La vida de Marcela Giordanino Cienfuegos se desliza entre ciudades pequeñas, indagaciones varias y amor por los libros. Dice que la escritura y la búsqueda de su identidad biológica la atraviesan. En algún momento, ambos ejes se unieron para dar lugar a Como la vida misma, su primera novela. Tal vez necesario antes de percibirlo, ese encuentro marcó un hito en su trayecto: «Escribir el libro fue como sanar, cerrar un capítulo en mi vida.»
La escritura
«Siempre fui mejor escribiendo que hablando para expresarme.»
Se calcula que alrededor de tres millones de personas en Argentina desconocen su identidad biológica. Marcela Giordanino Cienfuegos es una de ellas. Sabe que nació en Esquina (Corrientes) o, al menos, eso indican los datos obtenidos. No conoce mucho más. Las historias se pierden y confunden en los relatos de quienes no recuerdan o prefieren no hacerlo. «La búsqueda de mi identidad biológica es algo que me atravesó toda la vida», cuenta a TODA. Minutos antes, había utilizado el mismo verbo para referirse a la escritura: «Toda la vida escribí. Desde adolescente o desde que tengo uso de razón. Sé que mi cabeza escribía y después mi mano lo bajaba al papel.»
Marcela pasó su infancia en San Javier. Recuerda a esa etapa como muy linda, libre y sana. Su mamá y papá eran docentes y la lectura, una actividad propiciada. «Me crié leyendo El Gaucho Martín Fierro, el Cantar de mio Cid, Becker, La Ilíada, La Odisea. Yo me metía en la biblioteca y buscaba cosas. Además, tenía una bibliotequita personal.»
Su inicio formal con la escritura adoptó forma de textos y cuentos cortos. Sus producciones comenzaron a integrar antologías, hasta que llegó el momento de ir por más. «Me gustan los desafíos (afirma) y ese fue escribir una novela.» Marcela buscó herramientas en cursos, talleres y capacitaciones. «Tengo también mi editora que me va asistiendo y poniendo luz al camino que quiero transitar.» Así se gestó Como la vida misma, su primera novela, publicada por Editorial Dunken.
«Mi escritura es el reflejo de lo que veo, de lo que sucede, de qué y cómo me pasa. Hay cosas que transitan por la cabeza, otras por el corazón y algunas atraviesan el alma (relata). Creo que, aunque a través de distintos personajes, cuando se escribe se lo hace desde una misma. La ficción libera y, si una quiere, allí, todas las preguntas tienen respuestas.» Marcela es docente de inglés, trabaja en una escuela primaria y ocupa la vicedirección en un instituto privado de idiomas. Toda su actividad se desenvuelve en su ciudad actual: San Justo. Con un presente más centrado en la gestión que en el trabajo frente al aula, desde el instituto también aporta sus intereses a la realización de actividades de extensión a la comunidad. Así, este año se han llevado adelante desde la institución educativa conversatorios sobre identidad y discapacidad, presentaciones de libros, entre otras.
A lo largo de la charla aparece reiteradamente ese otro concepto fundamental en su vida: «Yo creo que lo que me llevó a escribir la novela es la búsqueda de mi identidad.» Marcela relata que las sesiones con su psicóloga algo tuvieron que ver. Al hablar de su interés en escribir, surgió la propuesta de plasmar en un libro su particular historia. «En realidad, la novela no es mi vida. Es una ficción que tiene su alma en la búsqueda de mi identidad biológica.»
La identidad
«Tenía la necesidad de encontrarme con mis partículas perdidas.»
«¿Cuándo supe que fui apropiada? Toda la vida. Hay una anécdota de mis dos o tres años que iba a ser parte del libro y finalmente no lo fue. Íbamos en el auto de viaje con mis padres y mi papá me retó. Entonces yo le dije: ¿Por qué me retás si no sos mi papá?» Ese hecho derivó en el sinceramiento de sus padres. Una vez en su hogar, le contaron a la niña que era adoptada. Pasaría un tiempo antes de que Marcela tomara consciencia de que la palabra adopción es legal, en tanto que la práctica (habitual entonces y aún hoy) de anotar como hija propia a quien no lo es, tiene otro nombre. «El término apropiación me empezó a resonar mucho después».
Marcela señala que hubo dos grandes momentos de búsqueda en su vida. Entre los veinte y treinta años y, posteriormente, en un período más reciente. Un amigo de su padre le dio el dato de Esquina. Y hacia allí, a ese lugar en el que presuntamente nació, fue ella ávida de respuestas. Sin embargo, los pactos de silencio son parte, acordada o implícita, de este tipo de historias. «Nadie se acuerda, nadie sabe nada. No quieren hablar. Me describen a mi mamá biológica pero no me saben decir cómo se llamaba ni de dónde era.»
Entonces, la figura de su progenitora comenzó a esfumarse entre suposiciones, posibilidades y situaciones comunes. «No sé si fue una chica humilde que no tenía recursos, una nena bien que no tenía que quedar embarazada o una piba que fue abusada.» Marcela misma fue madre siendo muy joven y por ahí se volvieron a colar las preguntas. «Me hubiera gustado ver el parecido a alguien», recuerda. Sus hijas, hoy adultas y profesionales. A través de ellas, Giordanino Cienfuegos conoció la experiencia del abuelazgo y, aunque con menos fuerza, las dudas reaparecieron. «Hasta el día de hoy miro a mis nietos y digo: ¿quién sabe?»
Marcela cuenta que escribir la novela le permitió sanar. «Cerré un capítulo de mi vida. No conseguí resultados pero ya no busco. Lo que tenga que saber, lo voy a saber. Ahora solo me interesa sentarme a escribir. Sé, además, que a la identidad la construimos en el devenir de nuestra vida y de nuestras decisiones. A través de lo que nos pasa o, mejor dicho, a través de lo que hacemos con lo que nos pasa.»
Hoy
«Con el tiempo logré lo que consigue la mayoría de los mortales: acostumbrarme, aprender y seguir tratando de descubrir mi camino de la mejor manera posible para no volver a cometer las mismas faltas.»
El presente la encuentra a Marcela viviendo en San Justo un momento tranquilo. Menos compromisos laborales y más disfrute parece ser la ecuación por estos días. Cuenta que tiene amigos y amigas que la acompañan en lo cotidiano, una «hija perruna» y una gata con la que «nos estamos conociendo». Que le gusta disfrutar de su patio, sobre todo cuando se llena de su gente querida, que hace gimnasia y quiere volver a correr siete kilómetros tres veces a la semana como lo hacía antes. Que mira series y películas en plataformas y que la lectura sigue siendo una gran aliada. «Amo a Isabel Allende», comparte.
En el camino de sus búsquedas aparecieron, en algún momento, las terapias holísticas, el yoga y la meditación. «Me capacité en sanación pránica, péndulo, registros akáshicos», señala. Cuenta que estas alternativas la ayudaron también con la escritura, además de darle herramientas para afrontar su trayecto y procesar su historia. «Hoy estoy en paz con mi vida», afirma con seguridad.
Entretanto, proyecta su próxima obra. «Quiero que el libro retome partes del anterior. En Como la vida misma dejé plantado un rastro para después seguir.» Aún no sabe si continuará con la historia del personaje principal o se centrará en alguno de los que rodeaban la trama central previa. Habla de Lucía, la protagonista de su libro, como de una conocida cercana. Y cuenta que ese nombre surgió de manera aleatoria. «Lo elegí solo porque me gusta», afirma. La frase queda resonando entre puntos suspensivos y signos de pregunta. Es que los adjetivos brillante y luminoso de la etimología de Lucía no dejan de parecer faros para una vida de búsqueda.
Texto: Julia Porta
Fotos: Ignacio Platini
Dirección de arte: María Virginia Platini para Estudio Fotográfico «Mario Platini»
Estilismo: Mariana Gerosa
Nombre de sección: Perfiles
Edición: N° 92