Isla adentro
A veinte años de su primera publicación, Ediciones UNL vuelve a editar en su colección Itinerarios una obra muy significativa para la vida literaria de César Bisso como lo es Isla adentro (Premio Provincial de Poesía «José Pedroni» 1997). Esta edición incluye algunos comentarios críticos realizados por Roberto Retamoso, Delia Pasini, Marcelo di Marco, Concepción Bertone, Hugo Echagüe y Osvaldo Valli. En esta oportunidad, aquellos poemas, revisados, son acompañados por nuevos textos, inmersos en el mismo universo de las aguas.
En el prólogo, Francisco Madariaga señala: «No es sol que usurpe / colores / frescura / despertares. Esto leo en el primer poema de este libro de César Bisso, un poeta que no ha sido abandonado por el paisaje, lo que es fundamental en estos tiempos, donde el paisaje del agua, la campaña no hollada aún, o el urbano de cementos, hierros e iniquidades, están expuestos a los mismos extirpadores que, generalmente, por el eterno espíritu mercantilista, o por ser niveladores por la base, a lo largo de la historia del arte han terminado —muchos de ellos— en asesinos de su condición de poetas o escritores».
En No hay otro lenguaje, el comentario de Carlos Morán describe: «Para César Bisso, Coronda es el centro del mundo (Diviso Coronda. Recuerdo el adiós de mi padre). Vivió allí en su niñez y después se trasladó a un ámbito más urbano, primero Santa Fe y luego Buenos Aires. Pero Coronda quedó arraigada en lo más profundo de su persona, allí, donde aún reside el poeta. A Coronda ha regresado una y otra vez a lo largo de los años, para reencontrarla. Y seguro que para reencontrarse. Sobre ella escribió y escribe poemas cada vez más autoexigidos, con los que cala en profundidad. Porque en ese territorio, en lo más recóndito, anidan el mito y el secreto. En el presente libro, que enlaza los poemas de Isla adentro con otros textos insertos en su cosmogonía fluvial, nos advierte, desde el comienzo, que no hay otro lenguaje y que todo allí es cielo, agua, isla. En este contexto, Bisso nos guía a través del territorio que va enunciando, de la manera adánica con la que se debe expresar cuando se trata de poesía. Aplica su mirada y cuenta a quien lo escucha. Va contándole al lector: El río es un ojo que no olvida/ Estremece no saber lo que da. Luego nos advierte que el hechizo de la isla no cesa, porque estamos en un terreno que es, además de personal, impreciso, atemporal. Por eso en algún momento se pregunta: ¿Importa medir lo que no tiene espacio ni tiempo?, para aclararnos que el tiempo es pura conjetura».