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MISIÓN BENDITA

Las hermanas Patricia e Itatí Barrionuevo reman en el bote de la música popular desde hace años y han logrado consolidar sus respectivas carreras en base a talento y trabajo. Revista Toda las unió para una entrevista a dos voces.

El primer recuerdo es de una iglesia: el gran altar de Guadalupe y el coro de niños resplandeciendo alrededor del padre Trucco, que era el padre de todos. Itatí atesora ese recuerdo como quien cierra los ojos y se ve iluminado por los reflectores de la fama: «Para la fiesta anual nos subíamos todos los chicos al altar y cantábamos al lado del padre. Era ‘la’ actuación: un escenario gigante y un montón de público. Ahí aprendí muchísimo, con el repertorio que entonces era del padre Catena y que tenía una apertura musical muy folclórica», evoca. La imagen de ese coro irá trenzando, casi sin querer, los hilos de la entrevista.

Es la mañana de un sábado y por el ventanal de la confitería de Rivadavia y Obispo Gelabert el sol ofrece su fiesta de luz. Dice Patricia, la mayor, sobre Itatí: «A pesar de los diez años de diferencia Itatí es, en muchos aspectos, el referente; por la valentía, por el entusiasmo, por la alegría. Por sobre todas las cosas, admiro el talento que tiene. Lo de ella es talento puro que desborda».
Dice Itatí sobre Patricia: «Ella para mí es, más allá de los sentimientos que me unen, la referente de Santa Fe en la música popular. Por su repertorio, por su calidad de intérprete y por los músicos que siempre la han acompañado. Mi elección por el terreno de la música popular tuvo que ver, obviamente, con la admiración que siento por Patricia».
La familia está atravesada por esta pasión. En el medio de las dos hermanas está Silvina, que también estudió música y transitó por los escenarios. El bisabuelo, Mauricio Arnold era luthier y le hizo el piano a la mamá de las chicas, para que pudiera estudiar su carrera de profesora. De una de las abuelas viene la veta de la garra, del atreverse: «Ella tocaba el acordeón y cantaba, y se escapaba por la ventana para que sus padres no la vieran», sonríe Patricia, la mirada puesta en esa casa en la que los discos le ganaban siempre la pulseada al televisor.
«Quizá fue algo desmedido. Cuando las compañeras de Itatí iban al bailecito de turno yo la llevaba a ver Leda Valladares al Paraninfo, o Markama a Paraná, porque era imposible perderse esos conciertos», cuenta la mayor. Este «arrastre» fue convirtiéndose, con el paso de los años, en elección: «Esto es una misión bendita, como decía Atahualpa Yupanqui. Nuestra vida va en la música, nuestro amor está en ella; nuestras amistades, nuestros grandes amores han nacido allí», afirman a coro.
Hoy las hermanas están acompañadas por músicos de lujo: Sergio Chiconi, Juan Candioti, Matías Marcipar y José Ayala, en el caso de Itatí; y Caíto Cabrera, Mariano Ferrando y Juan Candioti en el caso de Patricia.

VIAJE AL CENTRO DEL ROCK
La charla volverá siempre a Guadalupe, a ese templo que fue cuna sin saberlo. Itatí se destacó hace poco en su presentación en la ópera rock «Indio» en el Teatro Municipal: una marca en la historia del rock local, con base en los años 70 y concretada por Horacio Bidarra, sin la presencia esta vez (física al menos) del poeta del rock Miguel Bertolino. Itatí fue una Voz del Tiempo de una profundidad tremenda. Fue ese espacio de comunión de generaciones de músicos, el que develó para ella un nuevo anclaje con su pasado: un día, una de las guitarras del grupo (Cristian Matt Hungo Deicas) le pasa una lista de canciones de la liturgia y le dice: ‘Fijate los nombres’. Y ahí está la dupla Catena-Bertolino, autores de los temas que ella cantaba en Guadalupe cuando era chiquita, como el hit pascual de aquellos años, «Suenen campanas». «Fue mágico encontrar el nombre de Miguel en esas letras. Ahí sentí que el círculo cerraba», afirma.
«Lo de Indio fue tremendo, todavía estamos reviviéndolo. Cuando me convoca Bidarra, a través de una recomendación del Tavo Angelini, sentí una gran presión. Las cosas llegan a veces por el lado que una menos espera. Desde Horacio hasta PIF (Pablo Ignacio Ferreira, cantante de Infusión Kamachui, el más joven del grupo), hemos pasado momentos increíbles».
Patricia suma su mirada: «Fue impactante ver ese escenario colmado de grandes músicos, todos santafesinos evocando a esos santafesinos que se destacaron en el país. Una lo compara con lo que ocurre ahora y ve que vamos por el buen camino: pasa por dar un contenido que tenga significado, que tenga poesía».

LA ÉTICA Y LA ESTÉTICA
Patricia estudió guitarra con Isildo Dodea y luego en el Instituto Superior de Música, con Quique Núñez; Itatí se preparó con Myriam Cubelos y con Juancho Perone y luego, en Buenos Aires, con Livia Barbosa.
El Paraninfo de la UNL aparece en el mar de la memoria como el gran refugio de los buenos recuerdos: «Me marcó mucho el hecho de arrancar allí -dice Patricia-, porque era un ámbito que implicaba una exigencia en la estética y en la ética. Y después, que se me diera la posibilidad de compartir escenario con Markama, también en el Paraninfo, fue como vivir un sueño».
«Otra experiencia inolvidable fue cantar juntas con Itatí embarazada, en 2000. Fue maravilloso, habíamos postergado durante mucho tiempo la idea. Creo que esa vez lo sentimental superó lo musical. Fue muy fuerte», cuenta.
El año pasado, la decisión de Itatí de participar en Soñando por Cantar generó intenso ruido a su alrededor. Fue, al principio, una experiencia bastante traumática. Sus hijos empezaron a insistirle para que participara, en un in crescendo que la hizo dudar. Itatí comenzó a prestar atención a las devoluciones del jurado: el respeto que vio hacia el trabajo de cada artista terminó de convencerla. «Yo no tenía tiempo, debía pedir días en el trabajo (en la Unidad Cultural del Sanatorio Santa Fe, donde se desempeñó hasta hace poco), tenía que pagarme los pasajes, todos me decían que no fuera. Pero empecé a pensar en la llegada que tenía el programa. Yo quiero trabajar de cantar», explica. Así fue que tomó su cajón peruano y marchó rumbo al casting.
«Pude interpretar a Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Daniel Toro. Ése fue el mejor regalo para mí», dice. Cuando regresó, los medios locales le dedicaron espacio y el Senado provincial la distinguió. «Esas cosas te abren puertas. Aún así, no tuve trabajo», concluye.

SOÑANDO POR TRABAJAR
«Aquí en Santa Fe, la mayoría de los que viven de la música es porque, además, se dedican a la docencia. Es mi caso, y es algo maravilloso», dice Patricia, que da clases en la escuela N° 1.225 de barrio Yapeyú. «Ése es mi lugar en el mundo después de tantos años. Para mí la música es una herramienta de inclusión», afirma.
«Yo sé que el tema de la cultura no es urgente y sé que hay muchos espacios que se han creado, pero falta camino por recorrer. De todos modos, yo viví otras gestiones en las que nosotros éramos ninguneados y el que venía de afuera cobraba de manera desproporcionada», opina la hermana mayor.
Itatí suscribe. «Hay que aprender a organizarse, a que haya un circuito donde podamos tocar. ¿Por qué no podemos generar una Peña de Santa Fe, donde el turista vea todo el potencial que hay aquí? Esta cuestión la están laburando mucho los Ayala, en el garage de su casa. Ellos son de mi generación y han aprendido mucho de la gente de El Puente: un ejemplo de trabajo cooperativo, donde hoy atendías el bar y la próxima te subías al escenario».
A la hora de mencionar maestros, más allá de los nombrados, Patricia evoca a Mariano Ferrando. «No puedo olvidar lo que significó para mí incorporarme a Cantares a los 20 años. Él me sacó bastante de mi timidez, que de todos modos sigue sin resolverse. Cantares fue una gran escuela para mí».
Bocinas y sirenas aparecen como hilos que llevan las narices hacia la calle, y el silencio llega a la mesa y se sienta cual invitado que nadie esperaba. La procesión de los taxistas que llevan a la Virgen hasta Guadalupe pasa por la esquina. Itatí levanta la mano y saluda la imagen. Se acuerda de su nona, que para la fiesta anual le tejía pulóveres en rosado y celeste con un punto tan agarrado que el cuello casi la asfixiaba. Se ríen cómplices, se codean, observan calladas. La procesión deja la estela de sus últimos ecos; Patricia se seca las lágrimas. «Yo no creo en las casualidades», dice.

 

Crédito: Natalia Pandolfo

Fotos: Pablo Aguirre