Los sobrevivientes de la última dictadura militar saben del dolor en el cuerpo, de picanas y violaciones, pero también de resiliencia, de aprender a reír y soñar de nuevo, de celebrar que los genocidas no pudieron quitarles la alegría y el disfrute de los vínculos: esa supervivencia quedó registrada en el libro «Exilio 1976-1983» por el fotógrafo Dani Yako, exdetenido de la dictadura, quien condensa en imágenes una experiencia «que es colectiva más que individual de las cosas que hacíamos felices de estar vivos».

«Cuando empecé a pensar en hacer un libro sobre el exilio me di cuenta de que no había registro fotográfico de eso. Gente conocida, como escritores, músicos, habían hablado del tema pero no había registro fotográfico. Mi idea al principio fue llamar a fotógrafos de esa época que habían tenido que irse del país, les dije que me mandaran fotos de la cosa cotidiana en el exilio pero, o a nadie interesó o no tenían fotos, así que pensé si no habría algo que pudiera construir con mis propias fotos», cuenta Dani Yako al recordar la génesis de su libro, que presentará este sábado en el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano de la ciudad de La Plata.

En octubre de 1976, Yako, entonces de 20 años, fue secuestrado junto a su novia Graciela Fainstein, de 19, por un grupo militar que los trasladó al excentro conocido como Garage Azopardo, en el Bajo porteño, una dependencia de la Policía Federal donde operaba el Primer Cuerpo del Ejército. «Yo en ese momento trabajaba en (la agencia) Noticias Argentinas (NA) pero para octubre de 1976 no había mucha info, por eso cuando nos secuestran fue un shock tremendo, yo no tenía idea del nivel de barbarie de lo que estaba pasando», señala.

El fotógrafo remarca que ese excentro clandestino «era un lugar donde te quitaban la identidad» y relata que «años después, ya en democracia, en ese lugar se tramitaban pasaportes y cédulas pero a mi siempre me costó volver allí. Pude hacerlo en el 2001 junto al juez Daniel Rafecas y saqué una foto que cierra el libro».

Yako conoció la impotencia de oír cómo torturan a un compañero a metros de tu celda, ha visto junto a muchos otros de su generación hasta dónde puede llegar la maldad humana capaz de crear esa ingeniería de muerte como fueron los excentros clandestinos de detención. Sin embargo, para el testimonio visual que compone su libro, eligió situarse en otro registro que se superpone y convive con la dimensión de ese horror: el de la resiliencia y la capacidad de reconstruir lazos que vuelvan tolerable ese infierno.

Así, «Exilio» reúne 52 fotos en blanco y negro de su partida y estadía en España junto a Graciela, tras ser ambos liberados del cautiverio en Garage Azopardo; un exilio que compartió con varios compañeros y compañeras del Colegio Nacional Buenos Aires, lo que para muchos de ellos alivió el sufrimiento de esa situación, tal como reconoce Graciela en uno de los textos incluídos en el libro: «la amistad nos protegió y nos consoló de todas las penas que traíamos en las maletas».

Dani, Graciela y sus compañeros de exilio tenían edades similares y fue justamente esa juventud la que se abrió paso entre las cicatrices y los hizo seguir, en otro país y sin familia de sangre pero con esa hermandad que algunas amistades logran construir.

Se reunían, celebraban juntos cumpleaños y fines de año, sobraban risas, música, y libros en sus pequeñas viviendas de escasos muebles. Cada tanto debían viajar a países lindantes para renovar su permiso de estar en España; algunos encontraron en el armado de bijouterie la posibilidad de mantenerse económicamente y entre todos se ayudaban en la crianza de los niños y niñas del grupo. Todo esto fue registrado por la lente del fotógrafo, que también incluye unas tomas hechas por Jorge Marcovich, Daniel Gluckman y Ernesto Walsfisch.

– ¿Cuándo fotografiaba esas vivencias en el exilio había un intento de dejar registro de esa etapa, de documentar? -No. Esas fotos las fui haciendo sin afán documental ni de registrar. Eran fotos de la familia, fotos de pareja, y de nuestro entorno, nuestro grupo íntimo que eran en su mayoría del (Colegio) Nacional de Buenos Aires, con los que militábamos y tuvimos que huir de Argentina. En octubre de 1976 fui secuestrado con Graciela. Varios días fuimos torturados y Graciela violada. Cuando la torturaban o violaban me llevaban a su lado para que escuchara. Fue una situación límite de la que salimos a los 5 días, nos fuimos del país y nos instalamos en España. Ella estaba embarazada, no sabíamos si era nuestro o producto de la violación. Y como no se podía abortar en España tuvimos que ir a Londres. Yo volví al país con la democracia, Graciela nunca volvió.

– Eran todos muy jóvenes…cómo transitaban ese exilio?,¿ hablaban de lo que habían pasado en Argentina o el pacto era no hablar de eso?

– Todos teníamos 19-20 años y la mayoría no tenía una vida profesional; en mi caso sí yo ya era reportero de Noticias Argentina pero el resto no. Todos se fueron construyendo una vida a partir del desarraigo y del exilio. Y lo que vivimos allá me recuerda una frase de Roberto Bolaño, «Para los viejos el exilio es algo insoportable. Para los jóvenes, la prolongación natural de la aventura». Ninguno dejaba un hogar, ninguno tenía casa propia, tal vez por eso fue menos doloroso. Nos fuimos construyendo una vida y lo hicimos bastante juntos, éramos una familia. Y de lo que pasamos (en Argentina) no se hablaba. No era un pacto, todos sabíamos lo que habíamos sufrido y nos cuidábamos. Salimos juntos de eso, pasamos algo que nos marcó de por vida pero estábamos juntos, lo podíamos enfrentar.

– ¿Se pensaba, se añoraba el regreso al país?

– En el país habían quedado mi madre, mi padre, mis hermanos, pero yo no quería saber nada de Argentina. Había empezado el Mundial 78 y yo había decidió no mirarlo, pero al final terminé comprando una tele y lo festejé Cuando liberaron a Silvia Labayrú de la ESMA y llega con Vera, ahí tuvimos más noticias de Argentina y en el 79/80 mi hermana me visitó y me trajo el libro «Respiración artificial», de Ricardo Piglia, que fue muy importante para mí. Me decía había gente pensando en Argentina y expresándolo y que de alguna u otra forma contaba lo que había detrás de la dictadura. Piglia fue muy importante.

A mediados del 82 se funda DyN y el jefe de foto nuevo me dice: «Cuando tengas ganas de volver, esta agencia está disponible. Te guardo el puesto, tenés un lugar de trabajo». Ahí empecé a pensar en volver. Mis esperanzas de volver con Graciela se esfumaron y me volví solo. El 83 en DyN fue un año genial, en lo profesional cubrí la campaña de (Raúl) Alfonsín, las inundaciones, hice la última foto a Julio Cortázar, fue un año extraordinario en el que, en lo personal, conocí a Laura.

No sabía que extrañaba tanto pero si…me di cuenta que mi lugar era en Argentina, era mi país. Hice mi vida acá y mi obra tiene que ver con Argentina, todos mis proyectos tienen que ver con el país. Incluso siento que en España hablaba del país, mis fotos hablan del país.

– La mayoría de las fotos reflejan ese lazo de amistad entre ustedes, eso de reunirse, de juntarse a celebrar, es algo muy típico de los argentinos.

– Si, es cierto, los argentinos tenemos una tendencia al culto a la amistad. El asado, las largas horas de sobremesa, un menú de muchos pasos, es un ritual que me gusta. Nuestra casa era un pequeño departamento que siempre estaba ocupado por gente nueva que llegaba, fue un lugar de refugio y de reunión.

– ¿Qué buscaba generar con este libro de fotos de su exilio?

– Tenía miedo de que mucha gente dijera que era una banalización del sufrimiento. No es una épica del exilio, no cruzamos los Pirineos bajo la nieve, no hay sufrimiento. Es lo que nos pasó. Es una lectura nueva, si se quiere, de la dureza del exilio e incluye textos de esos compañeros y compañeras. Escribe Vera, que nació en la Esma; Silvia Labayrú, Martín Caparrós, Graciela, que creo es el mejor texto. La recepción del libro fue buena. No fue leído como una banalización y está bien, porque no lo fue. Solía haber una desconfianza hacia los que habían sobrevivido, se pensaba que si sobreviviste es porque entregaste a alguien, eso por suerte fue desapareciendo pero en los primeros años (de exilio) era algo muy bravo. Esas fotos son una interpretación personal de lo que siento, no pretende sintetizar el exilio.

– ¿Está trabajando en algún otro proyecto fotográfico?

– Hace 10 años que trabajo en un proyecto sobre gente de la calle, fotografío las formas que adquiere esa persona bajo las mantas, sin rostros. También estoy recopilando fotos de la vida de la ciudad, de la gente, y el otro día, analizando mi archivo, surgió que se cumplirán 50 años del último campamento del Nacional de Buenos Aires antes de la debacle (de la dictadura militar). Hice fotos de ese campamentos, 35 fotos de la vida en ese campamento, donde se nos ve a todos jóvenes, militantes y comprometidos.

Fuente: Télam