Pablo Bernasconi y el bello arte de incomodar

En diálogo con Infobae Cultural, el ilustrador y escritor reflexiona sobre su tarea, detalla inspiraciones y cuenta su proceso creativo. “Hace muy poco tiempo me defino como artista”, confiesa

Su arte alcanza públicos de todas las edades y procedencias en un sinfín de formatos que siguen multiplicándose con el correr de su incansable producción: dibujo, pintura, diseño digital, collage, teatro, muestras e instalaciones multimediales. Pablo Bernasconi usa óleos, lápices, acuarelas, cepillos de dientes, huellas dactilares, fotografías, trazos digitales, esculturas, textos, también espejos, truchas, plantas secas, sopas de letras y unicornios atrapados en lienzos. Resulta verdaderamente difícil definirlo.

Tal es así, que él mismo confiesa que toda su vida le produjo cosquillas reconocerse como artista. “Hace muy poco tiempo me defino como artista –reconoce sonriendo–. Me incomodaba. Decía que era escritor, que era ilustrador, tardaba veinte minutos en presentarme. Eso ahora cambió, ya no me incomoda la palabra y me ayuda a nuclear muchas de las cosas para las que no encuentro una sola palabra”.

Es entendible. Desde Bariloche, donde vive, Bernasconi escribe, ilustra, dibuja, diseña, actúa, comanda planeadores, navega veleros, guía retiros de creatividad en la Isla Victoria, da charlas y monta espectáculos para públicos de todas las edades (como mucha de su obra) llegando tanto a los adultos como a las infancias. O, como le gusta decir a él: a los grandes chicos. Su insaciable pulsión creativa lo ha llevado a publicar más de 30 libros infantiles y más de 10 para adultos. Una obra que, además de haber sido traducida a una decena de idiomas, le devolvió numerosos reconocimientos, entre los que se destaca haber sido finalista en dos ocasiones del Premio Hans Christian Andersen, conocido también como los “Pequeños Premios Nobel” de la narrativa infantil.

—Sí, experimento, me meto en líos a propósito para correrme de mis zonas conocidas, genero problemas para resolverlos y aprender en el camino. Para mí la búsqueda artística tiene que ver con el aprendizaje y con el riesgo, siempre. Tengo una baja estima por el artista que no arriesga o se duerme en el oficio, en lo que anduvo alguna vez y se repite, se aburguesa. En general esas búsquedas se van disminuyendo a medida que uno es más grande. En cambio, me generan mucha admiración los artistas que siempre buscan incomodarse, como Leonard Cohen o David Bowie. Buscar eso me parece una osadía imprescindible. Me parece que instintivamente el artista vive en esa contradicción inherente: la parte instintiva que se asoma al riesgo y la otra, la que uno conoce y funciona, que ayuda a resolver las cosas.

—Pivotear con una pierna en cada lado…

Scott Fitzgerald decía una frase que me gusta mucho: “Un artista es un tipo que puede tener dos opiniones fundamentalmente opuestas al mismo tiempo y, a pesar de ello, seguir funcionando”. Esa frase la usé en Bifocal, un libro que trata lo contrapuesto. Ahí también asumí que uno puede ser habitado con contradicciones y aun así vivir con ellas. La búsqueda siempre es desde ese lugar de ángel y demonio y saber qué hacer en forma consensuada con ambos, porque si no el mundo se vuelve muy naíf. La contraposición es lacerante, porque estás siempre en una especie de esquizofrenia, pero es una posición realista, como son las cosas.

—Muchos de tus trabajos abordan temáticas dolorosas, crudas. Algunas globales, nacionales y otras que te atraviesan de lleno a nivel personal.

—Sí, ahí hay una decantación, una sublimación. De hecho muchos libros u obras hablan de cosas que fueron, son o serán pesadas, me sirven de cable a tierra. Hice terapia un tiempo breve, probé con meditaciones, pero la verdad es que lo que más me sirve es esto. ¿Por qué? Y bueno, no sé. Me acostumbré a dialogar con mi cabeza con cosas en las manos, pintando o dibujando, pensando, y eso ya exorciza.

—¿Hasta dónde estás pendiente sobre lo que pasa una vez que publicás tu obra?

—La verdad es que muy poco. Por un lado, por esta idea tan dicha de que una vez que uno publica un libro lo libera. En la actuación no pasa lo mismo, siempre hay revancha en la siguiente función. Podés corregir. Con el libro, te sacan la hoja y listo, salió. Eso me obligó a lidiar con mis etapas. Yo veo hoy libros míos viejos y soy crítico. A veces el libro es un testimonio muy desgarrador. Pero bueno, son etapas evolutivas. Y también hay cosas muy lindas en eso. Noto cosas que hice en libros hace 20 años y digo: estaba loco, qué atrevido.

—En tu obra retratas y citas muchísimos personajes que son referentes indiscutidos de la música, la literatura, el cine. Da la sensación de que te supiste alimentar muy bien como consumidor de arte.

—Sí, lo hago de una forma muy consciente. Hay una charla que doy en universidades en la que armamos un mosaico de nutrientes. Es una gran imagen con unos 60 cuadraditos. En cada cuadrito hay una cara que representa un nutriente cultural. En el mío puede estar Oscar WildeQuinoDavid Bowie, hasta el Hombre Araña que es nutriente de formación enorme para mí. Generar ese mosaico es una forma de asegurarse una buena compañía, son como ángeles de la guarda en el camino que uno transita. Yo lo uso, siempre. El libro de Leonard CohenCómo decir poesía, lo uso siempre antes de arrancar algo, me ayuda a saber que no me tengo que desviar. Te dicen: “No, no, por acá no, pará. Acá estás haciendo cualquiera”.

Cuando me vuelvo muy redundante va a aparecer Borges o cuando me vuelvo muy quisquilloso o sofisticado sin sentido va a aparecer María Elena Walsh y su simpleza, su sobriedad poética. En el medio está Mafalda. Hay otros que se van yendo. Lo tuve a Paul Auster y se fue, porque me aburrió. Siempre tiene que haber la misma cantidad. Está también Iggy Pop, para decirme que a veces estoy siendo cobarde y vendrá al mismo tiempo Murakami a decirme que podría estar hiriendo a alguien con mi obra. Uno se vuelve tan multifacético que también tiene que saber controlar eso. ¡Son muchas voces!

—¿Te preocupás por la fonética de lo que escribís, cómo suenan las palabras, cómo conviven entre sí?

—Sí, le doy mucha vuelta a la combinación, a los ritmos, a la frecuencia con la que utilizo las palabras. El tema de la literatura es increíblemente complejo. Cuando uno lee buena literatura, significa que hubo antes un trabajo que es abrumador. Hace cuatro años estoy leyendo la obra completa de Louise Glük, una autora que me encanta. Es una poetisa norteamericana de la generación de los 60, premio nobel de Literatura, está viva todavía, es exquisita. Es un descubrimiento. Como cuando descubrí a John Berger. En un momento me compré su obra completa y ahí pude ver la sofisticación que tenía al principio que se fue desarmando hasta llegar a lo último que hace, que es mucho más jugado y mucho más simple. La sencillez de una persona madura.

—En ese sentido tuviste un buen ejercicio escribiendo los cuarentipico de haikus que componen El infinito.

—Sí. En realidad esos son haikus tramposos porque están apuntalados por la imagen. Ese fue un libro que me llevó mucho tiempo de borrar. Era un libro mucho más grande y lo fui podando. Con la complejidad que eso conlleva. Tal vez podaba tanto que me quedaba un palito y no sabía si era un arbolito, un palo para que al lado crezca una ligustrina, si era una escoba a la que le falta un pedazo. Ahí tenés que volver a hacerlo crecer, porque ya lo podaste. El problema de podar es ese, tenés que esperar a que crezca de vuelta.

Hijo de madre y padre científicos, la obra de Pablo Bernasconi suele navegar universos plagados de complejidad. De esos mundos se abastece para traducirlos después en modos (algo más) digeribles y hasta lúdicos para el común de los mortales. Inquieto y curioso por naturaleza, se sumerge, nada, chapotea y se revuelca en aguas incómodas para volver ensopado al mundo y traducirnos la exploración en metáforas y poesía. Su trabajo puede verse en libros, salas de teatro, museos, centros culturales, casas y otros espacios como el Chalet Soria Moria de Bariloche, cuyas salas, habitaciones, techos y escaleras fueron intervenidas en su totalidad para la inauguración de la muestra El infinito, una ampliación interactiva de su libro homónimo publicado en 2018.

La muestra estuvo este año expuesta en el Centro Cultural de la Ciencia (Buenos Aires) y tuvo una repercusión notable. No solo por las 150 mil personas que se acercaron a verla y caminarla, sino también por la devolución que recibió luego el artista de parte de sus visitantes. Fue un montaje ambicioso por su escala, volumen y cantidad de obras. Se trata de una muestra de carácter itinerante que vincula la filosofía, la ciencia, las artes, la música y las matemáticas (entre otras áreas que sirvieron de abono para el trabajo) y está actualmente viajando por distintas ciudades del país.

Recientemente también participó de la feria BADA (Buenos Aires Directo de Artista) en el predio de La Rural. Un espacio destinado a que 300 artistas consagrados y emergentes, nacionales e internacionales, tengan la oportunidad de conectarse directamente con el público y acercar sus obras de arte de una manera fácil y directa. “Fue una experiencia muy linda y muy intensa, para nosotros patagónicos. Pasar de algo que para mí es tan introspectivo a de pronto estar charlando con tanta gente que habla sobre la obra”, reconoció.

—¿Mostrás a alguien tus trabajos antes de publicarlos? ¿Tenés algún público de confianza?

—Hasta muy avanzado el trabajo soy yo conmigo, no sé si es por cábala o por la peligrosidad que implica. En una época le daba las obras a mi abuela antes de publicarlas, nunca entendió ni una, nunca. En el collage veía los elementos por separado, nunca veía lo que componían entre sí. Eso me generaba cierto vértigo, me preguntaba a cuánta gente podría estar dejando afuera con mi obra. ¿Se entenderá lo que hago? Ahí abandoné lo de mostrar a la gente. Sentía que me dejaba en un lugar de cobardía. Es un censo ridículo. El público es diverso y a la vez hay humores contagiables.

—Hay humor en tu obra.

—Yo a veces no sé si es humor o qué es. Es difícil reírse en voz alta con una obra gráfica. Con Quino no te reís, pero es graciosísimo. Tute tiene muchos trabajos que no son para reírse, pero tienen humor. Una hipérbole puede ser humorística y hay veces en las que la ironía se convierte en humor, por ejemplo. Me gusta esa capacidad de flecha que tiene el humor

—En plena pandemia se lanzaron a construir una galería de arte en una época en la que las galerías de arte tienden a desaparecer. ¿De dónde vino esa corazonada?

—Yo lo considero necesario. A mí me hace bien ir y en general mis proyectos son cosas que a mí me hacen bien e intento replicar. Todo lo que hago tiene esa base. El proyecto de La ridícula idea se nos ocurrió en plena pandemia en un momento en el que verse entre personas en un espacio físico era impensado. Creamos un espacio para encontrarse con materiales, con cosas que eran reales en un contexto en el que todo era irreal, todo era Zoom, internet, encierro, clases remotas y la imposibilidad de verse con la propia familia. En ese momento, que parecía que no iba a terminar nunca, se nos ocurre la ridícula idea de generar un espacio de exposición, de encuentro, de vinculación con las artes.

En ese momento era una ridícula idea, era una locura. Sin dinero, todas las variables no apuntaban hacia este proyecto. Yo justo acababa de cobrar un dinero y por sugerencia de uno de los constructores, amigo mío, lo invertí todo en madera para que no se me devaluara. Ese día me generé solito el problema. Tenía ahí enfrente una pila enorme de madera. Ahora tenía que completar la obra. Suelo funcionar así, cuando se me mete un proyecto tan en la cabeza y tan en las venas, tan en la sangre, es muy difícil que me pueda liberar. La idea fue consolidar un proyecto en un momento muy espantoso, pero con vistas a un futuro muy brillante. Confiábamos en que eso iba a terminar y que nos iba a hacer bien. La ridícula idea de volver encontrarnos con la gente y así sucedió.

—¿Cómo surge el nombre de la galería?

La ridícula idea de no volver a verte es un libro de Rosa Montero sobre la relación de amor que tuvieron Marie Curie Pierre Curie, un libro que recomiendo a todo el mundo. Es la historia de la pérdida de Pierre, cuando lo atropella un carruaje. Marie Curie tiene que acostumbrarse a vivir sin él. Está extraído de las cartas de ella. Tengo que acostumbrarme a la ridícula idea de no volver a verte. Es el libro que le regalé a mi mamá cuando su cáncer estaba muy avanzado y es el último libro que ella logró terminar de leer. Es tan significativo, tan simbólico, tiene tantas aristas de memorias emotivas y recuerdos, tantas cosas lindas y feas que a mí me hacía mucho sentido incluir a mi vieja en este proyecto. También es como un homenaje. Tanto es así que tuve el nombre guardado durante un año, ni siquiera lo había compartido con Tania, mi pareja. Pero en un momento no lo pude sostener más y una semana antes de inaugurar, le conté: “Esto era por esto”.

—En tu obra veo piezas que son muy crudas, tratan temas trágicos, dolorosos como la dictadura y también tenés otras obras que son brillantes, dan esperanza. ¿Hacia dónde crees que vamos como humanidad? ¿Nos estamos degradando, estamos evolucionando?

—Soy ciclotímico. Hay momentos en los que lo veo muy negro y otras en las que nos comparo con el Medioevo o lo que éramos hace 50 años y puedo decir que hemos dado varios pasos evolutivos en cuanto a ciencia, conciencia y comportamiento de las sociedades. Pero a veces me asusto viendo cómo la codicia arrastra, arrastra y arrastra. Yo no puedo creer que todavía estemos hablando del PBI de los países cuando eso infringe la vitalidad del planeta de forma ridícula. Se habla del crecimiento como si eso fuera lo importante. Todo se mide en crecimiento y no podemos salir de ahí. Países que se suponen evolucionados, siguen en esa lógica. Cuando al humano le das el poder de la codicia y de acaparar más, difícilmente diga que no. Ese es el problema, no decimos que no. Son muy poquitos los que dicen “hasta acá, yo estoy bien”. La gente de campo, por ejemplo, que es más austera, ha podido suplantar la codicia por otras cosas, con una vida mucho más terrenal y hasta menos evolucionada en los términos técnicos.

—¿Qué imágenes se te vienen cuando visualizás el futuro?

—Cuando pienso en el futuro achico el prisma, veo lo más cercano, a mis hijos Nina y Franco. No sé si me importa tanto el planeta en 200 años, pero qué va a pasar con mis hijos, eso sí me inquieta. Qué mundo van a vivir. Achico mucho la lupa, es egoísta, no tengo una conciencia planetaria amplia. No puedo evitarlo. Tengo que hacer un esfuerzo para correr a Nina y Franco de la ecuación.

—Tus hijos, desde que llegaron, cambiaron tu obra. Los veo presentes.

–Sí. Ellos también me dieron aprendizajes a la fuerza, sobre todo la infantil. Cuando uno como adulto escribe para la niñez hay una impostura inevitable, porque por más de que aparente, por más de que quiera o me especialice, por más de que recuerde mucho, no soy niño. No solo no soy niño, sino que no soy un niño de los de ahora, que es otra galaxia. Entonces la mirada de la niñez cercana, viendo lo que escriben mis hijos, lo que dicen, qué le gusta, qué no, cómo hablan, cómo razonan, me acerca mucho más rápido a una situación más legítima para hablar desde ese lugar.

Para el libro La Verdadera Explicación me senté durante meses a charlar con Franco, le preguntaba cosas y tomaba nota. Cómo razona, cómo dispara hacia lugares que yo no llegaría. Ahí descubrí eso de la fuga hacia adelante. Los niños avanzan sosteniendo lo que sea, una mentira, una verdad, lo que sea que consideren, sin excusarse. Es muy lindo entrar y respetar ese juego: todo lo que se diga está bien y a la vez hay que sostenerlo con todo lo que se haya dicho antes.

—Presentaste Miedoso hace poco.

—Ese es un texto que yo escribí en una clínica, cuando tuvimos que internar 15 días a mi hija Nina, que tenía tres años y había desarrollado diabetes. Ahí tuvimos un entrenamiento obligado, nuestra vida pasó a ser dentro de una clínica. En medio de ese ambiente, durmiendo ahí adentro, sin saber si era de día o de noche, en medio de una pesadilla y sueños raros, hice mi lista de miedos. Yo se los leía y ella se reía. Siempre lo tuve guardado para hacer algo. Me inspiré también en Jodorovsky y la psicomagia. A mí me sirvió, a Nina le sirvió. Transformar el miedo en otra cosa. Al principio del libro incluyo una cita de Neil Gaiman que dice “Los cuentos de hadas no son importantes porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos”. Ese acto de psicomagia nos ayudó a reconocer que aunque el dragón fuera a estar igual, podíamos reírnos de él, perderle el miedo, o por lo menos el respeto, insultarlo, ponerle bigotes, lunares y hacerlo bolsa.

Además de perderle el respeto, por supuesto hay que prestarle atención. Se sostiene entre todos. La unión de la familia hoy confluye en una potentísima fuerza de choque ante el miedo y eso es invencible. El miedo con el apoyo se atenúa, ayuda mucho compartirlo. ¿Quién me saca de acá ahora? No te saca nadie. Pero con la familia se hace mucho más llevader

—¿Qué sueños, anhelos te mueven hoy?

—La búsqueda, los proyectos. Por ejemplo, ahora mismo estoy trabajando en una versión muy diferente de El Principito, que va a salir el año que viene. Me toca hacerlo a los 50 años, una edad similar a la que tenía Exupéry al momento de escribirlo. Me venían pidiendo hace mucho que hiciera una versión del libro con mis ilustraciones y finalmente acepté a una editorial. Es un trabajo en el que estoy muy involucrado desde lo emotivo, revisando las distintas lecturas que uno hace del mismo texto según las épocas de la vida. Uno lo lee y relee siempre de un modo nuevo, se modifica a medida que uno cambia su modo de pensar.

Tengo un tema y es que me aburro. Me aburro y genero y eso me mete en nuevos líos. Si hay algo que me seduce hoy es tratar de ser más armónico con el disfrute de las cosas que ya generé. No abandonarlas. Voy a seguir haciendo libros, obras, locuras. Pero no estoy tan convencido de que hasta acá le haya dado el tiempo de disfrute necesario una vez que están hechas. Siempre estoy yendo hacia la próxima. También quiero darme más tiempos para entender qué es lo que pasa una vez que hago, qué se puede corregir. Estoy tratando de sostenerme a mí mismo, que es dificilísimo. Quisiera ver, por primera vez, qué pasa si me quedo quieto, generando sobre este mismo vórtice, a ver qué pasa. Capaz no pasa nada, puede ser, y tenga que saltar a otra cosa, que es muy probable. Pero, capaz que sí. En otro momento ya hubiera encarado cualquiera de los 20 proyectos que tengo latentes.

Quisiera también no ceder a la presión que surge por momentos en editoriales o la gente cuando hay cosas que te salen bien y quieren más de eso porque alguna vez funcionó. Esperar al lugar de que sea necesario que exista otra cosa. Capaz no sea necesaria. Ahí aparece de vuelta la codicia de hacer otra cosa, hacer otro libro. Hoy quiero quedarme un ratito quieto y ver. Un poquito, un rato. Y eso ya es toda una novedad para mí. Asimilar más el disfrute de todo lo hecho y seguir ejercitándome siempre en escucharme y leerme mejor.

FUENTE: INFOBAE