Nueva entrega de los sabios consejos de Byung-Chul Han, el más moderno de los filósofos vivos. Un alegato contra la inflación del storytelling pero a favor de la narración
Byung-Chul Han tiene una de las miradas más agudas sobre el inestable mundo actual. Su análisis, crítico en general, trasciende ideologías y estructuras filosóficas a la vez que tiene el don de hacerse legible gracias a horadar sin miedo en el terreno y a publicar unos libros que apenas superan las cien páginas. Esta brevedad facilita la abundancia de títulos y de temas. Tiene ya publicados más de dos decenas de ensayos donde estudia diferentes conflictos derivados de la modernidad, pero la variedad temática no significa diversificación ni mucho menos atomización de su pensamiento. Hay una gran unidad en todos sus libros, con constantes que si no se conocen pueden confusiones por lo que muchas veces se hace necesario leerlo en su conjunto. Tengo la sensación de que cada librillo que aparece con su nombre es algo parecido a un capítulo del gran libro de vida.
Su crítica más habitual es hacia el neoliberalismo capitalista, pero no lo hace desde la postura de la izquierda clásica, ni siquiera diría que su planteamiento entra en la división izquierda-derecha. Tampoco se extiende en temas sociales: su objeto de análisis es principalmente la clase media urbana y, por consiguiente, ultratecnológizada. Defiende que estamos perdiendo el aura para transformarnos en seres contingentes que se mueven entre el cansancio y la transparencia. El mundo digital nos ha hecho perder contacto con el mundo físico y nos ha hecho rodearnos de «no-cosas» con las que intentamos rellenar el vacío que ellas mismas crean.
Han es un filósofo bastante negativo, pero no apocalíptico. De hecho, sus diatribas sobre la modernidad van siempre acompañadas de un antídoto para sobrevivir. En gran parte de los casos, esa cura suele coincidir con una vuelta a los orígenes, ya sea trabajar la tierra (aunque sea el jardín de su casa en Berlín), vivir los rituales (principalmente religiosos, aunque él dice que no lo es) y, ahora, volver a las historias.
El planteamiento del libro es sencillo: el storytelling está destruyendo a la narración. Dicho así puede resultar una contradicción, pues storytelling se entiende «el arte de contar historias» y la narración es precisamente eso. Estando muy relacionados, Han diferencia ambos conceptos. Según él, y muchos otros autores, la narratividad o pensamiento narrativo es una capacidad innata del ser humano que implica considerar la existencia como una estructura que coincide con lo que entendemos como relatos y tiene como función el dar sentido y unidad a la propia existencia a la vez que crea comunidad y cohesión social. El relato, o la narración, se alimenta mediante historias personales, familiares y sociales.
Han defiende la narración como una necesidad pero también como un peligro. El mercado sabe que el ser humano se mueve interior y exteriormente mediante historias y aprovecha esa influencia para sus fines espurios. Es entonces cuando el storytelling se convierte en storyselling, «el arte de vender mediante historias» o aprovechar las historias para mercadear tanto con objetos físicos como inmateriales: aquí entran las empresas, los partidos políticos y las ideologías de cualquier signo. Para Han, el abuso de la capacidad narrativa no es gratuito, pues despoja al ser humano de lo que aporta precisamente el buen relato: orientación, destino y, en consecuencia, sentido.
La paradoja estriba en que nunca hasta ahora se había hablado tanto de narrativa y de la importancia del relato, y esto es precisamente lo que ha provocado que entremos en una época postnarrativa. Un ejemplo gráfico es el auge de stories en muchas redes sociales, que pretenden contar la historia de su creador, pero lo único que hacen es atomizarla en imágenes desconectadas entre sí. Exactamente lo contrario a lo que pretende el relato que es dar unidad. De modos similar, la acumulación de fotografías de baja calidad comunicativa (selfies y demás) no dice lo que somos, sino lo que hacemos en ese instante y, según él, nos despoja de nuestro ser.
Byung-Chul Han nunca defrauda. Sus ideas son siempre originales, tanto que en lugar de disruptivas son «preruptivas». Volver a lo de siempre es lo más ultramoderno. Sus propuestas no tienen asomo de nostalgia, vejez o caspa. Para volver hay que haber ido.