atravesó instancias diferentes. “A los 15 años empecé a cantar en los bares, tuve mi primera banda. Tenía casi 17 cuando vine a la Argentina en un intercambio estudiantil, a Santa Fe, donde también canté y conocí a quien hoy es mi pareja. A los 18 creé mi segunda banda. Después, a poco de cumplir 21, asumí mi rol de solista y mi nombre fue mi marca”.
En 2010 aparece el “EP” con cinco temas, el prólogo de un trabajo más extenso, “Astrology”, de 2012. Una suma de canciones diversas con muchas influencias, justamente, como una dispersión de planetas, tentó la fortuna de una alineación y el camino para elegir la música como profesión, haciendo de la pasión un estilo de vida. Vanda sintetizó de esa manera el paralelo entre la música y su experiencia personal, la pasión, la determinación, las ganas, las búsquedas, la experimentación y la burla a los miedos. Esa extroversión tuvo luego un recorrido inverso, el de las indagaciones internas, los buceos por los mundos internos, el hilván que fue atando cada uno de sus fragmentos. Entonces, como en un nuevo parto, nació “Introspective”: “fue un disco mucho más pensado, maduro, con temas mucho más personales, de lo que quiero y de lo que no y es, a partir de este trabajo, que empieza a tener un sentido más coherente mi carrera, de una unidad, de una conexión conmigo y con el mundo. También acá empecé a escribir canciones en español”.
La peregrina. No es solo este el título de una de sus canciones sino la experiencia carnal de sus viajes entre Eslovaquia y Argentina, y de los itinerarios por las geografías emocionales que supo conocer en sus navegaciones de búsqueda. Los viajes constantes le dieron el aplomo y la fortaleza que se trasluce: “decidí, en un mes, dejar mi trabajo estable, comprar un pasaje y recorrer distintos lugares del mundo dando conciertos. Me instalé en Argentina. Básicamente, decidí dejar todo, pero con el pensamiento de lo que iba a tomar, de lo que iba a lograr”.
La etapa más reciente comienza a tejerse y surge “Valor”, el trabajo que desde septiembre de 2017 puede escucharse y que encierra una metáfora de las virtudes humanas. Es un sonido absolutamente diferente, al concentrar la colaboración con el estudio “Little Beat”, de Eslovaquia, y combina samples modernos con ritmos latinos y líneas melódicas, con una fuerte impronta alternativa. Con la descripción semejante a la de un perfume es una fragancia sonora del siglo XXI. “Ha sido una época súper intensa y hermosa porque todo cobra sentido, con todos los temas en español. Vivía en Argentina y en Eslovaquia, rotaba, grababa allá, daba recitales en los dos países. Para encontrar la uniformidad alineé música, estética, decisiones. Primero me descubrí y después pude comunicarlo”.
Vanda no descansa. A pesar de la tranquilidad de la apostura, la mirada es intensa y la voz, que conserva el quiebre original, se proyecta con sueños nuevos. Minimalista en sus gustos estéticos y cosmopolita, por los recorridos a los que la música la ha transportado, tiene los ojos puestos en nuevos desafíos. Pudo coincidir con una representante de Buenos Aires para difundir y promover su música en la gran ciudad que quizás sea, también, su próxima gran conquista. Mientras tanto, de fondo, cuando Santa Fe se despereza de la siesta, Vanda recapitula el concepto de su disco y se pregunta “¿el amor, vale la pena?”. Es una pregunta retórica, casi un juego, porque en la inflexión de la voz le brota la lengua madre y la fuerza que le da el convencimiento de que, esa duda, siempre tiene una respuesta afirmativa.
Para conocer a Vanda:
Texto: Fernando Marchi Schmidt | Nombre de sección: Perfiles y personajes | Fotos: Pablo Aguirre | Maquillaje: Mariana Gerosa | Edición: N°65