Camacho: El señor Flamenco
Antonio Camacho Gómez es poeta, fue actor, crítico literario y teatral. Dedicó su vida al estudio de la cultura andaluza. Llegó a la ciudad por temor de una nueva guerra civil en España. Padeció el franquismo, y vivió para contarla. Aquí, su historia.
Helena custodiaba la escena desde el portarretratos. Se la veía sonriente y feliz, con el Mediterráneo de fondo. Las fotos sirven para congelar momentos felices. Ése había sido un momento feliz. “Que Dio’ la tenga en su santa gloria”, honró Camacho a su mujer fallecida años atrás, con esa fonética andaluza adonde la “ese” final en algunas palabras se disuelve.
Y después el pequeño museo que es su living y que es su mundo. El pasado es lo que nos constituye en el presente, y ahí estaba su presente pues: libros, recortes de diarios macilentos, discos, reconocimientos y medallas encuadrados por doquier, una foto del Papa Francisco para él, otra con Jorge Luis Borges, otra foto toreando en una plaza y cuadros de plazas de toros traídos de España.
“Que Tomatito ha sido el mejo’ guitarrista del flamenco de la historia”. Otra vez la fonética andaluza, esta vez la lenición, es decir, la omisión de la “erre” final. -“Dígame, ¿qué es el flamenco para usted? -Es un sentimiento permanente”, dice Antonio Camacho Gómez, 84 años.
Es el Señor Flamenco porque nadie sabe más que él de los orígenes, destinos y futuros posibles de esa música y esa cultura maravillosamente mestiza, híbrida, visceral y humana hasta las tripas que es el flamenco, el folckore de la vieja España árabe y gitana.
Pero no es sólo eso: a Camacho nadie le contó la vida que debía vivir. Vivió la vida que quiso porque fue lo que quiso ser: poeta, periodista, actor, crítico literario y teatral y hasta torero. Hoy sigue escribiendo poesía y recita de versos de Antonio Machado y de García Lorca.
Y amó a quien quiso amar: “Ah, mi querida Helena”, balbucea en voz baja un lamento tan andaluz como la sangre que le corre por sus venas ancianas. Helena lo miraba enamorada desde el portarretratos, aunque él estaba de espaldas.
Camacho nació en Roquetas del Mar, una ciudad cosmopolita -hay 50 nacionalidades distintas en la composición demográfica-, a 14 km. de Almería. Pero fue en Almería donde se crió, estudio y vivió su infancia. Su padre trabajaba en una empresa de electricidad, y lo trasladaron a la ciudad de Vera.
“En Vera tuve una niñez feliz. A mi casa iban, recuerdo, gente importante, que tenían inclinacione’ política’ de izquierda. Era un ambiente muy libertario y agradable”. Su padre era socialista, pero nunca fue perseguido por el régimen fascista de Francisco Franco.
En 1936 empieza la guerra civil española. Él tenía unos 9 años. Su familia se traslada a Almería. “Yo viví los coletazo’ de la guerra civil. Yo vi los avione’ alemanes que bombardeaban Almería”. En el ’39, llega al poder el franquismo. Llegan el horror y el espanto.
“Fui a refugios subterráneos, túneles de hormigón donde nos metíamo’ con mis padres y mis dos hermanas pa’ protege’nos de los bombardeos”. Pese al contexto de la historia, Camacho empieza la enseñanza secundaria en Almería.
Su llegada a la Argentina
Ya joven, viene a la Argentina en el año ’50 por un rumor. “Alguien le dijo a mi madre que se venía otra guerra civil en España. Ella se asustó muchísimo, e insistió en que me viniera pa’ aquí, donde tenía unos tíos”. Y Camacho se vino al sur, en el transatlántico Esperanza, que zarpó desde el Puerto de Cádiz al de Buenos Aires en un viaje de 12 días.
Llegó a Santa Fe y empezó a escribir. Por pasión y por habilidades con la palabra. Tenía para trabajar en un almacén, pero los negocios no eran lo suyo. “Yo he sido siempre un bohemio, un soña’or. Debía escribir”. Entonces comenzó a trabajar como periodista en el diario La Mañana y fue corresponsal de un diario de Almería. Sus padres y hermanas vinieron también al país.
La pasión de Camacho siempre fue ser actor de teatro, poeta y torero. Y fue las tres cosas. Escribió poesía desde los 12. Había actuado en Almería. Y durante un tiempo estuvo trabajando en Posadas, Misiones. A Misiones fue por un viaje de visita. Y tuvo un golpe de suerte, porque entró a trabajar en el diario El Territorio de Posadas. Allí se quedó cuatro años, y cumplió otro de sus sueños: toreó en una plaza de toros armada dentro de un estadio, junto a otros toreros profesionales.
Luego retornó a Santa Fe y empezó como redactor en el diario El Litoral. Llegó a ser crítico teatral y literario, jefe de la sección Cultura, secretario de redacción y editorialista. Publicó una gran cantidad de libros de poemas, hasta grabó un CD con un cantaor y una bailaora santafesina.
Qué es el flamenco
“Hay pocas certidumbres sobre qué es el flamenco. Así como Cortázar decía que no se podría definir la poesía jamás, lo mismo yo digo del flamenco pue’. Se han dado tantas definiciones… Un gran guitarrista dijo alguna vez que el flamenco es algo nos llega al alma y nos hace llorar. Antonio Gala, novelista, definió a la música andaluza como ese hermoso arte del quejarse”.
Pero el flamenco para Camacho no es sólo eso. “Esta música tiene expresiones del drama, como las soleáes, pero también hay otras caras: en el flamenco está la cara de la alegría, que es bulliciosa y festiva, como las bulerías o los fandangos. Es como un poliedro: tiene muchas caras”, dice.
“Por eso, para mí el flamenco es un sentimiento permanente traducido en la música a través del cante, el baile y la guitarra. Es el arte gitano andalú’ por excelencia. Y es patrimonio cultural de la humanidad declarado por la Unesco”, recuerda el poeta.
Lo único que le quedó por hacer a Camacho fue ser actor de Hollywood. “De’de niño he soña’o con eso. Pero claro pue’, era un sueño. Por lo demás, logré hacer todo lo que quise”. El Camacho poeta, actor, crítico, estudioso de la cultura andaluza, vivió y vive la vida que quiso.
Revista Toda
Textos: Luciano Andreychuk
Fotos: Pablo Aguirre