La calidez del noroeste se transporta a nuestra ciudad de la mano de Mercedes Machado. Ha pasado el tiempo desde aquel viaje familiar que generó la fascinación por los trabajos artesanales, el telar, las lanas, las cerámicas y esa necesidad de compartirla en Santa Fe. Hoy, Casa de Adobe, como en esas casitas en medio de la montaña, cuenta con el encanto mágico de las texturas y los colores que se transportan desde el paisaje de fortalezas indígenas, cavernas prehistóricas, arquitecturas y huellas que revelan una zona testigo de la evolución humana a través de milenios.
Mercedes recorre los procesos desde los orígenes, desde el período de teñido de las lanas, donde se sumergen las madejas un poco enredadas en bateas profundas con preparados alquimistas que solo los artesanos originarios conocen y saben cómo hacer sus colores, sus teñidos y después ver ese arco iris tendido al sol y al viento, hasta el tejido en telar y por último el bordado.
Cada pieza es distinta, cada una lleva una impronta irrepetible, se pueden pedir parecidas pero nunca iguales, y lo más bello es que cada una de esas piezas lleva una energía que la hace inigualable.
La gente es muy sencilla –relata Mercedes – viven dignamente, sin lujos, sin grandes cosas. Todo es su trabajo diario, su fe y gran esfuerzo. Trabajan muy duro mujeres y hombres. Respetan mucho a los ancianos, que son sus maestros, y a la madre tierra, la Pachamama, a la cual hacen sus ofrendas, lo mejor de sus cosechas o de su trabajo y le devuelven lo que ella les da. Esta esencia es la que llega a nosotros en cada uno de sus productos.
Así como yo me ilusiono con pensar cómo va a quedar la pieza terminada, con tal o cual bordado, con tal color, con o sin flecos… -afirma Mechi- ellos también tienen una gran ilusión en pensar dónde dormirá esa pieza, ese objeto, dónde viajará el resultado del trabajo de sus manos.
Casa de Adobe: