La ‘filosofía’ superventas de Byung-Chul Han: jeremiadas contra el mundo moderno

Byung-Chul Han es uno de los filósofos con más éxito del mundo. Vende cientos de miles de ejemplares de libros breves y elegantes, con títulos como ‘La sociedad del cansancio’ o ‘La desaparición de los rituales’, que han sido traducidos a decenas de lenguas. Cuando, hace tres años, El País le entrevistó con motivo de un nuevo libro, la noticia tuvo más de medio millón de visitantes únicos y, según contó el propio periódico, fue la página más vista en su web durante treinta horas. ¿Era eso una señal más, se preguntaba El País, de que hemos redescubierto la necesidad de la filosofía para calmar nuestra angustia? ¿Es Han quien mejor puede hacerlo?

Han tiene talento para detectar las ansiedades contemporáneas y abordarlas en menos de cien páginas llenas de citas y frases redondas. Todas las preguntas que se formula filosóficamente nos resultan familiares. ¿Nos hemos vuelto esclavos del trabajo? El consumo compulsivo, ¿nos libera o, más bien, nos somete? ¿Por qué hemos normalizado la sensación de estar siempre cansados y matado el erotismo en nuestra vida cotidiana? ¿Estamos vivos o, en realidad, nos limitamos a sobrevivir? ¿Acaso no deberíamos ser animales más ociosos y despreocupados, más silenciosos y sensuales?

Ha construido su éxito diciéndonos lo que ya sabemos todos

Los filósofos, en general, asumen que su trabajo consiste en decir lo que nadie ve. Byung-Chul Han, en cambio, ha construido su éxito diciéndonos lo que ya sabemos todos.

Su nuevo libro, ‘No-cosas’ , recién publicado por la editorial Taurus, explica que nos encontramos “en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas”; de un tiempo basado en los objetos materiales que acumulamos y vinculamos a nuestros recuerdos a uno en el que la información digitalizada hace irrelevantes los objetos y lo material. “Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube —dice—. El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral. Nada es sólido y tangible”.

El neoliberalismo ya no necesita adoptar los rasgos autoritarios de las viejas dictaduras, ha dicho en ocasiones Han, porque la apariencia de libertad que nos ofrecen el consumismo y la información constante nos somete y controla más de lo que podría hacerlo cualquier Estado policial. En ese contexto, nuestro sistema dominante ha ideado, siempre bajo una apariencia de libertad, un mecanismo infalible para alcanzar sus fines: el big data y los algoritmos, encarnados en el teléfono móvil. “En el mundo controlado por los algoritmos, el ser humano va perdiendo su capacidad de obrar por sí mismo, su autonomía. Se ve frente a un mundo que no es el suyo, que escapa a su comprensión”. Hemos dejado atrás la “era de la verdad” para vivir en “la sociedad de la información posfactual”. “Corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento”. Obsesionados como estamos con el móvil, ya no tenemos recuerdos, ya no tocamos las cosas, “los lazos fuertes pierden cada vez más importancia […]. Las cosas queridas también son raras en la actualidad. Dejan paso a los artículos desechables”.

Nostalgia y elitismo

Este es el tono constante en la obra de Han: el de la jeremiada contra el mundo moderno. Sus críticas al neoliberalismo o al dominio de lo digital siempre enlazan con las preocupaciones comunes, pero apelan a dos nociones que las distorsionan. En primer lugar, Han es, esencialmente, un nostálgico. Para él el neoliberalismo es algo así como una expulsión del paraíso en el que habíamos vivido. La fotografía analógica, dice, era valiosa; la digital es una aberración. El teléfono fijo nos ofrecía experiencias vinculadas al lugar de la casa en el que se encontraba o al tono de voz de quien nos llamaba; el móvil es una herramienta de sometimiento. Los libros, al conservar las huellas de nuestra lectura, contaban una historia personal; el libro electrónico, en cambio, “carece por completo de la lejanía aurática desde la que nos hablaría un destino individual”. Usted quizá escuche música en Spotify, pero Han, cuenta al final del libro, se compró un jukebox para recuperar el aspecto material y corpóreo de esta. Lo colocó, cuenta, “junto al viejo piano de cola” en el que practicaba sin descanso “el aria de las Variaciones Goldberg”.

A muchos nos gustaría tener objetos que nos acompañasen toda la vida pero no podemos permitírnoslo

Pero como se ve, Han, además de nostálgico, es elitista. No solo por el piano, Bach o las citas de Heidegger. Seguramente a muchos de nosotros nos gustaría recuperar la experiencia de tener objetos materiales que nos acompañasen toda la vida y anclaran al mundo terrenal, pero la mayoría de las veces no podemos permitírnoslo. Si tenemos una gabardina de Uniqlo o de Zara de cien euros no es solo porque nos haga ilusión cambiarla cada dos años, sino porque probablemente no podemos permitirnos una Burberry’s de tres mil euros que nos dure hasta que seamos viejos. “El capitalismo no ama el silencio”, dice Han, pero lo que no ama el silencio es el hecho de que las clases bajas y medias necesitan vivir en ciudades atestadas para ganarse la vida; créanme que los ricos capitalistas sí pueden comprarse el silencio. En una de sus últimas visitas a Barcelona, invitado por el Centro de Cultura Contemporánea de la ciudad, Han afirmó que si tuviera el poder lo primero que haría sería cerrar los aeropuertos para acabar con la plaga de turismo que trastorna las ciudades. Al parecer, no vio la ironía de afirmar eso en una ciudad a la que había acudido desde el extranjero.

En muchos sentidos, Han es un filósofo idóneo para nuestros tiempos. En un tono que tiene mucho de religioso, nos recuerda lo mal que vivimos, pero dado que no tiene una propuesta política para solventarlo, ni acaba de entender la tecnología de la que habla, su única receta parece ser que nos sintamos mal un rato, ponderemos nuestros pecados, y luego, compungidos, sigamos con nuestra vida normal.

No hay nada de malo en ser nostálgico o elitista. Casi todos somos una cosa u otra, o las dos, en algún momento. Pero como estrategia filosófica no sirve de mucho. Y como programa político para la izquierda, créanme, no nos va a llevar muy lejos.

 

 

Fuente: El Confidencial.

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