Con “Febriles”, Germán UIrich retoma los relatos de mundos rurales, isleros y suburbanos. La historias de un caníbal, los prostíbulos de Pichincha y la mitología se enlazan en el nuevo libro del escritor litoraleño.
Como fotos que han sabido detener un instante añejo en una imagen, las tres piezas literarias que componen “Febriles” (Contramar, 2023) se ubican en las orillas de la sociedad contraponiéndose a una concepción positiva de la idea de progreso. En este, su más reciente libro, Germán Ulrich detiene el foco en una crónica histórica de 1936 sobre un crimen atroz, en el mítico barrio prostibulario de Pichincha (Rosario) y en una mitología rural según la cual los recién nacidos varones eran arrojados a los chanchos.
De la mano de esta obra, el autor –nacido en Viale, Entre Ríos, y residente desde hace décadas en Santa Fe– reafirma su vocación de construir historias verosímiles a partir de mundos suburbanos, marginales, isleros, costeros. Para llevar a cabo su cometido, el escritor no juzga sino que expone. En efecto, “Caníbal”, “La ficha” y “La virgen” –los relatos que conforman esta nueva publicación– ponen a consideración de quien lee la tensión que media entre el avance del tiempo y la mejora de calidad de vida en una sociedad. Ese conflicto se expresa en la perturbación y el desasosiego que puede sentir el lector al recorrer las páginas que les dan vida a personajes desprovistos de parámetros morales y de condicionamientos legales. La mera idea de pensar que un hombre puede ser capaz de terminar con la vida de un niño o que una niña, que ni siquiera alcanza su adolescencia, puede ser sujeta al poder de un padre que avala un abuso suscita una convulsión.
Al igual que en “Los ariscos” (Campo de Niebla Editorial, 2019) y “Cumbia, nena” (De l’aire, 2020), las criaturas construidas y recreadas en los tres relatos ya mencionados se entregan a lo que pueden o no pueden hacer en sus condiciones de existencia. Sus personalidades se distancian de preceptos sociales y, más aún, de la civilización como garantía de superioridad humana, identificable en la simbología que atañe a la ciudad, su orden urbano y el predominio de cierta burguesía (muchas veces enriquecida con la miseria ajena).
Todo esto es factible gracias a la prosa que Ulrich ha sabido consolidar, como una voz propia, que también permite afianzar el carácter de cada personaje, sin mayores artilugios: tan sólo con la elocuente fisonomía de seres indolentes, sufridos, amorales, violentos y miserables.
Como en el universo de la narrativa que la brinda sentido a las orillas –un rasgo ciertamente arltiano–, la obra de Ulrich hace propia las dimensiones y las características de todo aquello que se opone al sentido citadino. Una vez más, el autor profundiza sus tramas literarias en una atmósfera penosa. Así es como el crimen ejecutado por el hombre que protagoniza “Caníbal” hace real un juicio penal que transcurre en un recinto judicial. Allí se cristaliza la oposición entre la norma social y el imaginario místico que roza un sentido tribal. En el caso de “La ficha”, los escenarios que transita el protagonista lo llevan desde un pueblo, donde forja una vida metódica y aparentemente fructífera, hasta Pichincha donde predomina la seducción de lo prohibido enlazada con el poder que se ejerce sobre las prostitutas. “La virgen” remite a una creencia, y a una leyenda devenida en sentencia, que destina a los recién nacidos varones a la muerte en un contexto rural, aislado y analfabeto.
A través de su enunciación, el autor deambula por historias que se vinculan a hechos verídicos para exponer una mirada desprejuiciada sobre culturas difíciles de comprender, incómodas y turbulentas. Bajo esa perspectiva, la literatura encuentra en las dotes narrativas de Ulrich un canal para excluir las clásicas tramas basadas en la dicotomía de héroes y villanos o aquella otra de la lucha contra las adversidades que consagran a los protagonistas. Por el contrario, los personajes y sus devenires se representan en sus creencias y sus limitaciones, sin pretensiones de prosperidad o de una mejor vida. Por ello, el ideario del progreso –política y simbólicamente constitutivo de la Nación argentina en los albores del siglo XX– se desvanece cuando la existencia se limita a la supervivencia sin visión de un futuro diferente, mucho menos mejor. Y por lo tanto, sin esperanza porque ¿qué se puede esperar?
María Luisa Lelli