El objetivo es conectar la conservación biológica con la cultura, el conocimiento y las prioridades de los pueblos originarios y las comunidades locales.

Más allá de campañas como “Salven a las ballenas” y otras iniciativas para proteger especies animales o vegetales en riesgo porque el número de sus individuos disminuye a una velocidad que los pone en peligro de extinción, en el área de la conservación cada vez cobra más fuerza la necesidad incorporar aspectos antropológicos a los criterios ecológicos tradicionales. El objetivo final es conectar la conservación biológica con la cultura, el conocimiento y las prioridades de los pueblos originarios y las comunidades locales.

Cuando se pierden las referencias culturales acerca de una planta o un animal, ya sea porque el grupo humano desaparece o sufre aculturación, se disipa también todo un cuerpo de valores, de conocimientos sobre esa especie. Aun cuando el organismo en sí no deja de existir y por lo tanto no hay pérdida inmediata de biodiversidad, nuestra relación con el resto de la naturaleza se empobrece”, graficó a la Agencia CyTA-Leloir Sandra Díaz, investigadora superior del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV), del CONICET y la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Referente mundial por sus contribuciones en el área de la ecología de comunidades y ecosistemas, Díaz es una de las coautoras de un artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) que presenta la lista de especies denominadas culturalmente importantes (ECI) más completa hasta el momento. Y ofrece además una métrica de “estatus biocultural” para poder analizar la situación de vulnerabilidad de una especie según dos parámetros: su riesgo biológico, determinado por su categoría en la Lista Roja Mundial de la IUCN; y su estado cultural, tomando como indicador el grado de vulnerabilidad de la lengua del pueblo que la considera importante para su identidad cultural.

Las ECI son aquellas que tienen un papel reconocido en sostener la identidad cultural de un pueblo o grupo de pueblos, contribuyendo significativamente a su religión, prácticas espirituales y cohesión social, y que proveen un sentido colectivo de pertenencia, territorio y propósito.

Herramienta clave

La lista de ECI que elaboraron los investigadores consta de 385 especies de todo el mundo (la mayoría son plantas, pero también incluye animales y hongos); varias viven en la Argentina e ilustran diferentes combinaciones de estatus biológico y cultural. Entre ellas, Díaz mencionó al pehuén (Araucaria araucana), el pino misionero (Araucaria angustifolia), la yerba mate (Ilex paraguarensis), el gato andino (Leopardus jacobita), el jaguar (Panthera onca), la corzuela (Mazama gouazoubira) y el pecarí labiado (Tayassu pecari).

El pehuén, el pino misionero y el gato andino fueron clasificadas como bioculturalmente en peligro, ya que cumplen con los criterios biológicos y culturales de riesgo. En el otro extremo están la yerba mate y la corzuela, que no presentan riesgos inmediatos desde ninguno de los dos puntos de vista. Y hay ejemplos de especies que biológicamente no están en riesgo, pero su acervo cultural asociado si lo está, y viceversa. Cada una de estas categorías requiere enfoques diferenciales de conservación y uso sustentable”, aseguró Díaz, quien en 2019 recibió el premio Princesa de Asturias en investigación científica y tecnológica por su lucha contra el cambio climático a través de las plantas.

El artículo, liderado por Victoria Reyes García, del Centro de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA) de Cataluña, España, es parte de una iniciativa más amplia que dirige Díaz junto a Benjamin Halpern, del Centro Nacional para el Análisis y Síntesis Ecológicos (NCEAS) de Santa Bárbara, Estados Unidos, dedicada a identificar prioridades mundiales de conservación.

Nos dimos cuenta de que las clasificaciones dominantes basadas en la vulnerabilidad ecológica de las especies no incluían ninguna consideración sobre su importancia cultural. Sin este reconcomiendo de las relaciones que las vinculan a los grupos humanos locales, que tradicionalmente las han usado, nos perdemos dimensiones muy importantes de la conservación”, enfatizó Díaz. Y resaltó: “Un resultado importante es que una proporción significativa de las especies identificadas como culturalmente importantes aún no ha sido formalmente evaluada por las instituciones internacionales que monitorean el estatus de conservación, como la Lista Roja de la UICN. Esto refleja la falta de interacción entre movimientos conservacionistas y comunidades locales, y entre las ciencias naturales y las sociales”.

“Con esta propuesta –concluyó la científica argentina– quisimos ilustrar un camino posible para acercar esos campos en pos de modelos de conservación y uso más sustentables e inclusivos”.

Fuente: Filo.News