Probando con las letricas de todas las palabricas
La Cumbia del Monstruo emergió de la laguna con la fuerza de un hit y convirtió al 2013 en un año clave para el grupo de música infantil.
Ruth Hillar y Daniela Ranallo se conocieron en un taller de composición y empezaron a escribir canciones en 2008. Ese material se grabó en el disco “Canticuénticos embrujados”, con músicos invitados. Pero desde el sello editor, Gobi Music, les llegó la advertencia: les faltaba un grupo. Así fueron apareciendo, uno a uno: Laura Ibáñez, Nahuel Ramayo, Daniel Bianchi y Gonzalo Carmelé. Habían compartido el paso por el Instituto Superior de música de la UNL, aunque en distintos tiempos, y se conocían todos del ambiente. Chamarritas, chamamés y candombes fueron los hilos que tejieron la historia en común.
Entre los temas compuestos por Ruth y Daniela había dos hechos a base de esdrújulas: “Textos malditos” y “Parra Violética”, un homenaje a Violeta Parra. De esa galera sacaron la idea de unir los cánticos con los cuénticos, y así fue que empezaron a jugar.
Docentes y músicos todos, nunca se habían puesto el traje que fuera capaz de capturar la mirada de un niño. El desafío era grande: primero trabajaron con un titiritero y luego pidieron ayuda a una experta en atrapar ojos, la narradora oral Marcela Sabio. Con el tiempo y el horizonte del segundo disco en vista, fueron encontrando su propia forma de decir sobre el escenario.
A inventar con desacato
2013 fue un gran año para los Canticuénticos: de repente, un día empezó a sonar por LT10 “La cumbia del monstruo”, y generó una explosión. “En ‘El cuarto poder’, de Guillermo Tepper, comenzaron a pasar el tema todas las mañanas, a modo de juego para despertar a los chicos. Fue como un efecto contagio, la gente llamaba para pedir la canción”, cuenta Laura Ibáñez.
El año pasado el grupo participó del encuentro del Mocilyc, Movimiento de la Canción Infantil Latinoamericana y Caribeña, que se hizo en Colombia; y en el Primer Encuentro Mercosur de la Canción para Niños, que tuvo lugar en Buenos Aires, organizado por el Momusi, Movimiento de música para Niños. Entre sus actuaciones locales, una de las más celebradas fue la que dieron en el Molino Marconetti en diciembre pasado, en el ciclo organizado por Emparche.
Canticuénticos es un entramado bastante artesanal de talento y voluntades. Los ensayos son en la casa de Ruth; el vestuario es confeccionado por ellos mismos. Este año filmaron su primer video, al ritmo de la cumbia del monstruo de la laguna, que vía youtube logró picar y contagiar a miles.
Daniel Bianchi cuenta que la experiencia fue “muy a pulmón: la idea, grabación y edición estuvieron a cargo de Sebastián, el marido de Ruth; nosotros armamos la escenografía y nos pusimos a buscar chicos -sobrinos, hijos, amigos- que son los que aparecen bailando. Se hizo todo en una mañana, en el Foro Cultural de la UNL, que nos prestó la sala; y con luces que nos cedieron amigos”.
En 2012 Canticuénticos organizó un festival en el que participaron el grupo Serelepe, de Brasil; la Carreta, de Córdoba; un grupo de Buenos Aires que hace tango para chicos y Coqui Dutto, con una propuesta para niños bien chiquitos. la idea es reeditarlo este año.
– ¿En qué lugar se ubican ustedes dentro del panorama de la música infantil?
Daniel: Nosotros tratamos de militar el género, con mucho respeto, porque conocimos muchos músicos que tienen propuestas buenísimas y que no se conocen tanto. Por ejemplo, aquí vino Luis María Pescetti algunas veces, pero hay grupos como Los Musiqueros, de Buenos Aires, que tienen 30 años de trayectoria y nunca pisaron esta ciudad.
Creo que el género tiene mucho cliché: algunos lo ven como algo inferior respecto de la música para adultos. Es un gran desafío mostrar cosas de calidad para chicos, y es lo que intentamos hacer.
Laura: Hay movimientos como el Momusi que vienen trabajando desde hace veinte años en este terreno; hay toda una historia en Argentina, en la cual nos sentimos referenciados. Y después se me ocurren como ejemplo las canciones de María Elena Walsh: las puede disfrutar tanto un adulto como un niño, porque tocan la propia infancia de cada uno.
– ¿Cómo manejan la reacción de un público tan difícil?
Daniel: No manejamos nada, es un público totalmente impredecible. Las reacciones de los chicos son nuestra mejor escuela: de ahí aprendemos. Hay que estar alerta para ver en qué parte de su mundo cabe lo que vos les estás proponiendo.
Laura: Los niños no se guardan nada. Ellos están ahí: si quieren bailar, bailan; si no quieren, no bailan; si no les gusta, se levantan y se van. Creo que la diferencia de estas propuestas con las comerciales es que tratan al niño como un ser que está formando su personalidad. De ahí que sea importante la cuestión de la identidad, por eso nos perfilamos en los ritmos argentinos y latinoamericanos.
Daniel: El otro día una mamá nos mandó el video de su bebé: está frente a la tablet y cuando le dan play a la cumbia del monstruo, empieza a moverse como un loco; y cuando apretan el stop, se queda quieto y se pone a llorar… Es increíble. Cuando ves eso, sabés que la canción llegó adonde tenía que llegar.