Respiramos. Caminamos. Leemos. Bailamos. Nos alimentamos. Nos emocionamos. En cada una de estas y centenares más de acciones de vida cotidiana, los bienes comunes están presentes. A veces, manifiestos y ostentosos. La mayoría, imperceptibles e invisibles.

 

Ahora, ¿qué son bienes comunes? Son todos aquellos que, de manera legítima, pertenecen a las comunidades y garantizan su subsistencia. Pueden ser tangibles o inmateriales. Lo importante es que, en su conjunto, posibilitan el proceso de desarrollo de la soberanía de la vida y expresan el bagaje de saberes y conocimiento de los pueblos a lo largo de su historia.

Son todos los sistemas naturales, la atmósfera, el agua, los ecosistemas locales, las estructuras genéticas. También los bienes de propiedad gubernamental y comunitarios, como parques, caminos, tierras ancestrales, la investigación académica, los recursos de información. A su vez, las normas y tradiciones culturales, el lenguaje, el arte, el conocimiento heredado y compartido, el histórico y el tradicional, la sabiduría popular… La lista es infinita.

 

El cuidado a lo largo de la historia

Durante miles de años, las sociedades autogestionaban sus bienes comunes a través de diferentes instancias de representación, instituciones formales e informales, su cultura, valores y prácticas. Todo ello ligado a formas diferenciadas de acceso, costumbres no escritas y un entramado susceptible de gestionar un sistema de diversidades y desigualdades.

Con la hegemonía mercantilista, se advino el cercenamiento de alternativas comunitarias y llegando a fines del siglo XX, las privatizaciones masivas de empresas y sectores públicos contribuyeron a destruir el tejido asociativo existente, promoviendo la emergencia de un nuevo sujeto político desprovisto de estructuras organizativas propias.

Hoy asistimos a una crisis civilizatoria sin precedentes, promovida por un sistema económico insostenible que exacerba el individualismo y lo utiliza como herramienta ideológica de dominación.

Hacia una sociedad sostenible

Cuando hablamos de bienes comunes no nos referimos sólo a su propiedad colectiva, sino también a que éstos se construyen en comunidad y que su gestión debe ser necesariamente compartida. Una economía basada en bienes comunes implica, en nuestras sociedades actuales, cambios radicales que proponen un horizonte de transformación integral, sostenida en los criterios básicos de universalidad, sostenibilidad, democracia e inalienabilidad.

Ese es nuestro preciado desafío: preservarlos en el presente, para ser disfrutados por las generaciones venideras, garantizando su acceso a todos los integrantes de la comunidad, superando las desigualdades existentes. Sin especulaciones. Con vocación de justicia. Con prepotencia de futuro.

Las disputas actuales

 

El agua para la vida y la preservación de los humedales

Los esquemas productivos insostenibles y la privatización de los sistemas de provisión de agua potable, así como la apropiación de tierras y superficies claves para el sostenimiento de distintos ecosistemas, atenta, en manos del mercado, contra la soberanía de los pueblos, el acceso al agua y el sustento de las comunidades.

 

Las semillas para la soberanía alimentaria.

Las semillas son el basamento de la agricultura y el sustento de millones de personas en todo el mundo. Patrimonio biológico, cultural y social de los pueblos, conservado por procesos colectivos de siembra y resiembra. El sistema de patentamiento de semillas y modificaciones genéticas son un acto de enajenación de ese patrimonio.

 

La cultura para consolidar sociedades libres

Los productos culturales como libros, software, música, y demás expresiones artísticas son bienes comunes intangibles a los que debemos acceder las sociedades, sin restricciones. Las licencias libres son la garantía para que el patrimonio cultural de la humanidad sea socialmente custodiado.

 

Texto: Liza Tosti – Francisco Latosinki

Fotos: Francisco Latosinki

Nombre de sección: Ecología

Edición: N° 92