Atrás han quedado la ruta y sus ruidos. Ahora camino por una calle de tierra de Colastiné, adornada por el canto de los árboles y por un coro de ranas proveniente de algún charco.
Es la tardecita. Una reja pequeña se abre y me recibe una jauría cariñosa. Aquellos perros llevan bien puestos sus ingeniosos nombres y cada uno de ellos despliega un carácter especial. Uno se abalanza sobre mí subestimando su tamaño y su fuerza. Miro hacia la entrada de la casa y encuentro refugio en el andar de María Surubí, que se acerca a otro ritmo, viajando pegada a la pared y moviendo la cola con felina delicadeza.
La dueña de casa es una anfitriona natural, no persigue al comensal y tampoco lo abandona, lo que hace de mí, desde el primer momento, un visitante feliz. El diálogo es inasible, tanto como el andar de María Surubí por la vida – la parte ronroneante de ésta comparación se acomoda entre mis brazos-.
Ysabel Tamayo es una diseñadora hipermedial y su pensamiento recorre y entrecruza distintas materias. Recorre los temas de arriba a abajo, de izquierda derecha, y en todas las direcciones intermedias posibles. Es por eso que, inmediatamente, resulta inevitable advertir en ella un intelecto complejo y rizomático. Tan rizomático como el destino de nuestra primera conversación.
Tratando de no despertar a María Surubí, me acerco a una de las ventanas desde la que se alcanza a ver el fondo, el jardín, o en términos correctamente saereanos: el patio; y mientras observo el lugar, que empieza a transformarse lentamente en otra cosa, me doy cuenta que nunca hemos dejado de conversar. Los temas avanzan y recorren el tiempo, sinuosos, como cualquiera de los ríos cercanos a Colastiné. Se me ocurre preguntarle: ¿cómo son los ríos de los llanos venezolanos?
Sucede lo mismo con la segunda conversación, la tercera y con el resto; y, al mismo, tengo la sensación de haber atravesado conversaciones que aun no hemos tenido. En ese momento me doy cuenta que en realidad no hay música sonando en la casa. Aunque la atmósfera está cargada de cierta musicalidad cuyo origen es difícil de descubrir.
El último rayo del día se pierde detrás de una de las palmeras del patio.
Ysabel nunca deja de ser una investigadora y docente. Conquista toda la formalidad profesional y logra transformarla, a través de un interesante mix entre universidad y perfomance artística. Mientras charlamos, mi mirada se desliza hacia el lomo de un libro, entre muchos otros, apoyado en un pequeño mueble. Al mismo tiempo, mágicamente, ella cita a la autora: “el arte sólo es un gesto en la dirección de experiencias… un gesto sólo, aunque imprescindible, piensa Susan Sontag”
El trabajo de Ysabel consiste en juntar, reunir. Nuclear especialistas para conquistar momentos de gran potencia conceptual y expresiva. Trenzar las experiencias individuales para que se transformen en colaborativas. Con esa meta ha formado un grupo de trabajo: Grupo Teté, en honor a una de las reinas de su casa.
Repentinamente, la jauría se arroja al patio y María Surubí levanta una oreja. Llegan los músicos y todo se transforma en Ysabel Tamayo Grupo.
Los sonidos se convierten en paisaje, y me doy cuenta de algo: no hay nada puramente argentino o venezolano. Como ella misma sostiene, los cruces y trenzamientos de los lenguajes de la comunicación atraviesan las melodías, abarcando desde lo formal hasta lo lúdico; el acento está en la multiplicidad, y la misma no es debilidad, sino fortaleza.
A partir de ese momento el aire empieza a inundarse de lo que ella llama la “materia invisible”; y resulta imposible describir con palabras lo que sigue. Miro mis anotaciones y descubro que es muy poco lo que puedo rescatar:
AF: ¿Cuál es el espíritu que reúne a Ysabel Tamayo Grupo?
YT: Cantar música venezolana desde la Argentina y conquistar un sonido genuino. Ése es el punto de partida. Estamos trabajando en “La Mariposa Amarilla.” Un demo convertido en un encuentro de soportes expresivos. En poco tiempo estará en la calle.
AF: ¿Cómo está conformado el Grupo?
YT: Me acompañan grandes artistas santafesinos que posibilitan que el mágico momento de encuentro entre Argentina y Venezuela sea posible: Matías Marcipar, Franco Bongiovanni y Pedro Brumnich. Son artistas sofisticados y de mucha experiencia.
AF: ¿Qué sensaciones te invaden al cantar?
YT: Cierro los ojos y me voy pa’venezuela. Es un proceso maravilloso esa ensoñación que produce el arte. Me divierte estar con los músicos, me siento muy fresca. Me gusta la atmósfera de los ensayos y cantar en mi casa de Colastinè. Los show son otra cosa, allí nos divertimos cantando, contando anécdotas y el público disfruta y participa de un clima alegre bien venezolano.
CRÉDITO: Agustín Falco