Año 2025 – Vacaciones de invierno, nivel primario.
“El sistema escolar se basa también en una especie de poder judicial: todo el tiempo se castiga y se recompensa, se evalúa, se clasifica, se dice quién es el mejor y quién el peor. (…) ¿Por qué razón para enseñar algo a alguien, ha de castigarse o recompensarse?”
Michel Foucault. La verdad y las formas jurídicas.
El pánico se apodera de los hogares. Ya no se trata, como hace una década, de qué hacer con los chicos en casa durante las vacaciones. Porque ahora, para seguridad de todos, los chicos siempre están en casa. Si no fuera por el imperceptible movimiento simbólico que dictamina que comienzan las vacaciones, tal vez nadie notaría la diferencia. En estos 15 días cierran las aulas virtuales y los tutores también entran en receso.
El pronóstico del tiempo augura por lo general grises jornadas.
Pero, además, pareciera no haber transcurrido tiempo entre este momento y el del inicio del ciclo lectivo…
El comienzo de clases produce movimientos particulares en la ciudad. Lejos quedó ese alboroto propio de fines de febrero principios de marzo impregnado de olor a crayones de colores. Ahora es distinto, a quién se le ocurriría forrar una notebook y ponerle contac para proteger el papel araña. Cada alumno tiene la suya, conectada desde el hogar. Increíble que años atrás alguien faltara a la escuela porque estaba enfermo y tuviera que salir de casa para pedir la tarea. Con los riesgos que eso implica: salir. Si pudieran, hoy, los abuelos contarían gozosos aquellas artimañas de sus tiempos, en las que algunos chicos apelaban al papel secante en la plantilla de los zapatos para producirse fiebre y así obtener el permiso de no ir a clases. Contarían que se sancionaba a quien no pedía la tarea después de un faltazo. Pero para ver a los abuelos y que cuenten estas cosas, también habría que salir, así que esas historias están sólo disponibles en youtube. Tienen pocas visitas, hay que reconocerlo.
No obstante, a la librería hay que seguir yendo. De todos los útiles escolares que se pedían en listas interminables, quién iba a decir que lo más vendido, lo que sobreviviría (como se dice de las cucarachas contra toda catástrofe ), serían las etiquetas. Cada notebook tiene su etiqueta. Número de serie, número de red, y nombre del alumno. Y ahora están las otras, que por suerte vienen pre impresas porque muchos cometían errores de ortografía y confundían así a los docentes. Las etiquetas pulsera. ADD. DESORDEN DE PERSONALIDAD. DESORDEN BIPOLAR. DESORDEN DE CONDUCTA. TGD. ADHD. Las librerías han suplido así la venta, casi nula, de hojas de papel y plasticola. Y han simplificado la vida de muchos.
De la última Cumbre entre psiquiatras infantiles, psicólogos, psicopedagogos, maestros de grado, farmacéuticos, libreros y técnicos en clasificación de objetos varios, surgió un acuerdo que incluye colores en las pulseras, según el trastorno. Eso permite que sin leer la etiqueta uno ya pueda identificar un Trastorno de déficit de atención con hiperactividad, por ejemplo. Pensar que antes había que preguntar. O mirar y escuchar y tratar de interpretar algo. Quién sabe cómo habrán hecho los docentes ( ¡y los padres!) para saber qué era ese chico, antes de que las etiquetas fueran pulseras de colores.
Se pierde menos tiempo, ahora, en las librerías y en todo en realidad. Excepto en la farmacia. Podrían mejorar el sistema y dar la medicación para todo el año lectivo ya. Pero no, hay que ir cada tres meses al médico y repetir receta y ahí recién ir a la farmacia para contar con la medicación para el niño. Eso es un incordio para las familias, muchos están tentados de interrumpir el tratamiento, pero en la Cumbre han pensado en todo: lo hacen coincidir con el trimestre y la entrega de libretas, y el chico que no presenta el certificado no recibe el mail con la libreta de calificaciones. Lo han pensado bien.
Después está el tema económico, ya que las obras sociales no cubren estas cosas. Es decir, plantean que esto está dentro de Educación, y que como obra social ellos atienden lo que está dentro de Salud. El Ministerio de Educación está intentando junto al Ministerio de Salud hacer un escrito que avale que se trataría en realidad de la misma persona, es decir, del mismo niño, pero es comprensible que ese comunicado lleve tiempo, porque ese concepto es novedoso.
Muchos docentes que hace años pedían ayuda porque los niños estaban desbordados y ellos no podían trabajar así, hoy se debaten entre la aliviadora simplificación de su tarea cotidiana (es más sencillo trabajar cuando todo está ordenado) y un sentimiento de soledad y silencio áulico que los trastorna y les produce síntomas diversos: llanto inesperado, remembranzas de los movimientos de los cuerpos pequeños en el patio durante los ahora inexistentes recreos, ataques de hambre que los llevan a buscar en el edificio escolar (que ahora es el domicilio propio) una cantina en la que decenas de niños hacían fila con moneditas entre las manos, y ya no está. Es una alegría que también para este sufrimiento haya fármacos, y que en este caso el mismo Ministerio los distribuya a sus docentes en forma gratuita en comprimidos de toma diaria.
Lo que aún no ha podido ser resuelto son los sueños. De noche, la gente sigue soñando.
Los niños sueñan que corren por el patio de la escuela. Hacen rondas y cantan. Hablan en clases, unos con otros. Sienten olores desconocidos, como el olor a cuaderno nuevo. Mueven sus manos de formas arcaicas, sacando punta a un lápiz. Se pueden reír si algo les da risa. Y tocan el hombro de un compañero que tienen cerca para preguntarle algo.
Los docentes sueñan que algún alumno, con un gesto inesperado, los dejó pensando al irse a la casa. Pensando y sintiendo. Sueñan que un día catastrófico todos los chicos se intercambian las pulseras y de pronto no se sabe quién es quién. Sueñan que tienen ganas de enseñar.
Los padres sueñan que salen a la vereda y caminan para ir hasta donde quieren ir. Sueñan que se dan la mano con los hijos en vez de ponerles el cinturón de seguridad. Sueñan que si se olvidan de darles las dosis prescriptas a sus niños no les pasará nada. Sueñan que en la pulsera de sus pequeños, sobre las letras, dibujan símbolos para que sus hijos al verlos sepan que estuvieron allí mientras ellos dormían.
Y también sueñan otros sueños. Espantosos. Son en realidad la repetición exacta de lo vivido durante el día. Como una pantalla que repite fielmente cada movimiento de cursor., cada saturación del tiempo y de las cosas, y su trasfondo de vacío insoportable… Sueños que son exactamente como la vida.
Y encima llegan las vacaciones de invierno. Cambia un poco la rutina diaria, pero dormir, hay que seguir durmiendo…
No se ha podido inventar aún una medicación que permita dormir sin soñar, descansar de verdad. A lo que apuntan es a encontrar, al menos, alguna pastilla que permita apenas uno se despierta y la ingiere, olvidar. Y empezar el día en blanco, como una página de Word recién abierta. Y que las etiquetas, hablen por nosotros.
CRÉDITO: Claudia Rosciani