Cuando empecé a trabajar, el primer contacto con un alumno en el aula pública fue¿Usted es la de Lengua? Entre, profe, somos negros pero no choros. Recuerdo bien ese alumno, aunque haya olvidado su nombre. Hablaba mucho, siempre se reía. Desafiaba con palabras porque tenía consciencia de clase aunque nunca hubiera estudiado a Marx. Era un excelente lector. Leía en voz alta La máquina del tiempo, sus compañeros se empezaron a animar después que él. No terminó la secundaria. Tuvo que dejar para trabajar en el mercado, ese agujero negro del barrio que da trabajo pero te chupa el alma.

Un tiempo después, mis alumnos de tercero me recibieron de piquete:no vamos a dar clases hoy, estamos de luto, se murió Rodrigo. Y no dimos. Yo no sabía nada de Rodrigo. Toda la mañana me contaron de él, una alumname mostró su carpeta con recortes y fotos, escuchamos los CD, habían llevado un equipo. Con ese curso hicimos teatro leído: Edipo y Antígona grabados en casetes.

Ese año compartí recreos con una profe de Historia. Se juntaba con amigas a leer sobre astrología. Era su pasión, hablaba mucho de eso y su rostro se transformaba. Conocía mucho sobre constelaciones, signos, influencias de lunas, soles y planetas. A fin de año aprobaba a todos sus cursos. Quedaba libre de alumnos en diciembre y se despedía hasta marzo. Nunca me habló sobre Historia, solo sobre astrología.

Los que sostenemos la concepción política del hecho educativo sabemos que el aula es un campo de riesgo. Y que el arado que mejor prepara ese campo está hecho de la madera de la experticia y la experiencia. Hay un tercero impar necesario para hacer avanzar el conflicto pedagógico (enseñar y aprender se resuelvenen acto una y otra vez, todos los días, como el teatro): la relación creciente que surge de vivir junto al otro la experiencia del aula. Sin conflicto no hay aprendizaje.

Lo público es lo que es de todos. Sería imposible que en una escuela pública alguien tuviera la propiedad de los contenidos, de las estrategias o de la gestión; como sucede en las escuelas de gestión privada, en las que no se cuestiona ninguna de estas cosas sino que el pacto sociedad-escuela está dado por el dinero o por la iglesia.

Paulo Freire afirma, en su Pedagogía de la esperanza, que la docencia es una práctica que no es posible vivir sin tomar riesgo de eticidad. Yo pienso esa afirmación por pausas: hago una pausa en la idea de que la docencia se vive, que toma riesgos y que estos riesgos son del campo de la ética.

Trabajar en pública es riesgoso, como leer poesía. Es caótico, arrollador, desesperante, agotador, uno se siente perdido muchas veces buscando el sentido de las cosas. También, es vibrante y urgente. Pero jamás indiferente. Entre los astros y la escuela pública se pueden postular constelaciones. El riesgo está allí, no tanto en descubrirlas, sino en preguntarnos por esa existencia.

 

Crédito: Analía Giordanino