Si a alguien es posible leerle el alma es a través de la mirada, lo menos engañoso de un cuerpo humano. A Mary se puede también llegar a través del abrazo, siempre contenedor, pero es por sus ojos que se la puede conocer, impregnados de río.

 

Mira a la distancia y, en el oleaje escamado de la laguna, parece invocar los recuerdos. Siempre el agua ha estado presente. Saca de la barranca y de la isla la identidad y el remanso de una voz que es casi un murmullo, un fluir suave que no se contradice. Fue ese paisaje lleno de pájaros el fondo de historia donde, con cuatro años, conoció al que sería el hombre de su vida—aunque ninguno de los dos se lo imaginara—, ella porque era una niña y él porque, veintitrés años mayor, jamás hubiese pensado en esa posibilidad.“Yo tengo una imagen de él, usaba una gorrita, así, bataraza, llegando a nuestra casa, a la ranchada… era muy chica y lo tengo a ese recuerdo.”

Pero parecía escrito: a Mary Berón y a Carlos “Chiquito” Uleriche ni la muerte los separaría.

 

Los orígenes

El papá de Mary era pescador y proveedor de quien perfilaba ya como el legendario anfitrión de “El Quincho”, el “Templo de la Amistad”. Eran tiempos de remo, en el sentido más extenso de la palabra: esfuerzo cotidiano, lucha, sacrificio, pobreza. Corría 1965 y surgía el afamado espacio en el paraje “La Vuelta del Pirata”. Ahí se comía el pescado como a la intemperie, como en un rancho, y eso le daba el sabor único que nadie jamás podría imitar. Luego sobrevino la histórica crecida del Paraná, entre 1982 y 1983, la que se llevó todo: la materialidad y los sueños. Entonces, surgió el desafío y el traslado a la ciudad de Santa Fe. Mary trabajaba en el comedor y recién entraba a la adolescencia. El hombre, maduro, acababa de enviudar, joven y fuerte, todavía. Entonces, los ojos se cruzaron, y se volvieron compañeros inseparables.

 

El apogeo

Fueron los años felices. Por el Quincho desfilaron personalidades del mundo, de la política, el espectáculo, el deporte, la ciencia, el arte. Carlos Monzón fue una figura presente casi a tiempo completo y, de su brazo, llegó una vez Alain Delón. “Ni soñé que alguna vez podría conocerlo, ¿a qué mujer no le gusta ese hombre? el Quincho me ha dado esa oportunidad: estar junto a presidentes y personas que una veía solo en la televisión o en las revistas, pero acá no hay diferencias, acá atendemos a todos por igual, conocidos o desconocidos, la gente que viene tiene que sentirse como en su casa, que esto es una gran familia. El pescado es el mismo para todos, el trato es el mismo para todos. Eso fue lo que me enseñó mi marido y jamás me olvido.”

Innumerables, como en una casa que atesora sus recuerdos gratos, cuelgan los retratos con figuras que pasaron por el comedor, durante más de cincuenta años.

 

El amor en los tiempos del cambio

Chiquito sabía, siempre lo decía, que partiría antes que Mary del mundo. Entonces, la preparó, para que continuara con su sueño, que fue, también, el de ella. “Antes de morir, en su interior, habrá tenido esa seguridad, y cuando se firmó el convenio de concesión del Quincho, él pidió que en algún lugar quedara constancia de que, si le llegaba a pasar algo, la continuidad la llevara yo”. Cuando partió, en 2011, dejó a la mujer a la orilla de la barranca: sola en su silencio y su dolor. Pero el río, por algo, hace fuertes y sabias a las personas y no defraudó a quien viera nacer y crecer a sus orillas.

Ella se sobrepuso: había construido una familia gigante. Más de 30 empleados han sido más que eso. Se transformaron en una red que la protegió de la caída y la acompañó en el proceso de adaptación a la nueva vida. Fue la prueba de fuego… “Cuando quedé sin Carlos tuve que seguir sola pero aprendí todo de él en los años que estuvimos juntos. No sé si tengo dimensión de todo lo que logramos y de lo que ahora puedo sostener con este grupo hermoso de gente que trabaja acá. Por ser mujer cuesta un poco más. Pero yo siempre fui al frente con mi verdad, yo en mi interior tenía lo que había prometido: seguir adelante con este, que era nuestro sueño”.

 

Las resurrecciones

Hoy se ha consolidado la presencia empresarial del comedor y, en eso, la actitud de Mary ha sido una llave maestra: “yo era muy polvorita pero aprendí a aplicar lo que Chiquito me enseñó: que escuche a todos, que me vaya a dormir y que, al levantarme, haga lo que el corazón me diga”.

Los años junto a Chiquito Uleriche no fueron en vano. Mary se transformó en la mejor heredera, en la continuadora elegida de aquel proyecto, soñado bajo los sauces y la mirada seguidora de camalotes en la correntada: “el río para mí es todo. Por el río tenemos la materia prima, por el río tuve mi familia, por el río conocí a Carlos y por el río se sostiene el Quincho. O sea que al río le debo todo”.

Sigue el agua su rumbo y ella tiene eso, la fuerza de una correntada que parece invisible hasta que arremete con fuerza para volverse imparable. Los ojos de Mary son mansos pero arrastran un vigor que a nadie pasa inadvertido, auténticos ojos de río.

Texto: Fernando Marchi Schmidt

 

Fotos: Pablo Aguirre