Para Andrea Ortmann, el abrazo milonguero esconde mucha intimidad. Eso que se percibe y no siempre se ve, es lo que ella busca mostrar. Con su empresa Maldito Tango logra mezclar sus pasiones y dar rienda suelta a sus conocimientos en artes visuales. Desde la Olympus comprada a los ocho años hasta este presente con sesiones de fotografía, investigación y dictado de talleres hay un camino signado por la mirada curiosa. “Siempre digo que ando como turista por la vida”.
Los antepasados de Andrea eran alemanes del Volga, de esos inmigrantes que al llegar al país, vieron cambiar sus apellidos además de su vida. Y ella lo aclara ante cada posible confusión. “Soy Andrea Ortmann, así con una sola n aunque originalmente era con dos y me gusta usarlo informalmente como fue originalmente, ya que me devuelve un poco esa identidad”. Nacida el 8 de noviembre previo a los 90, vivió toda su infancia y adolescencia en Colastiné Norte. Pese a que de a poco, y hace tres años de manera definitiva, comenzó su traslado a Santa Fe, sigue valorando aquellas vivencias de lugar pequeño. “Mi vida pasaba por la costa, por el río, por las calles de tierra. Estábamos todo el día afuera, teníamos contacto directo con lo natural y otro tipo de experiencia con el mundo”.
“Desde que tengo uso de memoria ando con una mochila cargada de lápices y de hojas”, cuenta Andrea quien de niña aseguraba que sería dibujante. “Cuando me tuve que decidir por estudiar, de una dije: yo quiero ser artista”. En 2012 se recibió de profesora de artes visuales con especialidad en pintura en la Escuela Mantovani y durante un período se dedicó a esa actividad. Expuso en el Centro Experimental del Color, participó de salones, ganó un premio en el Museo López Claro. El ingreso como no docente en el claustro universitario cortó temporalmente este camino pero no su pasión por lo visual. “Siempre trabajé en el plano, me apasiona el color y el dibujo”. Señala que el expresionismo marcó su estética. “No soy de las personas que dibujan o pintan cosas lindas sino que me interesa mostrar cosas que tengan una expresividad particular, que se destaquen por algún fuerte contraste, alguna temática difícil de tratar, tratando de revelar a través de la imagen lo que no decimos y, sobre todo, lo que pasa por adentro”.
Cuando la fotografía encontró al tango
Los compromisos laborales dejaron por un tiempo latente su interés por el arte hasta que en 2014 se encontró con la posibilidad de hacer un curso de fotografía. “Estaba explorando como volver a conectar con el mundo visual y la fotografía fue como la puerta de entrada nuevamente al arte”. El interés no era nuevo. La Andrea niña que a sus ocho años se compró en Brasil una cámara Olympus con sus propios ahorros reapareció en esta adulta. “Gracias a la fotografía conocí a músicos, cineastas, bailarines, un mundo enorme interconectado, una integralidad de arte que es lo que hoy me hace muy feliz”. Andrea cuenta que actualmente la fotografía ocupa un lugar central en su vida. “Hace dos años que vengo dedicándome casi al 100. Todos los fines de semana tengo algo para hacer en relación a la fotografía, particularmente a la fotografía tanguera”.
Andrea relata que el tango llegó a su vida durante un viaje a Buenos Aires en 2010. “Había ido a ver una muestra de ArteBA y me quedé en un hostel adonde daban clases de tango gratis. Ese fue mi primer contacto con el tango y me enamoré”. Una vez en Santa Fe, buscó seguir ese vínculo a través de academias donde practicarlo. Había una larga historia previa con la danza folklórica pero esto se convirtió en algo especial. “Empecé a conocer el mundo de las milongas, ese lugar de baile social de tango y ritmos relacionados. Tuve un tiempo de corte pero hace algunos años. Por búsqueda de actividades recreativas, me volví a encontrar con el tango, a tomar clases. Y ese reencuentro fue más fuerte que la primera vez”. Y si de amores se trata, también otra conexión surgió en ese mundo de cortes y quebradas. “Llegué a una clase de baile y él estaba también como docente. Fue un flechazo, un encuentro de miradas que después resultó en una relación”. Él es Jorge Ayala Cáceres, bailarín, docente y dj de tango. Entre ellos lo afectivo se proyecta también a lo profesional en una compañía mutua. Hoy, son una familia ensamblada, Asia hija de Andrea, y Valentín, hijo de Jorge. “Sí, Asia como el continente, porque como verás tenemos las dos rasgos medio asiáticos. Ella es una chinita hermosa”.
En algún momento todos los intereses se unieron. Andrea le preguntó a su profesora de tango si podría llevar la cámara a la clase para hacer una experiencia fotográfica de ensayos. Y allí, entonces, el enlace fotografía/tango se consolidó. Empezó a participar como fotógrafa oficial de milongas y a ser convocada desde distintos lugares. “¿Por qué el tango? El tango tiene esa magia, ese encuentro. El abrazo milonguero esconde muchos secretos, mucha intimidad, y esa intimidad del abrazo es lo que a mí me llamó la atención. Mis fotos se destacan por eso, por tratar de acercarme a esa situación íntima que se da en esos dos minutos de abrazo, sin hablar, solamente tocando cuerpo con cuerpo y siguiendo el compás del corazón, como dicen las letras de los tangos”.
Maldito Tango es el nombre del emprendimiento de Andrea Ortmann, una empresa dedicada a la fotografía milonguera y a todo lo vinculado con la cobertura visual de esa danza. “Incluye también fotos de estudio, retratos de bailarines, eventos relacionados como lo fue el Lady Tango Internacional que se hizo acá en Santa Fe y que está organizado por y dirigido a mujeres tangueras milongueras”. Andrea señala que la llaman de eventos sociales, que ha participado con sus cámaras en fiestas de las colectividades pero su eje está en todo lo que rodea a la música rioplatense. Y sobre su propósito, ella es clara: “Lo que a mí más me interesa es el retrato. Busco ese acercamiento a la persona, a lo que no se ve”.
Mirada y creatividad
“No hay otra cosa que yo pueda hacer en este mundo que no sea arte”, señala Andrea, quien valora especialmente su historia con las artes plásticas y la mirada que esta disciplina le ha dado y que ella traslada a la fotografía. Convencida de la capacidad creativa de las personas, da talleres de fotografía con celular. “Mi idea es que cada uno con las herramientas que tiene puede lograr expresar su creatividad. Todos nacemos siendo creativos y muchas veces al crecer por cuestiones sociales vamos perdiendo esa conexión. Mi idea es ayudar a destrabar esos bloqueos para dar más posibilidades a nuestra vida. Cuando somos creativos tenemos muchas más herramientas para resolver problemas cotidianos o situaciones cotidianas porque tenemos un pensamiento más flexible”.
Entre su trabajo en la secretaria de ciencia e innovación de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la UNL, su inserción dentro de ese ámbito en una mesa interclaustro de género y diversidad, la fotografía con su empresa y los talleres, no parecería quedar tiempo posible para el ocio. Sin embargo, Andrea afirma que lo tiene y que lo usa para leer, investigar sobre creatividad, disfrutar desde las series comerciales hasta el cine de autor y escuchar música…más allá del tango. “Me encanta el jazz, la música brasilera, el bossa, soy muy fan de Depeche Mode”. Y por supuesto, está el placer de compartir en familia, de acompañar a Asia en su tránsito por la infancia, de jugar con Nicky y Nina Simone, las felinas que completan ese grupo afectivo. Y sacar fotos, siempre, muchas. “Yo suelo decir que ando como turista por la vida. Presto atención a todo lo que me rodea. Soy de esas personas que sacan fotos todo el tiempo porque creo que los momentos son irrepetibles y que hay situaciones que no van a volver. Me interesa esa idea de detener el tiempo. Y admiro a quienes con una imagen hacen pensar más allá de lo que vemos”.
Texto: Julia Porta
Fotos: Remi Bouquet