A dos aguas
Entre las vertientes de la arquitectura y el arte, en la conjunción de los valores y el color, la textura, la funcionalidad y la estética, Julio Duré recoge todas las fichas para armar un tablero con identidad propia. En esas corrientes navega sin esfuerzo, con una agilidad asombrosa y un talento indiscutible. Lejos del descanso en los remansos de la inspiración, asegura que el trabajo constante y metódico es la clave de sus logros.
Atardece en Santa Fe, la hora luminosa que pinta de ocres los perfiles de una ciudad que se despide del verano, y en esa paleta que tiñe los ángulos de los edificios, contrastando con el azul profundo que va adquiriendo el cielo, Julio halla la felicidad de sus colores preferidos. Egresado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santa Fe, fue formado en la exactitud de las líneas constructivas. Sin embargo, años después de meritorios éxitos en su carrera profesional, se lanzó a la experimentación de otra pasión que lo moviliza, el arte. «Desde que me recibí tuve la fortuna de trabajar en estudios, empresas constructoras y de manera particular, también en el Estado y ONGs. Me gusta estar en la obra. Desde chico tuve facilidad para el dibujo, y el arte me empujó, me impulsó. Era joven, recién padre, tenía treinta años y decidí dedicarme también al arte». Esas inquietudes lo llevaron a visitar los talleres de López Claro, Favareto Forner, Fertonani y otros maestros plásticos santafesinos de quienes fue tomando conocimiento, experiencia y consejos y asegura que «es evidente que mi espíritu estaba buscando nutrirse, información, imágenes. Esa inquietud me llevó a la casa museo de Fernández Navarro y ahí, en un taller municipal, me inicié en la manifestación artística».
Como punto pivotante entre su vocación profesional y su pasión artística se halla el boceto. Los bocetos, a lo largo de la historia del arte, han sido el vestigio del primer impulso creativo. A partir de ellos surgieron obras emblemáticas y muchos quedaron en esa simple expresión de la idea inicial. Providencialmente, la arquitectura también se ha valido de ese recurso para plasmar en el plano lo que la imaginación ya ve, por anticipado, erguirse en la materialidad del mundo. «El boceto sigue siendo mi soporte en todas las etapas. Como artista, son importantes para mí la observación y el asombro, y prestar atención al actual estado personal, donde se sienten cosas nuevas, que provocan nuevas ideas, nuevos impulsos, nuevas formas de manifestación que marcan siempre proyectos futuros. Es entender el proceso», asegura este hombre de mirada plácida y tranquilos movimientos de manos, como si abanicar el aire fuera parte de ese afán por hallar el círculo perfecto o la línea medida.
Así como en la arquitectura fue madurando conforme evolucionaban los usos de los espacios y las estéticas, también en el arte visual ese proceso, en el cual hace constante pie para definirse, se volvió punto de partida permanente hacia nuevas expresiones. En esos procesos fue atravesando una pintura figurativa, naturalista, primero, probablemente el vínculo más próximo con la arquitectura, para iniciar luego vuelos diferentes que lo transportaron a la mística del arte religioso y una aproximación cada vez más contundente a la abstracción. En esas búsquedas encuentra la plenitud: «Hay una definición que es quizá mi ADN como artista, sentir felicidad cuando hago un dibujo, una pintura, cuando me siento en un café, una estación de servicio, y boceto en una servilleta, cuando preparo una obra para llevar a una muestra, cuando hablamos de arte entre amigos y colegas, participando de un taller, en mi experiencia como docente… allí encuentro felicidad…».
«Tenés que seguir trabajando», esa es la frase que heredó y que repite como un mantra desde que la profesora Mariela Guesseloff se la refirió en los primeros talleres de arte en los que participó. No olvida tampoco los aprendizajes con José Bastías y Hugo Lafranconi y la inspiración de los modelos vivos, ni la mística del arte sacro asimilado en la Asociación de Artistas Plásticos Santafesinos, con el maestro Luis Quiróz. De cada uno de esos períodos guarda especial memoria: «En todas las épocas el trabajo continuo, con pasión y convicción, me ha formado como artista y, sobre todo, como persona. El arte me dio la posibilidad de compartir vivencias muy importantes, y de todas ellas he recibido mucho».
Por esas obras y gracias de las coincidencias, la casa de altos estudios de la cual egresó como arquitecto acaba por tenerlo como docente en el Profesorado de Artes Visuales, por lo que la circularidad de las acciones se manifiesta como una espiral virtuosa donde confluyen sus artes y saberes. De algún modo, ese proceso de retroalimentación se potencia en el mecanismo de enseñanza y aprendizaje del cual Julio es centro y dinamia. «Me inspira la belleza y, a medida que pasa el tiempo, me vuelvo crítico de mi obra. Mi desafío es ser respetuoso conmigo y lograr ser un artista con mayúsculas. Por eso, mi primera preocupación fue formarme, aprender sobre materiales, bases, soportes, estilos, técnicas. Me decía a mí mismo que sería un verdadero artista plástico el día que pudiese cambiar la cabeza. A eso lo logré quince años después de mis inicios, incluso después de haber expuesto y obtenido premiaciones.»
El acercamiento de Julio al arte más profundo, sensible y personal se dio, finalmente con los quiebres que lo fueron sacando del seguro lugar de las formas, legado de la carrera de arquitectura, que le hicieron romper con las líneas conocidas y acceder a expresiones más abstractas y menos rígidas. Esa escisión entre la profesión y el oficio, entre la arquitectura y el arte, tan ligados hasta ese momento, significó el impulso para navegar en una corriente nueva de creatividad y manifestación.
Primero, sensible. Luego, arquitecto, después, artista. Esa secuencia necesaria en el proceso de Julio Duré resulta reveladora porque él, en su palabra, en su definición personal y biográfica, halla satisfacción en el desenvolvimiento de su aura creativa: «Creo que voy bien. Cada día me levanto y me renuevo, genero una energía nueva, me siento en mi mejor momento, es una actitud personal, porque así es la vida, siempre hacia adelante. Tengo naturalizado el ejercicio y el esfuerzo, y esa es mi fórmula».
En definitiva, dos o más aguas que se unen en ese médano que atraviesa la mente y el corazón de un artista para abonar el sueño de que el arte salva, gratifica y crece como árboles en cuya sombra continúa corriendo el viento.
Texto: Fernando Marchi Schmidt
Fotos: Emiliano Rico
Dirección artística: Marcia Orihuela
Estilismo: Mariana Gerosa
Nombre de sección: Perfiles
Edición: N°83