Se la ve ensimismada, con un perfil griego, portadora de una belleza atemporal. Tiene en los ojos el poder reconcentrado de una mujer, que comenzó la carrera de antropología en Rosario para terminar descubriendo una pasión mayor: el maquillaje. El arte es una especie de columna que la sostiene y la impulsa. La piel es el soporte de sus inspiraciones.
De niña preparaba a su madre para las fiestas: la vocación temprana le hizo descubrir un mundo que, con los años, se transformaría en un modo de vida sujeto a la creatividad y los desafíos. Pero, en ese entonces, parecía ser solo un juego. La vida es sabia, sin embargo y, en los primeros pasos, da indicio del milagro en el que se puede transformar conforme transcurra el tiempo.
Mariana es testigo y protagonista de ese crecimiento. Si bien sus elecciones parecieron llevarla por otros caminos, finalmente, se encontró consigo como frente a un espejo. Allí se vio y, en esa superficie, pudo redescubrir la pasión que acabó por poner color, dimensión y apariencia a rostros y cuerpos. A partir de ese descubrimiento, comenzó una carrera ininterrumpida de capacitación y perfeccionamiento con maquilladores de vasta experiencia, que fueron modelando el estilo personal de esta joven realizadora. Con una valija enorme, llena de maquillajes como fondo, echa mano al recuerdo: empecé en 2005 con un curso en Rosario y después me fui a Buenos aires a especializar con Alex Mathews, uno de los más grandes caracterizadores, hacedor de la mítica caracterización de mamá Cora que interpretó Gasalla en “Esperando la Carroza”. Desde entonces no he parado.
Su paso, también, por la Escuela de Artes Visuales JuanMantovani la llevó a la experiencia de la forma y el color, la historia, los estilos, los procesos, los reveses de las tramas. Así como el tatuador obra sobre la piel de modo permanente, Mariana lo hace desde la fugacidad inevitable que presenta el maquillaje. Su ámbito es vasto: trabaja para producciones cinematográficas, teatrales, en efectos especiales, crea diseños para ocasiones particulares, publicitarias, artísticas, para disfraces, para eventos sociales. No se trata solamente de manejar a la perfección la técnica sino de interpretar exactamente lo que el cliente espera. En ese núcleo reside gran parte de su éxito pues encuentra con facilidad lo que la piel que la interpela necesita. Ese campo es tan expansivo que el trabajo fluye como de una fuente inagotable. De hecho, sonríe y asegura: cuando a veces me resuena fuerte la posibilidad de dedicarme a otra cosa, aparece algo, un proyecto, una propuesta, que me vuelve a este trabajo. El oficio nos elige también.
En esa exigencia constante donde se cruzan dos energías, las de Mariana, creadora, y las del cliente, expectante, el producto que se utiliza para el maquillaje obra un poder intenso; se requiere de materia prima de excelente calidad para garantizar el resultado final: Cuando alguien te busca para hacer un trabajo lo hace porque necesita la mirada y la interpretación para obtener el mejor resultado. Hago mi aporte dándole mi impronta. Siempre llegamos a un acuerdo manteniendo la identidad.
La mayoría de los productos para caracterización son importados, por lo tanto, escasos y costosos. Se trabaja, también, con otros nacionales, que presentan excelente calidad y, además, el valor incalculable del oficio de adaptar esa materia a las necesidades que presenta el maquillaje.
Las manos de Mariana son sabias. Hay un antes y un después en la corporeidad de quien se somete a su magia. De ellas, salen novias que parecen reinas, duendes misteriosos, monstruos espeluznantes, cicatrices trágicas, pieles diáfanas y luminosas, transparentes, escamas tridimensionales, tatuajes que parecen eternos. La pasión que la habita obra ese milagro: trasladar de la imaginación a la piel del Otro un universo de posibilidades. Casi un poema, de un efecto visual impactante, pero con esa sutileza temporal que se va misteriosamente con el agua.
Texto: Fernando Marchi Schmidt
Fotos: Pablo Martínez
Nombre de sección: Trazos y texturas