Orlando ‘Jesús’ Valeti
Es el anfitrión del Almacén Verona. Organizó un festival folklórico que va por la segunda edición. Hizo que miles de personas se congreguen —como en procesión— hasta un paraje de 140 habitantes. Pasó de embotellar 5, a 1300 botellas de Caña con Ruda, la bebida que comenzó a fabricar su padre y hoy es la protagonista de los festejos.
Paraje Chaco Chico es, básicamente, un bulevar de 3 cuadras que contiene un Club Social. Una ermita con la Virgen del Valle. También hay una escuela y una capilla pero están fuera del bulevar Los Inmigrantes. Además de esos trescientos metros, que van en línea recta desde la capital santafesina hacia Monte Vera, hay un par de cuadras más allá y algunas más acá de la Laguna Setúbal. No mucho más. En la primera esquina de esa calle de doble circulación, también está el Almacén Verona y detrás del mostrador, Jesús, el hijo de Don Paulino —quien soñó con fundar en esas calles polvorientas el primer Festival Folklórico de la Caña con Ruda.
En rigor de verdad, Jesús es el segundo nombre de Orlando Valeti, quien no obra milagros, pero casi. Las paredes del viejo Almacén, fundado en el año 1938, hacen lo imposible para sostener los cientos de objetos y fotos que cuelgan de ellas. Además de objetos llamativos —como un enorme tanteador de bochas auspiciado por Franja Amarilla o envases de cerveza Santa Fe de los años 30, que no tiene ni el museo de la cervecería—, hay registros periodísticos que recrean un acontecimiento fundacional para el lugar: el 31 de julio de 2016 más de 3500 personas coparon el Paraje y lo pusieron en el mapa festivalero del país. Y en esas paredes, quedaron las huellas de esa historia.
Este año se redobló la apuesta y los 140 habitantes observaron cómo, por ese día, el pequeño paraje se asemejaba a un pueblo grande. El día no acompañó: frío, llovizna y hasta niebla hicieron lo imposible para arruinar el festejo. Pero más de 2000 personas se acercaron nuevamente, como en procesión, hasta las calles del bulevar.
“Acá los jueves se arma peña”, dice Jesús al repasar la génesis del Festival y señala dos guitarras y un bombo apilados sobre un tonel de vino y otro de cerveza. “Vienen varios músicos que entre vino y vino agarran los instrumentos y se ponen a cantar”. Y, ahí, comienza a vislumbrarse otro de los “milagros” realizados por Jesús.
Ninguno de los músicos que se subieron al escenario durante los festejos fueron artistas consagrados: esos nombres convocantes que giran por los festivales que se realizan en el país. “De hecho, la mayoría de los músicos que tocaron son clientes míos. Y las chicas que bailaron en la comparsa de la comunidad boliviana, son las que cruzo todos los días por la calle, o las que vienen a hacer las compras acá. El jueves anterior al festival se anotaron para tocar un montón de clientes. Yo apuntaba en un papelito y después se lo pasé a una chica que organizaba la grilla”.
Una foto con el candidato
Algunas veces se gana, otras se empata, Jesús no tiene ganas de que en la tercera edición del festival se pierda (plata) así que, días después de la segunda edición, ya analiza concienzudamente si habrá una tercera. Mientras tanto, espera el cheque, que un político de mil batallas le aseguró que le llegaría para pagar el sonido, pero todavía no llegó. La Comuna de Monte Vera colaboró: armó el escenario, cortó el tránsito y ayudó con algunos fletes. El resto de lo que implica montar un festival es producto del empuje de una familia y de la buena voluntad de amigos y vecinos: “Para esta edición me prestaron 14 heladeras, ya no sé cuantas parrillas, mesas y sillas. Todavía no terminé de devolver cosas, calculo que el viernes termino”, repasa el hijo de Don Paulino.
“Al Festival vinieron montones de políticos, te abrazan para la foto, pero ninguno aporta nada. Tampoco digo que tengan la obligación de hacerlo ¿Por qué les debería importar a ellos las ganas de uno de hacer un festival? pero que no se arrimen sólo para la foto. Y si te dicen que te van a ayudar, te ayuden”, aclara Jesús.
El alma
Pasaron diez días del segundo festival. Empieza a caer la tarde y la helada. Pero las banquetas del mostrador en L del Almacén Verona están repletas. Cuando Don Pozzer abre la puerta se escucha el viento que sopla en el bulevar desierto. Inclina la cabeza al saludar. El hombre es de pocas palabras, sin embargo, esa tarde de miércoles anda con ganas de conversar. Habla desde su mesa, con voz firme. Cuenta que la casa donde vive es una especie de triple frontera: una parte del terreno corresponde a Monte Vera, otra parte a Santa Fe, pero “mi corazón pertenece al Paraje Chaco Chico”, comenta mientras emboca un chorro de soda al vaso con Fernet. “El Almacén es el alma del pueblo”, añade.
Don Pozzer hace 57 años que trabaja la tierra en la quinta familiar pero, desde antes, viene al Verona. A un metro de distancia, un joven rubio que perfectamente podría salir en la publicidad de una marca de cerveza, ensaya un trago con todos los aperitivos que encuentra. La mixtura de clientes es una constante en el Verona: “En esta zona hay muchos vecinos que vinieron de Bolivia, hay criollos, hay gente de Santa Fe que tiene una casa de fin de semana o matrimonios jóvenes que edificaron su primer hogar. Viene gente de traje, que estaciona un súper auto al lado de un caballo que está atado al palenque, repasa Jesús y agrega: “Vienen profesionales, vienen changarines y se mezclan todos: acá somos todos iguales. Quizás por eso la gente se siente cómoda, porque acá cada uno es como es”.
Texto: Guillermo Capoya
Fotos: Pablo Aguirre
Nombre de sección: Semblanzas y tradiciones