Una niña de cinco años dibuja una bota. Es tan inusual y bien lograda que llama la atención de maestra y padres. Las infancias recién escolarizadas suelen dibujar casas y flores, pero no botas. Todos se preguntan cómo lo logró y de dónde se inspiró. Eran otros tiempos y en los campos de San Carlos nadie imaginaba un talento tal en una pequeña. La anécdota, que la protagonista conoce solo por los relatos de sus mayores, es el acto iniciático de una carrera que hasta hoy se conforma de cuadros, pinceles, oleos y manos en movimiento. Es el punto de partida de la historia de Doris Blazer como pintora.
“Íbamos a la escuela primaria. Mi mamá nos había preparado tan bien que cuando entramos no hicimos primer grado. Directamente ingresamos al siguiente porque leíamos y escribíamos”. Segunda de cuatro hermanas, Doris cuenta que en su hogar se respiraba conocimientos. Un padre que hablaba de historia, una abuela que tocaba el piano, una tía que cantaba en francés y una madre escritora que seguía de cerca la enseñanza de las hijas. “Nos criamos así, en una casa donde todo era arte. Nunca nos aburríamos”.
Una casa en el campo
Doris y su familia vivían en San Carlos Sur, en la zona rural. Su abuela había comprado campos y había sido la responsable de la construcción de esa casa enorme y bella que la entrevistada recuerda con tanto cariño. “Era una casa hermosa -cuenta y se iluminan sus ojos claros- Tenía unos pisos brillantes y finos que no encontré en ninguna parte. Los busqué en mis viajes (y eso que viajé mucho) pero nunca los volví a ver”.
A sus 15 años, Doris ya tenía un largo trayecto en el arte. Usaba témperas, acuarela y tinta china. “Trabajé mucho con tinta china sobre animales, personas, flores. Cuando presentaba mis obras a la gente de mi zona le llamaban mucho la atención”. En su relato se entrecruzan momentos y relaciones. Va y viene en sus recuerdos. Hay mucho para contar en una vida cargada de anécdotas.
En aquellos tiempos, Doris hacía arte figurativo. Pero aún entonces buscaba descubrir lo que había más allá de las formas seguras delineadas en sus cuadros. “Soy una persona muy espiritual -afirma- Y sin saber que me ibas a preguntar sobre la bota, estuve pensando mucho en eso. O sea que de alguna manera una se está preparando para lo que viene con anticipación”. La pregunta a la que refiere era sobre el posible simbolismo de aquel primer dibujo. Algo que en varios momentos ella misma se ha planteado. La inquietud aún no tiene respuesta.
De San Carlos al mundo
Antes de terminar la secundaria y de salir de su ciudad natal, Doris comenzó a tener contacto con el aprendizaje formal del arte. A sugerencia de amigos de sus padres, viajó a Santa Fe para estudiar con una reconocida maestra. “Cuando ella vio lo que yo trabajaba, que era todo muy figurativo me dijo: yo pinto abstracto y te voy a llevar a lo abstracto”. Pero aún faltaría para que la abstracción se concretara en la carrera de Doris.
Vinculada a la iglesia evangélica protestante de San Carlos como pianista y pintora, llegó el momento de que el arte de Doris trascendiera las fronteras del país. Junto a una de sus hermanas estudiaban para concertistas de piano y solían tocar a cuatro manos en un disfrute compartido por la música. En la iglesia adonde interpretaba el armonio, un pastor le propuso llevar sus pinturas a una exposición en Uruguay de la que participaban artistas de ese país, de Argentina y de Brasil. Aún menor de edad y con la autorización de sus padres mediante, Doris presentó obras religiosas que obtuvieron reconocimiento y premios.
Así se enlazó su vida a ese país que la tuvo como residente temporaria durante seis años. En ese período, Doris dividía su tiempo entre un lado y otro de la frontera. En Uruguay su obra se hizo conocida. Allí trabajó y vendió muchas de sus producciones. De allí también proviene la expresión con la que se presenta. Fue el pintor y escultor uruguayo José Zorrilla de San Martin quien la denominó pintora internacional. Ni artista plástica ni visual. “Me gusta la definición de pintora y la acepté”, señala.
El trayecto de Doris es extenso y muy rico. Aún inmersa en la expresión figurativa, la pintora hizo ilustraciones de libros y su colección de pájaros argentinos llegó a Naciones Unidas. “Un día mi padre recibió un llamado del correo de San Carlos Sur. En su cuenta y a mi nombre se había depositado una gran suma de dinero que provenía del Palacio de las Naciones Unidas”. Con el tiempo su obra arribaría a distintas partes del mundo en una serie de vivencias que merecen ser parte de una biografía.
Ya instalada en Argentina de manera definitiva, Doris ingresó a la secretaría privada de la presidencia de la Cámara de Diputados provincial y al Colegio de Médicos. Y pintaba, siempre pintaba. Los retratos se convirtieron en una de sus especialidades. En una oportunidad pintó a lo largo de tres meses a 90 niños. Recorría barrios humildes y pedía permiso para dibujar a los pequeños de la casa. “Los niños lloraban, gritaban, comían, se divertían, reían. Y yo pintaba todo”. La exposición de esa obra en el museo municipal fue un éxito de público. “Había tanta gente que no era suficiente el salón. Y los chicos lo recorrían, encontrándose en los cuadros. Nunca había visto algo así”.
Doris también fue convocada para plasmar los rostros de monarcas y mandatarios. Realizó dos retratos del rey de Arabia Saudita y llevó a cuadros la imagen de Sadam Husein. “Un joven iraquí vino a la Cámara de Diputados -relata- y me pidió que pintara a Sadam Husein. Yo que no lo conocía encargué que me trajeran un libro y lo estudié. Así descubrí que era un personaje digno de pintar”. Esta obra la llevó primero a un evento en la embajada de Irak en Argentina y después a un viaje a aquel país en el que fue agasajada y cubierta de regalos.
Abstracción y energía
En la actualidad, Doris hace pintura abstracta. Parada frente al lienzo colocado en horizontal ella se deja llevar. “No recuerdo cuando abandoné lo figurativo, pero hace bastante tiempo. Empecé a hacer un movimiento distinto y ese movimiento me llevó a su vez a ver qué hay detrás de eso”. Trabaja con las manos más que con pinceles y no dibuja como paso previo. Cuenta que descubrió que al pintar el sentimiento supera al pensamiento. Y en los últimos tiempos una energía especial acompaña sus producciones. “En mis obras hay rostros que yo no hice. Hay muchas cosas que no se hacen pero que están. El mismo toque, el movimiento de la pintura a veces forma cosas y esto se acentúa cada vez más en mi trabajo”.
Doris se considera creyente, más allá de los dogmatismos propios de cualquier iglesia por la que haya pasado. “Si no estuviera Dios, ¿quién entonces?”. Y aquella infancia rica en arte e historias se cuela en su presente. Cuenta que su madre, que era una estudiosa de las “maravillas del espacio”, les hablaba de lo que no se ve, pero se siente y de lo que no se siente, pero se ve. Ningún concepto le resulta extraño por lo que tampoco se cuestiona lo que le pasa cuando pinta. “Muchas veces ni siquiera miro lo que hago. No pienso ni siento nada. Trabajo de noche y cuando las retoco, las obras renacen”.
En el florido y cuidado patio de Doris, las orquídeas son protagonistas. Desde hace años se dedica a su plantación. Para ello usa su propia técnica. “Nunca fertilizantes”, aclara. Eso, más una cuota importante de cariño expresado en palabras y cuidados. “Es increíble lo que las plantas reciben cuando se les da amor”, explica. La mujer que afirma entregarse “de lleno a todo”, estuvo atenta a cada detalle de la producción fotográfica, a la entrevista y semanas antes a la exposición que llevó 11 de sus obras al espacio de Toda. “Me gustó mucho la reunión de pintores que hicieron para la presentación. El encuentro es necesario”. Después de más de una hora de charla queda flotando la idea de que restan cosas por decir. La de Doris es una vida plena de historias que, seguramente, encontrarán su lugar en ese libro que la pintora promete publicar.
Texto: Julia Porta
Fotos: Ignacio Platini
Dirección de arte: María Virginia Platini para Estudio Fotográfico «Mario Platini»
Estilismo: Pilar Fernández
Nombre de sección: Perfiles
Edición: N° 86