Conoció la danza contemporánea de la mano de Alejandra Klimbovsky y supo, desde muy chica, que ese lenguaje de “pies descalzos, de mucha fluidez” era el que necesitaba para expresarse. A fines de los 80se radicó en Buenos Aires, para ser parte del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Siguió su formación en Nueva York y recorrió varios países europeos en giras con la Compañía Tangox2.

En 2006, emprendió el regreso y eligió radicarse en San José del Rincón, donde construyó—junto a su familia—El Jardín de los Presentes, el estudio donde encara su rol docente con una nueva intención: “Siempre me va a gustar un bailarín técnico pero no todos se acercan a la danza para ser profesionales. En mis clases, quiero que lleguemos a ese movimiento capaz de liberar lo que necesita expresarse en cada uno”, dice hoy Gabriela Lavagnino.

 

TS — ¿Cómo llegás a la danza contemporánea?

GL —Fue a los cuatro años. Estaba muy cerrada en mí misma y le recomendaron a mi mamá que me llevara a danza. Así conocí a Alejandra Klimbovsky. Ella fue mi guía porque hizo que tenga contacto con el escenario desde chica. Bailábamos en salas pero también en la calle, en las escuelas, en la plaza y, una vez que vibré con eso del ensayo y el trabajo corporal, la función y el ritual previo, empezó una pasión que me movilizó durante muchos años. Siempre digo que la danza me salvó de muchas cosas, del porqué, para qué estoy, qué quiero ser. Desde muy chica mi meta era ser parte del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín.

TS — ¿Qué representaba esa posibilidad?

GL —En el San Martín estaba el lenguaje que a mí me gustaba. Era buena alumna y me podría haber relacionado con el clásico pero mi pasión estaba en lo contemporáneo, ese lenguaje de pies descalzos, de mucha fluidez. Veía en VHS los espectáculos de Ana María Stekelman y sentía que eso era lo que quería para mí. No dimensionaba lo difícil que era llegar, la competencia que existía entre las bailarinas de Buenos Aires y las que llegábamos del interior, con una formación menos completa en algunos aspectos, pero me fui igual.

TS — ¿Y cómo fue radicarte en Buenos Aires en ese momento?

GL —Recuerdo que fue en la época de la hiperinflación y a veces no podía venir de visita porque no tenía para pagar el viaje. Con 17 años no sabía lo que implicaba dejar la familia, los amigos. Me fui con Paula Copello, con la que nos hicimos amigasen las clases de Alejandra. Mis viejos apoyaron mi decisión pero eran tiempos difíciles. El primer viaje lo hice, en parte, con lo que había ahorrado dando clases y me instalé en una pensión. A pesar de todo, recuerdo esos años como una combinación entre la pasión y la esencia que me impulsaba, también la suerte de estar en algunos lugares, en el momento justo.

 

Con esas cuotas de deseo, empeño y oportunidad, llegarían después la posibilidad de ser dirigida por directores y coreógrafos como Stekelman, Oscar Araiz, Julio López, Renata Schussheim, y compartir escenario con Julio Bocca, Nora Codina y Miguel Ángel Zotto, entre otros.

 

TS — ¿Cómo entra el tango en esa trayectoria, tan marcada por lo contemporáneo?

GL —Así como me fui a Buenos Aires, en un momento decidí irme de ahí también. Había viajado a Nueva York para tomar clases de reléase —una técnica de contemporáneo— y empezamos a bailar con un compañero en las milongas, porque había mucha demanda de ese tipo de espectáculos. Cuando me incorporé a la Compañía Tango x 2, de Miguel Ángel Zotto, eso me dio la posibilidad de trabajar, hacer giras. Pero ese no era mi mundo. Con el tiempo, la idea del tango como show le quitaba para mí esa comunicación esencial, desde la que tiene que nacer el movimiento y el encuentro con el compañero.

 

Teatro antropológico, acrobacia, budismo, meditación y kung fu, fueron parte en esos años de una misma búsqueda profesional y personal que, en 2006, trajo a Gabriela de regreso para el nacimiento de su primer hijo: “En Buenos Aires estaba acostumbrada a audicionar y trabajar como intérprete pero, cuando volví a Santa Fe, ese mundo no existía. Entonces Fabi Sinchi —mi amiga, mi hermana—me abrió el camino para dar talleres y ahí comenzó otra etapa en la que pude tomar contacto con lo que pasaba en la danza en Santa Fe”.

Tábula Rasa, Trobada, la Biblioteca Moreno y La Treinta Sesenta y Ocho son algunos de los espacios que la tuvieron como docente, tarea que hoy continúa desde su propio estudio El Jardín de los Presentes, evocación de esa joya del rock nacional que editó Invisible en1976, con canciones como “El anillo del Capitán Beto” y “Los libros de la buena memoria”.

“Además de la referencia a Spinetta—cuenta Gabriela— este espacio es la combinación de la bailarina y el jardinero, que es el oficio de mi compañero Santiago. Con él construimos el salón, pensando cada detalle. “El Jardín…” alude a la presencia, aún en la ausencia, de los que ya no están pero son parte de este lugar. Con este proyecto vencí el prejuicio que tenía al principio, sobre la posibilidad de que nuestro hogar conviviera con el trabajo pero encontramos la forma de hacerlo, con nuestros hijos Joaquín y Ana. Este momento, es lo más parecido a un equilibrio entre la búsqueda afuera y lo que reconozco como mi esencia. Queremos que “El Jardín…” siga creciendo en el encuentro con otros y, a partir de eso, se fueron sumando actividades al espacio, pero siempre desde ese lugar donde se puedan alcanzar los logros de una manera más auténtica. Creo que en este lugar eso es una ambición posible”.

 

Texto: Laura Loreficcio

 

Fotos: Pablo Aguirre