Cuentan en la radio francesa que, al entrar al encantador Museo Zadkine, una pequeña multitud da la bienvenida: hombres fumando pipa, mujeres con abanicos, niños de rasgos redondeados que parecen pequeños budas; también algún que otro caniche y varios rostros conocidos. “Nos encontramos con la escritora Anaïs Nin; con la artista Jeanne Hebuterne, compañera de Modigliani; también con Ida, hija del pintor Marc Chagall, preciosa con sus rizos. Todos estos seres están hechos de yeso, madera o bronce, pero las refinadas esculturas de Chana Orloff, suaves y poderosas, imponen su presencia con tanta fuerza que parecen listas para cobrar vida.» Así, con estas entusiastas palabras, presenta la prensa Sculpter l’époque, en cartel hasta el 31 de marzo: una retrospectiva en curso en la citada galería, en París, que recupera a una talentosa escultora del siglo XX que, entre 1912 y 1968, creó más de 300 retratos en tres dimensiones; muchas de ellas, de mujeres y niños, sus tópicos preferidos.
Nacida en 1888 en un pueblito de la actual Ucrania, Chana Orloff emigró con su familia de origen judío a Palestina para escapar de los pogromos y, a principios de la década de 1910, llegó a la ciudad de las luces, donde tenía previsto formarse en corte y confección, pero terminó tomando clases de arte, ¡por fortuna! No solo encontró su vocación sino también el éxito, muy reconocida por sus obras durante el período de entreguerras.
Talentosa y libre, Chana expuso en el país y en el extranjero y, en 1926, obtuvo la nacionalidad francesa tras haber recibido la Legión de Honor el año previo. Asimismo logró ser solvente y emancipada en sus finanzas, mandando a construir -ese mismo año- una casa/taller a su gusto y medida, firmada por el prestigioso arquitecto Auguste Perret, cerca del parque Montsouris, en el distrito 14, que todavía se puede visitar hoy en día. Por si hacen falta más pruebas de sus muchos logros, también fue una de las pocas mujeres que participó en la gran exposición de Maîtres de l’art indépendant organizada en el Petit Palais en 1937.
Cuando ocurrió la Ocupación Nazi, Orloff -viuda y con un hijo- huyó hacia Suiza. En su ausencia, su atelier fue saqueado; se estima que se perdieron unas ciento cuarenta piezas, entre esculturas robadas y destruidas. Ella volvió a París después de la guerra, en 1945, cuando había pasado el peligro, y siguió trabajando duramente, viviendo a caballo entre Francia e Israel, que empezó a visitar con más frecuencia, además de crear varios monumentos por encargo para Tel Aviv, donde precisamente murió en diciembre de 1968.
Fuente: De Guadalupe Treibel para Página 12.