«Ponés canciones tristes para sentirte mejor/tu esencia es más visible,

del mismo dolor/vendrá un nuevo amanecer…»

Adiós. Gustavo Cerati

 

Nos recibe entre guitarras, teclados, llamadores de ángeles, atrapasueños; dos cachorros y un gato mansos; plantas de lavanda, aromas y colores a otras flores que invaden hasta el alma. Regala una mirada transparente y una sonrisa luminosa que sale de sus entrañas, como su abrazo afectuoso del que es difícil desprenderse.Se pronuncia con dicción precisa, voz dulce y melodiosa, que generosa y humildemente comparte.

Se llama Natalia García Cervera. Si bien nació en Santa Fe vive seis días de sus intensas semanas en Buenos Aires; le sobran razones para volver casi todos los miércoles a su ciudad: parte de su familia y amigos está

aquí; da clases a alumnos que viajan de ciudades y provincias vecinas y, desde 2009, es parte del programa nacional “Coros y Orquestas para el Bicentenario”, como docente de Educación Vocal en el coro AsomArte, en la Escuela 340 de Santo Tomé. Indagando, entendemos que el hechizo inicial no es solo obra de sus dones natos sino también de mucho estudio y trabajo.

Es tesista de la Lic. en Canto del ISM de la UNL. Se formó en Santa Fe con Mario Martínez, en Estados Unidos con Michael Klass y en Buenos Aires con Marta Blanco, Ana Sirulnik y Marcelo Opitz. Actualmente, se perfecciona con la Maestra Cecilia Varela. Dentro de la música popular tomó clases y seminarios con Myriam Cubelos, Lorena Astudillo, Francesca Ancarola, entre otros.

Su desempeño musical gira en torno a la música académica, ópera específicamente, y a la música popular latinoamericana. Como cantante su recorrido es profuso e incluye roles principales en óperas clásicas, la participación como invitada en discos junto a Fandermole, Chiqui Ledesma, Marcos di Paolo, Ana Suñé, entre otros; fue docente de Canto Lírico de la FHAYCS – UADER, y preparadora vocal en agrupaciones corales y coros en Santa Fe, Reconquista, Paraná y Buenos Aires.

Volviendo a la charla ofrece mates, agua o nueces. Y nos envuelve en esa suerte de mantra tranquilizador que es su relato.

 

TS —Mucho se habla del efecto ‘terapéutico’, de los beneficios de cantar, desde distintas disciplinas. ¿Qué opinás?

NGC —Acuerdo con estas ideas. Desde la concepción, al escuchar la voz materna, o siendo bebés al oír nuestra propia voz, esta es una presencia sonora estimulante, más allá de la comunicación. El canto y el canto colectivo en particular, son tan antiguos como la propia organización grupal del ser humano (Rousseau sostiene en su Ensayo sobre el Origen de las Lenguas que «los primeros discursos fueron las primeras canciones»). La sensación placentera, que el hombre experimenta al cantar, se refuerza cuando su voz se une con la de otros generando una emoción y satisfacción compartidas. En muchísimas culturas aún se canta para expresar vivencias, celebrar, lamentar, trabajar, relajarse, parir, curar.Prácticas ancestrales como el canto de mantras nos conectan con formas de vocalizar muy antiguas. No importa si la voz es ‘buena’ o ‘mala’ o si se utiliza de modo ‘correcto’ o no. Utilizarla ‘es’ lo correcto.

Pero para Natalia cantar no es solo causa y efecto, en y de los diversos procesos históricos constitutivos del sujeto, los grupos y del desarrollo de un espíritu gregario. Aquí y ahora, lo importante es seguir cantando. «Así se ejercita la respiración como en el yoga o la natación. Una respiración realizada de modo eficaz contribuye al equilibrio psicofísico, favorece el desarrollo, el intercambio gaseoso y, finalmente, permite un mejor ajuste postural», sintetiza.

Y profundiza: “Las manifestaciones asmáticas vinculadas a inseguridad emotiva o la respiración rápida y superficial, característica de la ansiedad, son claros ejemplos de la relación existente entre vida psico-afectiva y respiración. ‘Anomalías’ en el plano psíquico como angustia, fobia, estrés y depresión se transmiten a la respiración y, a su vez, pueden —entre otros recursos que la ciencia ha desarrollado para ello— ser morigeradas por esta». «A nivel individual —distingue— permite la introspección, el contacto con uno mismo. Lograrlo requiere partir del silencio y, para eso, tenemos que ‘bajar un cambio’ ”.

TS —Entonces, ¿cantar es sanador?

NGC—Sí. Cualquiera que pase por la experiencia liberadora del canto lo va a decir. El gran problema es que, para que sea liberadora, tenemos que dejar de lado una lista interminable de prejuicios que nos imponen los medios, las tradiciones, que dicen que se debe cantar “así” o “asá”; y que algunas voces son lindas y otras son feas. El fenómeno Operación Triunfo ha hecho estragos. Los cánones propuestos condicionan sobremanera el disfrute y la plenitud de la actividad. Sumado a eso, hemos establecido en Occidente una distancia virtual que ubica al canto como solo para profesionales y las buenas voces de coros amateurs; además de circunscribirlo generalmente a los ámbitos académico o religioso. Cantar con otros, hacer música con el propio cuerpo y poder compartirla es un estímulo profundo para la inteligencia emocional. Cuando uno se conecta con su propia voz y logra emitir un sonido genuino sin esfuerzo, se descubre y se escucha por primera vez, no hay vuelta atrás. Y si el canto es colectivo se prolonga a un “nosotros somos juntos”. Tiene una fuerza arrolladora. El canto permite ‘sacar’ cosas del cuerpo sin necesidad de la palabra hablada —y evitando muchas veces el dolor que eso puede provocar—, o poner en palabras de otro eso que no sabemos cómo decir. ¡Cuántas veces una letra nos pinta de pies a cabeza en una síntesis perfecta de cuatro estrofas!

TS —¿Qué genera la enseñanza/aprendizaje en coros y orquestas?

NGC —Tantas cosas… El canto colectivo propicia la integración, el sentido de pertenencia y el desarrollo de habilidades sociales. Crea ciudadanía. Está comprobado el efecto favorable de la educación coral sobre la plasticidad vocal y la capacidad expresiva en el empleo de la voz y del lenguaje. Reduce la incidencia de problemas vocales y otros, devenidos de malas posturas. Además, al trabajar con textos, se registra un aumento en el vocabulario, una mejora notable en la comprensión del mensaje escrito y es un modo muy amable de ejercitar la memoria. Leí por ahí un estudio que afirma que, al cantar juntos, se sincronizan los latidos en el corazón de los participantes y que opera como un ‘antidepresivo’ natural.

Y sugiriendo el impacto social de estas propuestas concluye: “Varios alumnos de AsomArte decidieron ingresar al ISM de la UNL, dos de ellos a Canto. Ninguno había tenido la experiencia previa de cantar colectivamente ni tomado clases. El fomento de la actividad coral de ingreso irrestricto abre una gama de posibilidades, que se traduce también en una mejora en su calidad de vida”.

En (la viva) memoria de Juanjo

                                                                                                  

Crédito: Mariano Ruiz Clausen

Fotos: Pablo Aguirre