El docente, conocido por su programa televisivo “Mentira la verdad” en el que aborda temas relativos a la Filosofía, habló en un ciclo de charlas a educadores de Santa Fe.

La voz cantarina, la risa que viene y rompe, como un látigo, con la tensión que acompaña al recitado de una idea trascendental. La puesta patas para arriba de todo lo (malo) conocido, las palabras arrastradas, amplias, generosas: Darío Sztajnszrajber (Darío Z, para el pueblo) tiene bajo la manga la carta de un estilo propio. Y, con esa espada da batalla a los preconceptos, pone espejos en lo establecido, cuestiona lo que no sería razonable poner en cuestión.

“Pensar la escuela es pelearse contra las ideas que uno tiene aseguradas. Es un acto de autodestitución. Entonces, ¿para qué? Es como cuando uno piensa la pareja: ¿para qué? ¿Qué hago después, me separo? ¿Por qué convivís con alguien? ¡Porque no pensás! Si te das el espacio para pensar (la pareja, el amor, el matrimonio, ¡la monogamia!) te explota todo. Uno siempre se hace el boludo con uno mismo, es la forma de sobrevivir”, dice, ante más de doscientos docentes de escuelas secundarias que se ríen. Docentes secundarios en crisis, interpelados desde los distintos rincones de un ring que no da respiro. Escuelas secundarias en crisis, con problemáticas que hacen estallar el sistema por todas las costuras.

 

En tiempos de posverdad, la discusión en el aula es una herramienta poderosa. “Es fundamental, desde la perspectiva docente, cuestionar toda verdad última. Lo que buscamos los docentes con los alumnos es que cuestionen. El principal valor de nuestro trabajo es el hecho de forjar el pensamiento crítico, algo que para algunos sectores de esta sociedad está pasado de moda, o que se considera como un ‘valor improductivo’. Para nosotros es clave”, insiste.

“Y la verdad, el concepto de verdad en términos absolutos, se pelea contra la democracia. Me resulta muy difícil pensar una democracia que pueda sostenerse en consonancia con ‘la verdad’, porque si alguien se cree su dueño, evidentemente va a privarle de palabra al otro”.

“Entonces, creo que la manera de trabajar la verdad es cuestionando las verdades establecidas, no tratando de demostrar cuál es la verdad, sino tratando de cuestionar y denunciar a esos que hablan en su nombre, porque si alguien habla en nombre de la verdad, evidentemente se ha apropiado de ese discurso para sostener su propio interés”. Las risas se apagan. “Nos vamos a pelear con todo”, advierte al auditorio.

 

Mentira la verdad

“La posverdad es poder autoafirmar las ideas que uno previamente venía sosteniendo, porque siempre vas a encontrar en la realidad la interpretación que más te cuaje respecto de lo que vos previamente querés sostener. Es una especie de ejercicio de autoengaño, sabiendo que ese ejercicio cuenta con una realidad amorfa, que puede ser interpretada de múltiples maneras”.

“El caso Nisman, el caso Maldonado: aquel que quiera hacer encajar ambos casos en las ideas previamente sostenidas, lo va a hacer, porque de algún modo la realidad te da esa posibilidad. En el caso de Nisman, porque aún no se sabe cómo fue su muerte, por una polémica que se da hasta en términos judiciales; y en el caso Maldonado se trata de algo histórico: la desaparición, que remite a las etapas más nefastas de la dictadura. Claramente, una desaparición genera la posibilidad de que los diferentes actores sociales terminen interpretando esa ausencia de significado a su gusto”.

“La posverdad todo el tiempo está generando dispositivos de autoconsolación. Vos terminás siempre sosteniendo lo que previamente pensabas, y nunca vas a encontrar en la realidad un dato en contra. Y si lo encontrás, lo vas a poder adecuar a esa previa de la que partís”.

 

Que pase algo

“He vivido toda mi etapa profesional dando clases. Sigo dando clases: los programas de televisión son un aula expandida. Son, también, formas de transmisión pedagógica. Desde los 23 años doy clases en escuelas secundarias. Me formé en el aula y aprendí filosofía dando clases. El hecho de dar clases fue un factor determinante para mi propia formación”, dice.

“Uno tiene que volver a leer a sus autores, a los pensadores, para poder año a año encontrar formas de transmitir un conocimiento que no se quede solo en la letra muerta de los textos, sino para que genere algo. Tenemos que ser muy duchos con los contenidos para poder después desplegar “en escena”, si se me permite, toda una serie de recursos pedagógicos para que pase algo, para que se genere algo en el aula”.

Y amplía: “Creo que se trata de poder simplificar las ideas sin que pierdan rigor. Yo voy en contra de esa falacia que indica que si es simple tiene que perder el rigor y, si es profundo, no se tiene que entender un comino. No es así: se puede cruzar ese falso paralelismo y hacer simple una explicación sin que pierda profundidad”.

“Ser docente es inspirar a que el otro se transforme. No “buscar” que el otro se transforme, porque ahí estoy violentándolo, queriendo incidir sobre él, queriendo sacar un resultado. Yo no quiero sacar un resultado. La docencia tiene algo como de la Teoría del Don: el docente da. Y no es que da buscando un resultado, aunque todo el tiempo nos corran con planillas y con notas, con un sistema de cualificación. Entiendo eso en el caso de la formación universitaria: a un médico yo le exijo que sepa dónde poner el bisturí. Ahora, ¿en la enseñanza media? ¿13 a 18 años? ¿Qué estoy formando ahí? ¿Qué estoy queriendo, tener especialistas? ¿De qué?”

 

En el medio

“A veces se le exige a la enseñanza media con criterios de la enseñanza universitaria, y entonces desplazamos los paradigmas. La filosofía no resuelve problemas, sino que los crea así que, lo lamento, pero esta es una pregunta sin respuesta: ¿Qué hacemos en la escuela secundaria? O sea: ¿cuál es el propósito? En una época, hace 50 años, estaba claro: era preparar a los alumnos para la Universidad. ¿Y hoy? Hoy la Universidad está preparando a los alumnos para su desembocadura en los estudios de posgrado. Y el posgrado en cualquier momento se va a volver un paso para la formación posdoctoral. Y así hasta que te mueras”. Y otra vez viene la risa, como asistente en una pelea, a poner un paño frío sobre las tensiones.

“Uno busca muchas veces recetas para, de manera muy conductista, ir hacia el aula y tener herramientas para lidiar con una situación cotidiana. Bueno, hay gente que da esas charlas. Las charlas que damos nosotros tienen más que ver con perderse, con dudar. No garpan, en general”, se ríe.

“Hay palabras muy iluminadoras respecto de lo que estamos diciendo: ¿por qué se le dice Enseñanza Media a la Enseñanza Media? Porque está en el medio”. Silencio, risitas nerviosas. “¡Explíquenme la seriedad de un dispositivo escolar cuya propuesta sustantiva es estar en el diome!” Carcajadas contra las cuerdas.

“Uno puede pensar el aula (acá, por ejemplo, que no estamos en el aula) y al mismo tiempo tiene que tomar una decisión, tomar partido. Del mismo modo que nada le viene mejor a la pareja que se piense a sí misma y que ponga el dedo donde duele”.

“Otra ilusión farmacológica: que la pareja es un lugar de remanso, de armonía, casi religioso, una especie de cielo. ¿Qué pasa en una pareja? Pasa lo mismo que pasa en todo vínculo: un vínculo tiene una zona positiva y una zona negativa, una relación de entrega y una relación de poder. Todo vínculo es político, hasta la pareja. Sobre todo la pareja. Sobre todo el aula. Esos lugares donde nos quieren hacer creer que no se ejerce poder, ¿cómo no se va a ejercer poder?”

“Pero entonces, cuando uno lo pone en evidencia, se desmadran aquellas recetas con las que uno cuenta como para que las cosas funcionen. El problema con la filosofía es que cuestiona el buen funcionamiento de las cosas. Hacer filosofía cuando todo está en crisis es fácil; lo interesante es hacer filosofía cuando todo funciona bien. Y rascar. Dice Richard Rorty, un filósofo norteamericano: hacer filosofía es rascarse donde no pica. Es la definición más improductiva que escuché de una actividad en mi vida”. Risas.

“Hasta que la pensás”, remata. Y otra vez, preguntas. “¿Para qué sirve rascarse donde no pica? Si todo el mundo te dice que hay que rascarse donde pica. Causa y efecto, lineal. A mí me gusta pensarlo así: todo pica. ¿Cómo no va a picar esto? Todo duele. ¿Cómo no va a doler el mundo? ¿Cómo no va a picar el hecho ineluctable de que nacemos para morir? Pica. El problema es que tenemos medio cuerpo anestesiado. Y cuando nos rascamos donde no pica, sacamos la anestesia. Descubrimos el Caladryl que tenemos puesto”. Un murmullo tapa el silencio denso.

“Tenemos la anestesia del modo en que el poder sabe anestesiar: normalizando prácticas cotidianas. Cuando te rascás donde no pica, ponés el dedo en la normalidad. La práctica de rascarse donde no pica, de hacer filosofía, es la de preguntar sobre lo que se nos dice que no hay que preguntar. Esa es la gran eficacia del poder: no solo nos da las respuestas, sino que nos da las preguntas que se supone que tenemos que hacer para encontrar esas respuestas. No solo nos somete, sino que nos somete haciéndonos creer que somos libres y que no estamos sometidos. Por eso, cuando uno se hace la pregunta que se corre del guión preestablecido, molesta. Es incomprensible, perturba, no se entiende. ‘¿Cómo pensar la escuela? ¡Vayan a laburar!’, te dicen. ‘¡Agarrá la pala!’

Como si pensar no fuese trabajar. ‘Vayan a trabajar’ significa: ‘no piensen’. ‘Reproduzcan’. ”

La trillada metáfora de las cáscaras de la cebolla resuelve el modo de pensar su pensar. No dar nada por sabido, desaprender lo aprendido. Revisar la mochila de conceptos. Despejar, como con un machete en la selva, los obstáculos que tapan el camino. Que forman parte del paisaje, que se confunden con el paisaje. Formar seres críticos, pensantes, cuestionadores. Dar herramientas, no instrucciones. A pesar del sistema, educar es inspirar.

 

 

Texto: Natalia Pandolfo

Nombre de sección: Retratos y perfiles

Fotos: Diego Gentinetta