“Siento que no puedo ser clara, que no tengo suficientes palabras”, “Me pongo muy nervioso”, “quiero decir muchas cosas a la vez y me trabo”, “Me pongo colorada, la voz se me entrecorta y me tiemblan las piernas”, “yo no me pongo nervioso, pero quiero hablar mejor”. Estas son algunas de las frases que suelo escuchar durante mis capacitaciones. Entonces pregunto por ejemplo ¿Qué sentimos en el cuerpo que nos hace decir que estamos muy nerviosos? ¿En qué pensabas exactamente en el momento en el que “te trabás”? ¿Qué entendemos por “hablar mejor”? ¿Qué es hablar bien? Los cuestionamientos son simples, hasta obvios, pero la mayoría de las veces encontrar las respuestas no es fácil. Responder a ello nos obliga a pensar y pensarnos en relación al decir, a la comunicación, a cómo nos sentimos.
Próximos a una presentación o un examen pensamos mucho en qué es lo que queremos decir y estamos muy poco atentos al cuerpo, a sus sensaciones, a nuestras emociones. La ansiedad, en la que vivimos o que sentimos frente a una situación de exposición, nos encierra en nosotros y no nos permite percibirnos, no nos deja autoconocernos y tampoco podemos usar el pensamiento para poder estar concentrados. La mayoría de las veces estamos alienados de nuestro propio cuerpo, del modo en el que respiramos y de la potencia de nuestra mirada sobre el auditorio.
Por eso quiero contarles en esta nota tres ideas sobre cómo hablar en público, que descubrí a lo largo de estos años de trabajo entrenando la palabra. Son para mí los pilares fundamentales de este fenómeno imposible y apasionante que es el intercambio de ideas, emociones e imágenes en forma oral, cara a cara, poniendo nuestro cuerpo en relación con otros cuerpos.
La primera es preguntarnos y respondernos: ¿para qué hablamos?, ¿para qué doy un examen?, ¿qué quiero conseguir mañana en la reunión de directorio?, ¿para qué hablo en una entrevista laboral?, ¿qué quiero provocar en los estudiantes con mi próxima clase?, ¿qué he logrado en mi vida con la palabra? Las respuestas a estas preguntas son, para quien comparte ideas con otras personas en forma oral, un norte, una brújula, un motor. Los objetivos que tengo que lograr con la palabra son la fuerza central de la comunicación. Profesionalmente, lo más seguro y apropiado es no hablar por hablar, sino hablar para algo. Los profesionales de cualquier disciplina hemos llegado a la instancia de nuestra carrera en la que estamos gracias a la comunicación, más conscientes somos de eso, más lejos podemos aún llegar.
Continúo ahora preguntándoles ¿están respirando? Ahora, mientras leen esta nota ¿están expulsando el aire o están inspirando? ¿A qué parte de sus pulmones va el aire que respiran? La respiración es un mecanismo vital para nosotros, indispensable, para existir y para decir. Nos sirve para oxigenar el cerebro, para producir la voz, para liberarnos de tensiones, para concentrarnos, para relajarnos, para que se nos vea bien, para no temblar. A pesar de estas funciones importantes, muchos de nosotros no tenemos consciencia de cómo, cuándo, cuánto respiramos. Empecemos a pensar en cómo es nuestra respiración, para empezar a usarla en nuestro provecho, como herramienta para controlar la palabra.
El último pilar de la comunicación oral está en esta pregunta ¿nos miramos? Sin conectarnos con el otro no hay comunicación real posible. Comunicar es ponerse en el lugar del otro, suponerlo, escucharlo, percibirlo, observarlo. El mirar a los ojos de las personas que nos escuchan (o percibir a estas personas si no las puedo ver) es casi como un acto de magia, porque mirarnos a los ojos opera milagros. Mirar a nuestros interlocutores y dejarnos observar por ellos, mejora la comunicación, llena de emociones la palabra hablada, potencia las entonaciones de nuestra voz, da pausas al decir, nos hace contar mejor. La mirada transmite y contagia nuestra energía (buena o mala).
Gran parte de la bibliografía escrita sobre comunicación oral, sus particularidades, los métodos para abordarla, los consejos para perder el miedo, las recomendaciones para organizar las ideas es útil y provechosa. Sin embargo, pocos textos pueden hacernos descubrir qué es lo esencial de la oralidad. Hablemos por algo, respiremos y miremos a los ojos a nuestros interlocutores: la extraordinaria fuerza de la comunicación oral los espera.
Texto: Pablo Tibalt
Nombre de sección: Comunicación y medios
Edición: N° 63