Es una artista integral: baila, canta y actúa. Su vocación y pasión conviven con su profesión de microbióloga, pero no lo cree como una contradicción porque “todo confluye”. A los 20 años emigró a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y vivió la caída del muro de Berlín en esa parte del mundo y en el mismo lugar aprendió a bailar salsa. Sólo entiende su vida desde la altura de un escenario, dice que “allí todo es una ofrenda para el que mira y para uno mismo”.
TSF – ¿Quién es Claudia “la Negra” Correa?
CC – Una persona a la que le gusta mucho el arte, la danza, el teatro, las artes escénicas en general, que ama mucho la vida y que hace las cosas que se propone con pasión.
TSF – ¿Cuándo se dio cuenta de que iba a subir a un escenario?
CC – Desde muy pequeña me gustó, por diferentes razones, una de ellas es que la invitaron a mi mamá para que me deje desfilar con un vestidito de niña y ella pensó que iba a tener mucha vergüenza, pero no fue así. En los actos de la escuela también me elegían para bailar el gato, la chacarera, la zamba y me anotaba siempre. Más tarde, pero todavía chiquita, comencé danza, y no tenía problema, me daba cuenta de que el escenario es un refugio, porque era muy tímida para relacionarme, pero en el escenario esos impedimentos desaparecían todos, de eso me acuerdo mucho, tengo registros mentales y corporales de que ahí se me iba la inhibición.
TSF – ¿Cómo definiría lo que siente arriba del escenario?
CC – Es algo muy mágico, siempre trato de hacerlo desde un lugar no rebuscado, sino de mucho placer. Desde la confianza de mostrar, creo que es como una ofrenda hacia el que está mirando. Muchas veces me preguntaron si no bailo o actúo para mí, estando sola, por supuesto que sí, lo he hecho también. Y sigue siendo como una ofrenda a mí misma.
TSF – ¿Qué busca desde el escenario?
CC – Creo que tiene que ver con el amor hacia uno mismo y el que uno quiere entregar al o a los que que te están viendo. Es como una retroalimentación. Uno busca mostrar lo que tiene adentro, es muy profundo. Desde mi lugar me emociono mucho cuando subo a un escenario, y digo escenario no como espacio, sino como el lugar donde se baila, se actúa o se canta.
TSF – ¿Cuál es la obra o la canción en la que todavía no actuó o bailó y le gustaría hacer?
CC – (Silencio) Siempre me gustaron mucho los cruces de lenguaje, mostrar todo a través de todo, por eso mi incursión en la danza fue apenas lo primero que hice artísticamente, pero luego vino el teatro, el canto, y está todo como muy mezclado, si bien la vocación primaria es el baile, me hubiese gustado ser una gran cantante.
TSF – ¿De qué?
CC – De Jazz, en los 50, no sé en la actualidad.
TSF – ¿Estuvo cerca en algún momento de cumplirlo?
CC – Si, sigo tomando mis clases de canto, descubrir la voz cantada propia es algo muy profundo porque habla mucho de sí mismo, de la persona, de escucharse, viste cuando uno se graba y se escucha y dice “esa no es mi voz”, pero sí, sos vos, es lo que sale de adentro, es algo muy especial.
TSF – En algún momento no estuvo en Argentina, ¿qué experimentó artísticamente?
CC – Me fui cuando era muy joven, con 20 años recién cumplidos a vivir a lo que en ese entonces era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que ahora no existe más. Fui a estudiar concretamente microbiología. Estaba cursando acá en Argentina en la Facultad de Bioquímica, y no me gustaba para nada, se me presentó la posibilidad de esa beca, me casé y nos fuimos juntos con el padre de mis hijos a Moscú, donde hicimos una experiencia impresionante. Pero allá descubrí que paralelo a mi carrera, también podía desarrollarme artísticamente. Allí, las actividades del arte son un poco obligatorias, independientemente de la carrera que elijas. En ese momento había un grupo de danza ya conformado de la Universidad de Moscú, me presenté, me tomaron una prueba, quedé y comencé a trabajar con el elenco, hicimos muchas presentaciones. Desarrollé las dos actividades con mucha responsabilidad. Me fue muy bien en mi carrera no artística, me recibí de microbióloga, ejerzo y doy clases en la facultad en la cátedra de microbiología, pero me doy cuenta también de que cada vez que estoy frente a mis alumnos, es como una obra de teatro. Siento que estoy actuando frente a ellos, es eso lo que me pasa, es estar en escena permanente.
TSF – ¿Cómo sobrellevó el desarraigo?
CC – Fue difícil porque era un país diferente, llegué antes de la Perestroika (reforma económica para desarrollar una nueva estructura económica Soviética, llevada adelante por Mijaíl Gorbachov) y viví ese proceso completo, también la caída del muro (de Berlín) que fue muy duro para todo el mundo, fue difícil adaptarse a un mundo diferente, pero al mismo tiempo fue impactante la experiencia de encontrarse con estudiantes de todas partes del mundo y eso fue muy enriquecedor, a todos en ese momento nos unía lo artístico y un idioma. Todos debíamos aprender ruso sí o sí. Casi todas las semanas se hacían encuentros de estudiantes extranjeros donde también participaban estudian rusos porque a ellos le encantaba saber de los otros países y demás. En esos encuentros había música, teatro, danza, cada uno actuaba y mostraba lo que sabía, ahí aprendí a bailar salsa, que me apasiona, porque había un grupo grande de cubanos y con ellos había fiesta casi todos los fines de semana.
TSF – ¿Cuando volvió al país con qué se encontró?
CC – Ya no estaba todo igual, ni la vida, porque volví embarazada de mi primer hijo que ahora tiene 24 años y eso fue un cambio muy grande. Lo que vivimos allá fueron seis años de luna de miel porque estábamos recién casados, fue una experiencia maravillosa y cuando volvimos había que empezar a insertarse en el trabajo, a él le costó un poco menos, ya que es arquitecto. Pero a mi me costó mucho más, era un sapo de otro pozo. La carrera de microbiología no existía en Argentina, averiguando más tarde me enteré de que la Universidad de Río Cuarto tiene la carrera, tuve que presentar mil papeles para la reválida del título y así y todo todavía no lo tengo, pero afortunadamente eso no impidió hacer todo lo que hice, fue difícil insertarse en el ambiente laboral, pero hubo mucha gente que me ayudó.
TSF – ¿Se acuerda la primera obra que hizo cuando volvió al país?
CC – Lo primero que hice fue acercarme a la Escuela de Ana María Narvaja, comencé con danza contemporánea y luego integré el Ballet Contemporáneo que ella dirigía. Venía con eso en la cabeza, venía de bailar con el grupo de danzas de la Universidad y había mucho deseo de seguir bailando.
TSF – ¿Volcó su experiencia?
CC – Si, los rusos tienen una fuerte escuela de danza clásica, obviamente muy conocida y famosa, y la transmiten en todos los estratos sociales. La maestra que teníamos tenía una fuerte impronta en danza clásica, pero incursionaba en la danza contemporánea, por lo que había una mezcla de lenguajes en lo que hicimos.
TSF – ¿En quién se mira o se inspira?
CC – A lo largo de mi vida artística tuve excelentes maestros y maestras, de los que tengo maravillosos recuerdos, desde que empecé en Monte Vera a los seis años, donde tenía una maestra que venía de Laguna Paiva, se llamaba Griselda Díaz, estudiaba en el Liceo Municipal y daba clases de danza clásica y española. También recibí clases de Raúl Kreig, Edgardo Dib, Rubén Von Der Thusen, Ana María Narvaja, Cristina Copes, Patricia Pieragostini, el grupo Recua (formado en el año 2000), con el que estoy y nos conocemos desde hace muchos años y está integrado por cinco bailarinas y actrices, con quienes nos volvimos a encontrar, hubo un impase desde la última vez que estuvimos juntas hasta ahora.
TSF – ¿Hay alguna obra que haya hecho y que la haya marcado más que otras?
CC – En cuanto a la danza, hubo un espectáculo que se llamó Décadas que fue un musical hecho en Santa Fe y con él descubrí que no sólo me gustaba bailar, sino que me gustaba actuar y cantar y quería hacer todo. Ese fue uno de los espectáculos que estaba dentro del ballet contemporáneo de Santa Fe y una vez se hizo un casting para esta obra, me presenté como tantos otros, y quedé. Fue muy interesante. También todas las obras que hice con Recua: El hilo de Molly y Cielito Lindo (danza teatro) me marcaron muchísimo también.
TSF – ¿Cómo reparte el tiempo entre lo artístico y la microbiología? La pasión y la obligación no suelen llevarse bien.
CC – Tuve mucha suerte, siempre estuve rodeada de gente que comprendió eso, en todos los ámbitos en los que me desarrollo y trabajo, me respetaron muchísimo eso, creo que es por ver esa pasión que siento por la escena y por lo artístico. Con mucho sacrificio puedo repartirme entre las dos actividades.
TSF – ¿En algún momento se deja de ser artista?
CC – No, todo el tiempo lo somos, es muy curioso, es un camino de ida, desde el informe técnico que hago para la Secretaría de Medio Ambiente hasta las clases que preparo para mis alumnos de microbiología, en las reuniones de amigos, en lo cotidiano, siempre está esa mirada artística.
TSF – Si tendría la oportunidad de viajar en el tiempo y encontrarse con usted misma, a punto de viajar a la URSS, en el aeropuerto de Ezeiza, ¿qué se aconsejaría?
CC – Aplaudiría por viajar a un país tan diferente con 20 años cumplidos, pero me hubiese dicho que le saque más el jugo a la danza. Una de mis maestras allí me dijo que no entendía porqué yo estaba estudiando en la facultad de biología, yo debía estar estudiando en la escuela de ballet o de teatro de Moscú. Si empezara de nuevo, le dedicaría el tiempo completo a la danza, al teatro. De todos modos, siento que todo sirve, todo aporta, todo se queda en el cuerpo, la biología es algo muy interesante, pero la microbiología es algo maravilloso, que no vemos, que está tan presente y vive con nosotros.
CREDITO: Sergio Ferreya
FOTOS: Pablo Aguirre