El mundo lector argentino lo conoció en 2013 cuando apareció Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia), novela que fue un suceso, con traducciones a distintos idiomas. Antes, en 2004 publicó Bienamado, libro de poemas. Después, en 2018 salió su segunda novela, La ilusión de los mamíferos (Random House) y en 2019 el relato El día inútil (Flash), en formato digital. Desde 2006 coordina junto a Selva Almada y Alejandra Zina el ciclo de lecturas Carne Argentina, por el que pasaron escritores y escritoras de todo el país. Para octubre se prevé la salida de su poemario Meteoro, de la mano de Penguin Random House.
Julián preparó la sala de Zoom, como dispuesto a ser el anfitrión de la charla, a pesar de la distancia y las circunstancias. Puntualmente nos vimos las caras. Detrás suyo se ve una biblioteca abarrotada, pero ordenada, un fondo de verdad para esta conversación virtual, no como los fondos añadidos, un poco kitsch, que empezaron a implementar en la TV para los panelistas que opinan desde la casa.
TS —En tu última novela, el narrador exalta la conversación como un arte que descubrió tempranamente. ¿Esta normalidad conspira contra la conversación como arte o los ruidos que más conspiran contra una conversación se dan igual, con o sin pantallas y micrófonos mediando?
JL —Todo conspira contra la conversación. No se necesita pandemia para que la gente no tenga tiempo de conversar o de estar con sus hijos, con sus amantes o con quien sea. La invasión del mundo del trabajo es previa a la pandemia. Hoy la pandemia agudiza de una manera muy loca la idea de que todo el tiempo estás en conexión con la pantalla. Eso es alucinante, pero es una dirección del mundo que ya existía. Por otro lado, Zoom es una red, como las otras, una plataforma que nos posibilita tener ahora esta conversación a distancia. Entonces, la conversación es posible. Incluso estoy teniendo sesiones de análisis por videollamada que son muy profundas, sorprendentemente densas. Te diría que toda esta parafernalia tecnológica y pandémica responde a sofisticaciones o complicaciones de la matrix, no son cosas nuevas. La conversación sigue requiriendo el mismo nivel de resistencia y de entrenamiento que requería antes. Si uno tiene ganas de encontrarse con otro tiene que generarse los espacios.
TS —Sos un tipo muy activo en las redes sociales. Hay una reticencia a utilizarlas desde algunos sectores «intelectuales», por decirle de alguna manera. ¿Vos cómo las ves?
JL —Son un sistema de reproducción de la circulación del mundo y, en ese sentido, considero que son horrorosas. Yo caigo ahí porque fracaso. Son sitios reductores de la posibilidad de pensamiento y de encuentro. Sin embargo, no puedo salir de ellas ni dejar de participar. Y lo hago de las maneras más disímiles. Con mucho de lo peor, entrando desde la indignación y el grito desaforado, cosas que luego padezco. Pero, a la vez, son plataformas que uno puede investigar de otra manera. La ilusión de los mamíferos surgió en Facebook. Puedo decir que a las redes les saqué una novela, que conocí cabezas pensantes que tal vez no hubiera conocido de otra manera. En fin, son de una complejidad atroz, resumideros de lo peor pero, también, de cosas muy interesantes.
TS —Es conocida semilla de La ilusión de los mamíferos, obligándote a escribir en Facebook los domingos. ¿Hubo o hay otros «métodos»? Alguna vez dijiste que la escritura es deriva; ¿te preparás para abandonarte a esa deriva?
JL —No hay método, para nada. Yo no propongo que toda escritura es deriva, sino la mía, pero las escrituras que me interesa leer también son de deriva. Te digo más, considero que hay que pararse frente a la profesión con una actitud de deriva, pararse frente a un material de escritura y saber que no se sabe nada. A mí me cuesta mucho escuchar a escritoras o escritores que dicen «ahora voy a hacer un libro sobre esto». Ojo, me encantan los proyectos y, de hecho, yo también pienso «voy a ir por acá», pero después cuando te encontrás con la tarea vas adonde podés.
TS —Es difícil tener una claridad excesiva sobre lo que se va a escribir.
JL —Bueno, la escritura es un maremágnum en el que uno trata de hacer pie.
TS —Tu escritura está marcada por lo que fue y lo que está dejando de ser. La pandemia, el desastre medioambiental, la cultura de la homogeneidad ¿no te tientan a escribir sobre el futuro? ¿no te despiertan el bicho distópico?
JL —No, a mí nada me tienta a escribir. Me resulta muy arduo, trabajoso y, a veces, muy doloroso. Sin embargo, cuando me hablás de distopía pienso en Ursula Le Guin, una escritora que adoro, y me encantaría alguna vez hacer algo así. Estamos viviendo la distopía, el apocalipsis que antes sólo estaba en las historias de los libros. Y eso, más que ganas de escribir, me genera más melancolía del siglo XX, cuando la vida era una porquería, pero uno podía parar cinco minutos para ir a tomar un café con un amigo, cosa que hoy es imposible.
TS —Hace algunos años, en una entrevista dijiste que el proceso militar fue una «máquina de dejar gente huérfana, de quebrar una transmisión generacional». Hablabas de Una muchacha muy bella, la novela con la que la mayoría de los lectores te conocimos. Llevamos décadas reconstruyendo la memoria de esa generación, marcada por la mística y el horror. ¿Cuáles mecanismos operan hoy en perjuicio de la transmisión generacional y cuáles a su favor.
JL —Tal vez necesitaría más elementos para hacer esta afirmación, pero el mundo ya no necesita de golpes de estado militares para que el sistema arrase. El sistema consiguió un nivel de autonomía para que todo funcione en el nivel del arrasamiento. Los estados tienen muy poco espacio para combatir la voracidad de los dueños de la tierra que deciden incendiar todo, matar a toda la flora y la fauna porque van a plantar soja o van a lotear para hacer countries; porque este mundo debe ofrecer, a quienes pueden pagarlo, cada vez más satisfacción. De modo que lo que ofrece el mundo todo el tiempo es el corte de la transmisión.
TS —¿Y qué valores creés que puede traspasar tu generación a las venideras? Una generación anfibia entre lo analógico y o digital.
JL —No sabría qué o cómo traspasar, pero rescataría el valor de la escritura para ir en contra del sentido de homogeneidad. Hoy te metés en Instagram un ratito y te aparecen todos cuerpos de varones con una sensualidad desbordante, todos iguales, que en realidad no palpitan ninguna sensualidad. Cómo se para alguien que está apareciendo al mundo con un cuerpo propio. Si yo hoy tuviera 15 años, lo único que haría sería ir al gimnasio, a conseguirme un cuerpo para salir al mundo. Entonces rescato el valor de la escritura como el espacio donde se puede promover el ensayo del ensayo del ensayo de la propia voz. La experiencia de la escritura es la experiencia de lo propio, e incluso la dificultad con lo propio, uno es hablado por voces enajenantes… ser o no ser, esa es la cuestión.
Texto: Mariano Peralta
Fotos: Alejandra López
Nombre de sección: Literatura
Edición: N° 81