Susana Presties Psicóloga Social y desde hace más de 15 años trabaja la ludopatía desde una terapia grupal presidiendo la Asociación de Investigación en Ludopatía (AIL). Con el desafío de comprender una problemática multicausal, nos invita a desmenuzarla para construir un concepto teórico que se vincula con su experiencia concreta. Cómo aparece la ludopatía en las situaciones cotidianas, de qué manera se la reconoce como un problema que requiere de una solución y qué rol juegan los factores individuales y sociales.
Definida por la Organización Mundial de la Salud como un trastorno caracterizado por la presencia de frecuentes y reiterados episodios de participación en juegos de apuesta que dominan la vida de la persona enferma en perjuicio de sus valores y obligaciones sociales, laborales, materiales y familiares, la ludopatía es una conducta que acarrea consecuencias sociales tales como la pérdida de fortuna personal, el deterioro de las relaciones familiares y situaciones personales críticas. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales la incluye –en su quinta y última edición– entre las adicciones por sus similitudes en la expresión clínica, origen, comorbilidad física y tratamiento con el resto de adicciones al alcohol, tabaco y drogas ilegales. Según la experiencia de Susana, la ludopatía «nace de un modo particular desde una trama vincular que se va gestando desde siempre y, de pronto, hay ciertos elementos que son detonantes».
La ludopatía es una adicción sin sustancia, cuyo objeto es el juego, más precisamente el de apuesta. «Es una problemática multicausal en la que influyen factores que hacen a lo personal, lo individual y subjetivo y también factores sociales, que se combinan para determinar que una situación particular de pronto se torne patológica», explica Susana, aclarando que el objeto juego significa para cada persona algo distinto y por ello «no hay que responsabilizarlo. No es agente causal, como tampoco lo es la sustancia, y por eso no hay que demonizarlo. Por el contrario, hay que preguntarse qué encontramos en ese objeto que nos permite conectarnos con algo que se ha convertido en el éxtasis y en un principio cuesta mucho definir».
«Un sujeto tiene una estructura determinada socialmente por sus referentes, otros sujetos que forman parte de su grupo primario o extendido. Todos los seres humanos somos parte de distintos grupos en los que desempeñamos diferentes roles. Así también, cada sociedad y momento histórico tienen sus particularidades y demandan de cada sujeto cuestiones que pueden llegar a sobreexigirlo y son parte de la cuota de reconocimiento que cada uno necesita. ¿Y si de pronto no puedo estar a la altura de lo que se me exige?». Tras un planteo que problematiza el rol de las presiones sociales, Susana explica que «una sociedad marcada por lo material, donde el tener está muy por encima del ser, ha de ser una sociedad bastante pesada y exigente. Sumado a ello, es necesario que nos preguntemos si realmente estamos escuchando al otro atentamente. Si le prestamos atención y reparamos en sus conductas, de modo que no nos pasen desapercibidas las señales de alerta».
La palabra como medicina: los grupos terapéuticos
«Todo vínculo se establece a través de la palabra y el lenguaje», afirma Susana, agregando que «esas palabras que me conectan con lo que estoy sintiendo y lo que me va pasando hacen que, de alguna manera vaya, a través de esa comunicación con los otros, escuchándome para entender qué me pasa y qué necesito. Los espacios terapéuticos tienen que ver con eso».
La entrevista de admisión es la primera instancia de encuentro cuando la persona reconoce la existencia de un problema y se decide a buscar ayuda. «Allí empiezan a aparecer elementos que, con el sólo hecho de empezar a nombrarlos y escucharme haciéndolo, me permiten echar luz a una situación en la que lo que yo llamo juego pasa a un segundo plano. Hacemos un trabajo como si fuera de ir sacándole las capas a la cebolla y vamos viendo que en realidad no se trataba de lo que yo creo, sino que hay otras situaciones en el mientras tanto. Familias quebradas, todo un círculo de amigos que casi no están, un trabajo que estoy a punto de perder… En esta estructura vincular en la que estoy y formo parte, hay algo que hace ruido. Soy autor, porque establezco un modo de vincularme y tengo autoridad en relación a este modo, pero no escapo a lo social ni a una serie de normas o tradiciones del lugar al que pertenezco. Me empiezo a preguntar en qué lugar elijo pararme y la terapia nos va conduciendo a un nuevo orden que me permita conectarme con el placer, posibilite un grado de bienestar en el que pueda volver a sanar vínculos y establecer otros nuevos», detalla Susana.
Observarnos, escucharnos y analizarnos es el camino de salida para dejar de sentirnos presos de un objeto. La terapia grupal se convierte en un espacio que invita a desnaturalizar, comprendernos desde la mirada del otro y permitirnos no encajar en un modelo social que nos exige demasiado. «Detrás del objeto juego aparece un vínculo que me asfixiaba o una situación que me exigía lo que no puedo dar, que en realidad tiene la medida que yo le puse. Una comunicación fluida permitirá que no me quede con lo mío y pueda visibilizar una totalidad. A través de la terapia no sólo me estoy empoderando sino también estableciendo un vínculo con un otro y una nueva lógica de vida», asegura la profesional.
«La palabra nos conecta con lo que estamos sintiendo y nos permite escucharnos.»
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Texto: Belén Bustamante
Fotos: Pablo Aguirre
Nombre de sección: Maneras de sanar
Edición: N° 75