Humboldt tiene alrededor de seis mil habitantes y acaba de celebrar ciento cincuenta años de existencia. Cifras elocuentes para una localidad en la que la pujanza de sus habitantes la transforma en un vergel y en una ínsula dentro del territorio santafesino. Allí, entre flores, árboles y una envidiable limpieza, hace veinticinco años un grupo de teatro inició sus actividades. El Grupo de los Diez permanece en plena actividad y hasta, por qué no, provoca envidia por la contundencia de su historia: esa que se hace cada vez más necesaria en una realidad difícil para todos y todas. Desde sus inicios María Rosa Pfeiffer está al frente de un grupo sin estrellas, sumamente responsable y lo mejor: todos poniendo el hombro para una indisimulable pasión. Ella es la incansable y brillante actriz, dramaturga y directora que siente el aroma especial para encarar trabajos de enorme responsabilidad, y arremete con una fuerza demoledora y su inteligente mirada las complejidades de la creación teatral.
Ver las producciones del Grupo de los Diez de Humboldt es siempre, entonces, una fiesta. Porque nos hace recordar que, lo específico del teatro, es participar de una zona de lo sagrado, en la que no puede incursionar ninguna otra disciplina artística. El lugar donde, finalmente, sucede el hecho dramático es la mente del espectador, allí se transforma en vivencia. El espectador se siente, en determinada forma, testigo de lo que ocurre y esa vivencia pasa a formar parte de su experiencia de vida. La dramaturga humbolense oficia, con su obra, como disparador. Escribe algo que está en el aire y que atrae su interés personal. Pero, si es portadora de la cultura de su propia sociedad, va a coincidir necesariamente con el interés de otros. Como, junto con su grupo, lo logró recientemente con “Retrato de un pueblo en seis mil palabras”. Para reflexionar. Y para conmovernos.
Los sueños permiten elaborar lo que no se sabe, lo que no se ha podido pensar, lo que se teme. El teatro expresa lo que está antes del pensamiento, lo que políticos o filósofos todavía no pueden racionalizar. El concepto de teatralidad —tan difícil de definir— no pasa solo por la estructura del texto ni por el uso de los recursos técnicos. Está dado por una percepción sensible de la intensidad del conflicto, del valor adecuado de la palabra y del silencio, del lugar del gesto y del lenguaje del cuerpo. El Grupo de los Diez es el mejor ejemplo de lo que sostenemos. Porque agregan —siempre y por sobre todas las cosas— la idea más inteligente y concreta de grupo, esa que los sostiene desde hace veinticinco años.
En época de cosecha se recoge lo que se siembra. El Grupo de los Diez es siempre la posibilidad de que podamos mirarnos, en conjunto o de manera individual, para señalar un camino específico para la representación. Dentro de esta búsqueda avanza por itinerarios muchas veces insondables. Las actividades específicas —sus puestas en escena y su Festival de Teatro, más la posibilidad de ofrecer una rica programación de teatro y música en su bellísima sala—, sirven para la formación y la discusión entre públicos y hacedores, y que en los contextos de libertad que generan, logra construir más teatralidad.
Este grupo, indiscutiblemente inscripto en el panorama de las artes escénicas santafesinas y del país, tiene varias características excelentes. Esencialmente, porque está integrado por buena gente, esa que trabaja incansablemente para construir miradas sobre la condición humana. Y, además, porque en su ya larga y aquilatada trayectoria son el vehículo para visualizar espectáculos atravesados por la poesía o la ternura, la risa, el dolor, la carcajada y el protagonismo de los cuerpos que nunca son iguales; y porque siempre apelan al público como receptor, a los espectadores que quieren ensoñarse con algunas poéticas despegadas de signos confusos o herméticos.
El Grupo de los Diez de Humboldt toma conciencia de que este es otro momento histórico y los cruces de lenguajes y de distintas formaciones ofrecen siempre la posibilidad de crecer. Con su trabajo permiten establecer un recorte de las últimas teatralidades, los quehaceres de la sociedad, sus faltas y necesidades, mostrándolas desde el colorido de sus poéticas interdisciplinarias, donde no están ausentes las altas dosis de belleza plástica y también los discursos políticos. El trabajo de veinticinco años de este grupo, nos permite sostener con vehemencia que el teatro brinda siempre la posibilidad de desechar máscaras, de revelar el contenido real, de fundir en un acto las reacciones físicas e intelectuales. El rol de los actores es un salirse de sí mismos y, así entendido, es una invitación al espectador. Ese acto puede ser comparado con el amor más auténtico.
Texto: Roberto Schneider
Fotos:
Nombre de sección: Teatro
Edición: N° 69