Un equívoco nido, el cristal, para amparar los tallos y los pétalos. A contraluz de la tarde, las sombras se desmenuzan como se deshace la carne de un pescado para evitar las espinas antes de tragarla.
Es una piel transparente que avanza hacia la circularidad femenina de la luna, de boca abierta, de simpleza tibia en el resplandor de septiembre, de nimbo mítico que alumbra la procesión de las horas. Unas estrías gruesas le realzan la cinturay desvanecen las formas hasta reducirlas a manchas variables. El pie es una cuña sutil que se abre, un tentáculo translúcido que se aferra al suelo, raíz mentirosa.
El aire la habita. El eco del viento gira y la arena la roza para incitarle un sonido de campana fantasmal. Es el mismo ruido que agita la sangre en las venas: sordo, apagado, latido imperceptible que se anticipa, sucede y se apaga para luego repetirse, un rosario de rezongos.
Se reflejan las flores con sus pistilos, las nervaduras blandas, con la carne más o menos intensa de sus tramas, con el perfume de las hojas recién arrancadas que buscan el agua para no morirse de sol o de noche inminente.
El vacío fantasea con lainmolación, busca la muerte lenta en algo que lo venza y ocupe su aire y su impermanencia. Proyecta plenitudes sobre el ladrillo como si fuese el tapiz de una película incierta, con aureolas quemadas y pestañas de sombras y el rumor de la cinta corriendo hacia el final que no llega. Juega a componer abundancias, floras salvajes, selvas emocionales, aguas frescas con jugo de limón en una siesta de primavera.
El hueco disponible intenta dejar su hartura y se imagina repleto de lo que le falta. Las ausencias lo desbordan.
Siempre hay jazmines y lavandas dispuestos a llenar el cristalvano y a perfumar por dentro la inmutabilidad aparente de la membrana.
Esto de adentro es una multiplicación de corolas aunque el vacío vaya replicando ecos. En la memoria de las células se escarbanlos bulbos destinados a perfumar el tiempo y a iluminar la piel que se refleja con magia de vidrio en todo lo que toca
Crédito y fotos: Fernando Marchi Schmidt