Abre la puerta de su estudio y atrás queda una siesta de otoño, oscura, uniforme, casi malsana. Tras el umbral, el mundo se convierte: hay aroma a velas, suena una música oriental que invita a inclinarse para susurrar las preguntas y escuchar las respuestas, casi un reflejo de su vena filosófica, donde las inquietudes beben de una fuente inacabable.
El color es parte de los muros, de su atuendo, de las palabras. El té es delicioso a las cuatro de la tarde y, en ese exacto momento de la vida,es cuando Carla Marty se relata: “tenía 13 años y mi actividad creativa comenzó con la literatura. Era muy chica entre gente grande. Fue una experiencia muy buena porque ahí aprendí a gestionar. Aprendí a poetizar. Vengo de una familia de trabajadores con un compromiso social muy marcado. De ellos heredé una biblioteca”. Un breve rosario de afirmaciones la define en sus aspectos fundamentales. Basta escucharla algunos segundos para intuir la fuerza de voluntad que la lleva a explorar los más variados aspectos del mundo. Es licenciada en Filosofía, diplomada en Gestión Cultural, experta en Conservación y especializada en Arteterapia.
La pintura matérica abstracta es uno de sus patrones creativos: esa imprimación de los colores, texturas y formas que cabalgan sobre un concepto que le dirige la mano. “Mi obra tiene mucho del color latinoamericano, de la trama, de las venas abiertas… cuando hago una muestra no me gusta hablar del significado que hay atrás de una obra, para no condicionar la mirada de la persona que está del otro lado. Lo más importante es que el arte te llegue.”
El arte creativo de Carla Marty es una referencia a sus emociones y sensaciones, el reflejo de su mundo apasionado. Observa una de sus obras, “Caverna”, y la señala: “yo pinto desde adentro de la escena. Puede hacer referencia a La Caverna de Platón y a la involución política que se aproximaba cuando lo pinté”. Ahí enlaza la veta pictórica con su profesión, la Filosofía, la disciplina milenaria que la formó en otro arte, el de preguntarse constantemente los sentidos de la vida y el mundo.
Una de las virtudes de esta mujer es la oportunidad de saltar constantemente de la teoría a lo pragmático pero, en la vorágine, advierte su intención: “Mis búsquedas siempre apuntan a la paz y a la libertad”. Esa búsqueda minuciosa la llevó a experimentar los vínculos del arte y las terapias sanadoras, tema sobre el que dicta talleres y asegura: “sanar ya no está supeditado tanto a terapias de psicoanálisis sino al cambio de niveles de consciencia. Bajar a un nivel Alfa y experimentar allí el arte,significa vivenciar una experiencia altamente saludable. La técnica sobre la que trabajo es la meditación guiada y las visualizaciones creativas, las miradas sobre el arte oriental”.
La mirada recorre las paredes inmaculadas y, allí, explotan los colores de una obra que está siendo requerida por un público particular, especialmente en Buenos Aires y Estados Unidos—un mercado al que le gustaría apuntar, si se superan los obstáculos económicos que condicionan los altísimos cánones de la exportación de arte—. Sin embargo, eso no significa un problema para Carla sino un desafío, e insiste en la fuerza creadora para continuar gestando producción: “para mí el arte exige trabajo duro y disciplina y, si a eso no lo tenés en claro, tampoco te van a respetar como artista. La poesía me llevó a las letras y las letras a la filosofía y, si hoy me tengo que definir, soy filósofa de profesión y artista por elección. Pero siempre el trabajo duro, en todos los procesos, me ha atravesado”.
Esos procesos que atraviesa Carla en su polifonía de actividades y aspiraciones le deja margen, todavía, para pensar en sus proyecciones. “Creo que soy buena formadora y quiero multiplicar el semillero. Hay que educar gestores para que, tanto lo público como lo privado, tengan personal profesionalizado. La gestión cultural es un campo muy rico al que puedo sumar mucho”.
El pasado, el presente y el futuro se amalgaman sobre la mesa donde el té, mágicamente, no se ha enfriado. Es un juego sutil el del tiempo, que a veces parece detenerse para que obre, por ejemplo, el arte de la conversación y de la estética. El arte de Carla parece suspendido de un universo blanco. Las formas angulares de las piezas sin marco son fragmentos de sentidos y saberes:“me obligo siempre a venir al taller, que sea parte de mi rutina. Puedo trabajar con la fotografía, con las letras, con los pinceles. Siempre creando. Es mi vida. En estos jirones de manchas se nos va la vida, las búsquedas, los dolores. Es la verdadera vida”.
Ella levanta los ojos y halla la palabra justa para cerrarse, completa.
Crédito: Fernando Marchi Schmidt
Fotos: Pablo Aguirre
Maquillaje: Mariana Gerosa