Para representar un claroscuro en escena no se puede, sino, partir de un fondo negro al que iluminar con una luz dramática. Un baño de ámbar, o un foco dirigido. Caravaggio, maestro de la luz y las tinieblas, se consagraría en el siglo XVII por el uso de esta técnica, su sello en unos cien lienzos, aunque el número es una estimación bastante volátil: más de cuatrocientos años después todavía la producción del pintor barroco sorprende con atribuciones no confirmadas, apariciones en el altillo menos pensado y desapariciones misteriosas. Pensar que solo una década atrás, en 2010, mientras científicos aún buscaban los restos de este otro Michelangelo lombardo, Roma le dedicó “la exposición más rigurosa”. Entonces, a ciencia cierta, apenas llegaban a colgarse veintitrés cuadros.
El caso es que la vida novelesca y la obra influyente del revoltoso Caravaggio -por usar un eufemismo- es una sección ineludible dentro de la gran historia del arte. Un capítulo en el que vagabundos y prostitutas modelan para escenas religiosas y unos cuantos personajes terminan de buenas a primeras degollados, donde la espiritualidad se entrevera con la crueldad y la belleza con el erotismo. Así de cautivante e inspirador habrá resultado también -está a la vista- para Mauro Bigonzetti, que en 2008 creó para la Ópera de Berlín un ballet en dos actos con el nombre del pintor que estrenaron Vladimir Malakhov -cuando, además, el ruso era el director del Staatsballett- y la encantadora Polina Semiónova en el rol de “Luz” -sobre las zapatillas puntas, un metro ochenta de luminosas virtudes se concentran en el cuerpo de la bailarina-. Hay que estar atentos a la grilla de Film & Arts, que cada tanto programa emisiones de este espectáculo.
El caso ahora es que una temporada después de presentar Cantata con el Ballet Contemporáneo del San Martín -de lo mejor que dejó como saldo la temporada de danza 2022-, el coreógrafo regresó al país para montar esta obra que recrea la atmósfera del tenebrista en el Ballet Estable del Teatro Colón, de la mano de su fiel repositor Roberto Zamorano. Y así como Michelangelo Merisi de Caravaggio (1571-1610) era contemporáneo de Claudio Monteverdi (1567-1643) -aunque el músico vivió mucho más que los 38 cortos años del artista-, Bigonzetti comparte generación con el compositor Bruno Moretti, que basó su trabajo en partituras de aquel y que dirigirá para la ocasión a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Para completar esta gran carambola peninsular llegó también al país el superstar Roberto Bolle. Se entiende así perfectamente por qué el telón de esta reunión artística se corre a partir de este domingo en el marco del ciclo Divina Italia, colaboración entre el Colón, la Embajada de Italia y el Istituto Italiano di Cultura. Bolle, a los 48 años, confirma sin querer en este mismísimo acto aquella sentencia popular que asegura que “la tercera es la vencida” al pisar finalmente el escenario porteño junto a la joven solista del Mariinsky de San Petersburgo, de 22, Maria Khoreva.
Un ballet que sale de la paleta del pintor
No es la primera vez que el Ballet Estable del Teatro Colón recibe a un coreógrafo extranjero para ponerle el cuerpo a la evocación de un artista plástico. En 2014, por ejemplo, hizo Rodin, trabajo del siberiano Boris Eifman sobre el escultor francés, su genio creativo y la tormentosa relación que mantuvo con su amante, musa y discípula, Camille Claudel. Sin embargo, no habría que entender a Caravaggio como una biografía ni como una retrospectiva danzada. Bigonzetti no hace una sola cosa, sino que recrea la atmósfera con pinceladas de movimientos, valiéndose de los tonos originales: ocres, verdes y rojo sangre, por supuesto. Entre cortesanas y romanos o personajes de sus lienzos que parecen cobrar vida, la obra deriva en posiciones invertidas y cuerpos yacentes, momentos de gran sensualidad y otros más cruentos, así en la vida como en los óleos.
Podría entenderse, entonces, que se articula un primer acto en sociedad -escenas de conjunto que gozan del diseño, la energía y el vocabulario reconocible del autor- y una segunda parte más bien interior, en torno de un enorme marco dorado donde se cita uno de los degollamientos más célebres de la pinacoteca, Judith decapitando a Holofernes (de 1599, integra el acervo de la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma), y otros cuadros como Los músicos (1595, propiedad del MET de Nueva York) y El santo entierro (de 1602-1604, en los Museos Vaticanos). En palabras de Bigonzetti, tomadas de un documental disponible en la plataforma Medici.tv sobre el making of de aquellos días en Berlín, de donde proviene la producción de escenografía y vestuario: “Cuando pienso en Caravaggio, pienso a un mismo tiempo en el artista y en el ser humano. Se trata de dos caras distintas de la existencia y las dos me interesan en particular. Las relaciones de estos dos mundos son la inspiración que tomé para esta obra: el mundo interior, por un lado, y la manera en que se desarrolla eso artísticamente en el otro.”
Para seguir con las bellas artes, se podría decir que Bolle es verdaderamente un hombre de figura de escultural, como un David que cobra vida y adquiere, sobre todo, movimiento. A pocos metros suyo, en la sala de ensayo, luce igual que en las decenas de selfies y videos que cada semana desbordan las redes sociales. Sin Photoshop. Eso sí, no se parece en nada a la imagen del muchacho retacón y fornido, de piel morena, pelo y barba renegridos con la que nos ha llegado la representación de Caravaggio (su tiempo no era el de las fotos, ya lo sabemos). El bailarín, de tez blanquísima y ojos claros, termina en estos días de incorporar cada paso de la coreografía de su compatriota.
Aquí no está solo don Caravaggio: es de la mano de Luz que conocerá a la Belleza. Y, si hablamos de claroscuros, en esta serie de personajes encarnados por mujeres no puede faltar la Sombra, que produce escalofríos con su trazo punzante sobre la espina dorsal. Hay también una Quiromántica que ve en su mano un mal augurio y dos amigos que con su complicidad dotan de humanidad a este personaje cargado de tribulaciones. Unos iluminados y otros ensombrecidos, o viceversa.
Para agendar
Caravaggio. Ballet en dos actos, con coreografía de Mauro Bigonzetti y música de Bruno Moretti, sobre Monteverdi. Por el Ballet Estable del Colón, con dirección de Mario Galizzi. Las ocho funciones se realizarán el domingo 28, a las 17; y el martes 30 y miércoles 31, a las 20, con los bailarines invitados Roberto Bolle y Maria Khoreva en los roles principales. En las funciones de 1°, 2 y 3 de junio, el papel de Caravaggio lo asumirá Juan Pablo Ledo, mientras que el 4, a las 17, y el 6, a las 20, será interpretado por Federico Fernández; siempre, con Camila Bocca como la Luz. Entradas desde $ 2000 (de pie) hasta $23.100 (plateas).
Fuente: Constanza Bertolini para La Nación