¡Con los chicos no!
Grooming, otro anglogerundio fatídico y van…
Los sociólogos británicos y/o estadounidenses mantienen la ilusión de que encontrarles nombres a sucesos deplorables o aberrantes es, más que reconocerlos, solucionarlos. También con esta distorsión, recurren a la estadística como si contar a los degenerados los expulsara del planeta. Es el caso de la niñita virtual con fenotipia filipina que invita a mantener sexo con ella a los perversos del ciberespacio. La comprobación de que hasta el momento 20.000 internautas aceptaron la invitación los hace regodearse entre números como un instrumento ridículo que pudiera dar fin a conductas repugnantes.
El acoso de adultos que se simulan púberes o adolescentes para violar la inocencia de esa edad hoy se nombra como “gruming” que a su vez viene de “grooming” cuya raíz significa acicalar, arreglar o adornar. Es decir, son tiburones que se adornan para engullirse a los pececitos indefensos. El dolor de los que no pertenecemos a esa franja de depravados es que el contacto supera lo virtual porque, en muchos casos, consiguen el encuentro personal con las criaturas y consuman uno de los delitos más asqueroso que un ser puede cometer. En tanto nosotros sólo atinamos al asco viveral, a la conmiseración o finalmente al cansancio moral. Acoso, abuso o violación aunque con creciente grado de daño son la consecuencia final de una cadena que ni empieza ni termina en daños puramente físicos.
Por estos días, el Primer Ministro británico llegó a un acuerdo con Google y Microsoft para bloquear 100.000 términos referidos al abuso infantil con el fin de dificultar la búsqueda de esos sitios. ¡Otra vez la práctica de un nominalismo mágico que alcanza para nada, ni siquiera bordea una solución! Y por supuesto se aplicará en países de habla inglesa hasta más ver. De legislación con alcance universal como lo es el de las redes, ni una palabra.
Por otra parte, los buscadores de Internet son, en este caso, algo menos perjudiciales. El holograma de ese otro universo que son las redes sociales constituye el espacio oculto de cadenas de pederastas. De ellas tampoco ni una palabra porque, si se los controlara, no alcanzarían estas líneas para los ceros de las cifras o los perdidosos montos que “sufrirían” los business de las megaempresas, sostenedoras de la posibilidad de contactos instantáneos e indiscriminados y creadoras de la Gran Enciclopedia Universal entronizada como el máximo instrumento de un milenio cada vez más inteligente.
Al respecto, esta es una de las falacias lamentablemente ya cristalizada en mito, más desgraciada precisamente por considerar a Internet como la Enciclopedia Universal. Enciclopedia, quizás, Universal, nunca. Los fundamentalistas de la ciberinteligencia, rápidamente tildarían estos dichos como la ignorante demonización salido de la boca de un fósil precivilizatorio. De larguísimo aliento serían las respuestas de este fósil, pero, sea dicho, que las calificaciones no terminan con los problemas. Sí en parte, los argumentos: se concede el sustantivo enciclopedia, pero se niega rotundamente el adjetivo universal. Si el gruming nos provoca vómito a los relativamente normales, ese acoso, ese abuso que puede terminar o no en violación real, el “consultin” (neologismo simuladamente anglogerundio) a la “biblia de todo el saber” ofende nuestra inteligencia: es de hecho e instantáneamente una violación mental hacia niños, adolescentes o adultos con escasos dominios de saberes generales. Nada mejor que ejemplificar para fortalecer estos argumentos. Nada mejor que el recurso, común en esta sección, de describir numerosas situaciones cotidianas. Un niño o púber o adolescente consulta a Internet sobre el cambio celular para su tarea de biología y las primeras respuestas que aparecen son: compra y venta de celulares, cambios actualizados de celulares, o portabilidad numérica del teléfono móvil. Si el requerimiento de un alumno santafesino es conocer el paradero de las cenizas de Bustos, la enciclopedia le dará opciones como los bustos de roma, los amigos de las cenizas, el grupo de mineros las cenizas o un desopilante artículo referido al busto (senos) de las señoritas. Si busca cimas de cerros con mayor vegetación en la naturaleza, la “biblia del saber” lo llevará a que “se le haga agua la boca” con la gastronómica respuesta sobre la cima de pollo rellena con vegetales. Si quiere saber cuáles fueron las palabras de Belgrano en su último suspiro, la “Gran Hermana Inteligente” le ofrecerá: el equipo de Belgrano consiguió una victoria agónica o Belgrano empató el clásico en el último suspiro. Si el chico necesita averiguar que son los autos en una causa judicial, la pantalla le ofrecerá una seguidilla de titulares referidos a accidentes de autos o querellas por autos, etc (la emperatriz universal de la inteligencia confunde autos con automóviles). Si necesita reconocer la ubicación de las islas del Pacífico, le mostrará todas las maravillosas islas del Atlántico con la publicidad superpuesta de tours, hoteles y viajes financiados. Si pregunta por algún personaje de nombre Julio, le responderá sobre todos los acontecimientos fechados en el mes de julio de ese año y hasta la noche de los tiempos. La lista es verdaderamente infinita. En cuanto a consultas relacionadas con el idioma, quien escribe pudo comprobar flagrantes errores de la “infalible” enciclopedia, entre otros la confusión de barbarismos con vulgarismos, confusión en la que podría incurrir cualquier chico ignorante de ello por la directa responsabilidad de simpáticos docentes para los cuales la educación del siglo XXI es escuchar más que enseñar. Escuchar, sí, enseñar, más. Tampoco se descarga de este compromiso a padres rejuvenecidos por el lifting (otro gerundio) que se corrieron de su rol y practican con sus hijos una amistad abundante en feeling (… y van) sin saber que la ausencia de límites los puede convertir en directos cómplices de los verdugos de quienes, supuestamente, más aman (tema prometido para otra entrega).
El colofón de estas consideraciones puede ser inferido fácilmente por el lector: “La Magna Enciclopedia” es útil sólo para los que ya han sido formados e informados principalmente por la familia y por la escuela. Sin ese aprestamiento previo, se consuma concretamente la violación al intelecto, las emociones o el acoso sexual de cualquier persona ingenua. Entonces, la máquina inteligente tiene todo de máquina y nada de inteligente. Esta facultad humana es capaz de operaciones como la asociación, la comparación, la interpretación… y la máquina hace lo que todas: tomar la orden por denominación, responder a las palabras aisladas y no al sentido que supone su combinación. Es apenas un dispositivo para inteligencias estimuladas que pueden discernir la información valiosa de la chatarra cultural, la moral humana de la inmoralidad degenerada.
¡Extensión del cerebro humano!, consagraron en su origen al basilisco instrumento de control y facilitador de aberrantes crímenes, justamente hacia ese cerebro con el que pretenden compararla. ¿Exageración? Es que cuando hay enojo no se quieren reconocer los beneficios que sin dudas puede proveer este hallazgo del siglo XX, tanto como la imprenta de Gutemberg, tampoco es la intención de este recortado artículo. ¿Se entenderá la razón del enojo que agravia la condición humana y se captará que se intenta una advertencia? Sin información cultural (no “culturosa” ni subcultural), sin formación moral (no moralina ni mojigatería), la pantalla que exhibe a la Gran Enciclopedia Digital y al Máximo Espacio de Encuentros debería apagarse a tiempo.
CRÉDITO: Carmen Úbeda